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Un donativo para los niñitos de Intereconomía
Como todo el mundo concienciado sabe, la ONG Intereconomía está pidiendo donativos para poder mantener en antena su canal de televisión. Como obviamente yo soy un tipo preocupado por los más necesitados, acudo a la redacción de la cadena, consternado y con la intención de echar una mano, aunque simplemente sea escribiendo sobre el tema en La decadencia del ingenio. (Nota: este blog recibe varios millones de visitas cada siglo, por lo que su influencia es más que notoria. La dirección espera aumentar el crecimiento de lectores de forma geométrica una vez la población de la Tierra se instale en otros planetas, siempre y cuando esos planetas dispongan de wifi). Me recibe el presidente del grupo, Julio Ariza, luciendo una chaqueta raída y unos pantalones de pana con un alargador de enchufes a modo de cinturón. Me hace pasar y algo avergonzado me ofrece una taza de achicoria. "Es que no nos llega para café", se excusa, reprimiendo un sollozo. Damos una vuelta por las instalaciones. Lo que veo me sobrecoge, me acongoja, me sulibeya, me zarlinvaja: los redactores ahuyentan a las moscas mientras intentan amamantar con sus fláccidos y vacíos pechos a unos bebés etíopes, Lady Di aplica curas a unos niños indios con lepra y centenares de refugiados palestinos sobreviven en las tiendas de campaña que Acnur ha instalado en uno de los estudios. -Como ves -explica Ariza- necesitamos de todo: mantas, leche en polvo, harina, alguna revistilla porno... Tampoco tenemos agua potable, porque nos la ha cortado La Razón con el photoshop, y por supuesto nos vendría muy bien una de estas planchas de Jata para cocinar sin aceite. -Son muy prácticas. -Y se limpian con mucha facilidad. (Nota: el Consejero Delegado y Presidente de La decadencia del ingenio Inc. reconoce que en ningún momento de la conversación se mencionó la Jata, pero considera adecuado hacer buena publicidad, ya que él necesita una y espera que alguien en dicha empresa lea en algún momento este texto y premie su buen criterio. Gracias de antemano. Se ruega difusión). Ariza añade que no busca caridad, sino que "estamos preparando un proyecto que nos permitiría salir adelante y generar ingresos constantes. A mí esa frase de 'no le des pescado, enséñale a pescar' desde siempre me ha llegado muy hondo y... De hecho, mira, mira". Hace una pausa, abre la boca y alumbra con la lintena del móvil. Abajo, pasada la campanilla, puedo leer la frase en cuestión, con lo que compruebo que efectivamente le llega muy hondo. "¿Por dónde iba? -se pregunta, rascándose la cabeza-. Ah sí. Que con los donativos estoy apuntando a los empleados a un curso de pesca. Esperamos conseguir un mínimo de tres kilos de sardinas diarios, con lo que nuestro share se incrementará en un fruncinuete por ciento". Ariza explica que de seguir así y si la iniciativa no tiene éxito, tendrán que pasar a emitir en blanco y negro, para ahorrarse los costes de los ilustradores. "Y ya tuvimos que vender los micros hace semanas. Por eso los presentadores gritan tanto y en Cádiz nuestra emisión se oye así de bajita". Me lleva al piso de arriba, lo que antes había sido la planta noble, donde los directivos de la cadena fuman crack y planean atracos a gasolineras con el siempre noble objetivo de continuar emitiendo la verdad, perdón, la Verdad. Es más, LA VERDAD. -Es que a nosotros nos marginan por contar lo que verdaderamente ocurre -explica Ariza-, lo que el gobierno no quiere que se sepa. Porque por culpa de Zapatero viene al mundo una evacuación mundial. Por extraterrestres. Al mundo vendrán, dentro de poco, trece millones de naves. De una confederación intergaláctica. -¿De Ganímedes? -De Ganímedes, de constelación Orión, de Raticulín, de Alfa, de Beta... Todo esto se está preparando ya. Lo está preparando Esperanza Aguirre. Entonces yo simplemente estoy marcando en la frente, como Cristo me dijo, a los siervos de Dios. -¿Y los siervos de Dios son...? -Los liberales. Este grupo de comunicación apuesta desde siempre por los liberales y a ellos dirige esta campaña de solidaridad. Siempre siguiendo la primera acepción del término en el diccionario de la Rae, claro: adj. Generoso, que obra con liberalidad. Lo que no tengo claro es que significa adj. Para mí que el tipógrafo tenía como una flema y la sacó mientras imprimía. Por eso quedó ahí. Asiento, sin dejar de tomar nota, mientras con la mano libre le tiendo mi cartera a un alto cargo del departamento comercial, que me amenaza con un cuchillo del Ikea. Sé que no cortan, pero soy un cobarde y además quiero contribuir a la causa. -Adj es una interjección -apunto. -¿Ah sí? -Adj, adj, por supuesto. -¿Y cuándo se usa? -Pues no sé... Un poco al azar. -¿Por ejemplo? -Por ejemplo: adj. Generoso, que obra con liberalidad. -Ahora lo entiendo. Sonriendo, me conduce de nuevo a la puerta, donde se despide de mí con un cálido y afectuoso adj.
La violencia en el cine
Yo no soy de esos que van por ahí diciendo que no les gusta el cine para hacerse los interesantes. Disfruto con una buena película, aunque en casa y por la tele, que se ve mejor y más tranquilo. Antes me gustaba ir a alguna sala de cine y disfrutar del ambiente, pero ya no, eso ya se acabó. Y es que ya no se puede ir al cine por culpa de los extremistas. Hace un par de semanas fui a ver la última de Woody Allen, Midnight en Paris, y pasé verdadero miedo. Estaba rodeado de hooligans de estos, sobre todo señoras de sesenta años, que se carcajeaban a risotadas y aplaudían cada vez que se hacía mención del psicoanálisis o el personaje de Owen Wilson tartamudeaba. Lo peor fue al final. Claro, el entusiasmo iba creciendo y cuando salieron los títulos de crédito, toda esa gente quiso salir a celebrar el que (no se puede negar) había sido el mejor trabajo de Allen en años. Y aquí comenzó lo malo. Yo comprendo lo de sentirse identificado con el estudio de las relaciones y de las inseguridades que hace Woody Allen, pero me parece excesivo salir gritando como locos, coreando "Allen, Allen, Allen es cojonudo, como Allen no hay ninguno" y "vamos a ganar el Oscar", como si ellos fueran coproductores o algo parecido. Sobre todo porque me arrastraron en sus celebraciones, sin dejar que me escabullera, dando saltos, soplando cornetas, salpicándome cerveza que no sé de dónde habría salido y además, ¿qué hace una señora de sesenta años bebiendo cerveza a morro de una botella de litro? Eso está feo. Por supuesto, no tardó en aparecer un grupito de admiradores de los hermanos Coen en una esquina, con sus gafas de pasta y sus barbas de tres días, buscando follón. Unos acusaron a los otros de aburridos, los otros llamaron a los primeros repetitivos y así hasta que se llegó a usar por ambas partes el adjetivo. Sí, el adjetivo. "Sobrevalorado". Entonces comenzaron las patadas, los puñetazos, los lanzamientos de botellas, el incendio de papeleras, los coches volcados, los elefantes furibundos aplastando cabezas. Yo seguía allí, lo recuerdo, atrapado entre los que aseguraban que Woody Allen sólo sabía juntar dos frases ingeniosas por película y los que soltaban que El gran Lebowski no era más que una peli para frikis. Y de paso me llevaba algún empujón y unas cuantas patadas de algunos y de otros, mientras intentaba huir. Por supuesto, acabó apareciendo la policía. Cosa que tampoco acabó con mi sufrimiento: comenzaron los porrazos, los balazos de goma y las bombas lacrimógenas. A mí me dio todo de pleno. Cuando me quise dar cuenta, estaba en una celda con dos costillas rotas, la pierna derecha llena de hematomas y los ojos rojos y llorosos. Estos son los ejemplos que dan los cinéfilos. No saben disfrutar de una película sin ponerse a gritar y a insultar a los demás, ni siquiera cuando la película es buena. Y esta gente hace mucho daño al cine, porque estamos hablando de cuatro grupitos de las filas de atrás, una fracción ciertamente minoritaria, pero al final es la que se ve y la que sale por la tele y la que ha dado, por ejemplo, a las películas de Woody Allen esta fama de incitadoras de disturbios. Las academias del cine tendrían que tomar medidas contra la violencia de una vez por todas. Pero claro, no pueden tomar decisiones contundentes porque eso va en contra de una parte importante de su público, y todos sabemos los trapicheos que hay por ahí de entradas gratuitas, críticas favorables e incluso drogas. Es lo que hay. Es una pena, pero es lo que hay. En todo caso, yo no vuelvo al cine: ya veré las películas desde mi inofensivo sofá.
Yo delaté a Bin Laden (hala)
No sé hasta qué punto es conveniente que cuente esto, pero creo que es importante que el mundo (El País y El Mundo) lo sepa: yo delaté a Osama Bin Laden. Todo empezó por uno de estos errores tontos. Un despiste. Estaba buscando destinos turísticos, ya que quería irme de vacaciones a la playa, y me acordé de aquella hermosa canción que dice aquello de guantanamera, guajira guantanamera, y pensé que nada mejor que viajar a Guantánamo, provincia de Cuba, a disfrutar del sol y de las cálidas playas del mar Caribe. Pero por algún extraño motivo y de camino al hotel, unos soldados norteamericanos me arrestaron y arrastraron hasta una enorme cárcel llena de señores de fuera. De camino, los soldados aseguraban que me había fugado e insistían en que me había delatado mi moderna y vacacional barba de tres días, además de mi alegre camisa naranja, ante lo que sólo pude quejarme con un: --¡Hala! Esta interjección recibió como respuesta varias patadas en la boca y un discurso sobre la religión verdadera que yo diría que no venía a cuento. Durante el tiempo en el que estuve encerrado, me exigieron bajo terribles torturas que les diera información útil, a lo que respondí con los horarios del metro de Barcelona y cómo bajarse Fringe gratis. Al parecer esto no les pareció suficiente, imagino que porque no tendrían pensado ir de vacaciones a Barcelona --no me extraña, con lo caro que está todo--, así que procedieron a someterme a toda clase de torturas: me pusieron música de Amaral, Extremoduro, Pegatina y Justin Bieber, entre otros y en ocasiones a la vez; rascaron una pizarra en mi presencia; me obligaron a participar en la representación teatral de El diario de Noah (ante la ausencia de ancianas, tuve que representar el papel de la señora con alzheimer); me hicieron caminar un rato; un imitador de Steve Urkel se pasó más de diez horas preguntándome si había sido él... En esos terribles momentos y para consolarme, pensaba en los amigos que había dejado en Europa: un plátano al que le había dibujado una cara y una corbata, y que responde al nombre de Marcos. A veces también canturreaba aquello de guantanamera, guajira guantanemera para mis adentros (tengo tres o cuatro adentros, ya que mi vida interior es muy rica), y pensaba en las playas caribeñas. Hasta que de repente recordé que a mí nunca me ha gustado la playa. Ah, qué rabia. Pero qué rabia. Es que me dejo llevar por la publicidad. La publicidad de playas. En todo caso, al final me vi obligado a ceder. Les dije que les contestaría a todo lo que me preguntaran, pero que por favor especificaran un poco más, y que en todo caso no sabía los horarios del metro de Madrid. A pesar de que todo el mundo sabe que lo hemos pagado los catalanes a cambio de que nos dejen ganar la Copa de Europa. --Pues nos vendría muy bien saber dónde está Bin Laden. --¡Hala, y yo qué sé! Lo de decir "hala" les volvió a molestar, cosa que todavía no entiendo. De todas formas y mientras seguían con sus patadas, intenté explicarme. --¡Que no lo sé, de verdad...! --¡Confiesa! --¡Pues estará en su casa, a mí qué me explicáis! Joder ya... Además, creo que los viernes cierra a las dos. El metro, digo. Hubo un momento de silencio. De los incómodos, no de los románticos. Para ellos y también para mí, ya que estaba atado a una viga y colgado de los pies, y no me sentía yo para enamorarme. --Hum... En su casa... --Mi coronel, yo... --Claro, porque a ninguno de vosotros se le ha ocurrido mirar en su casa... --Bueno, verá, es que Lewis me dijo que... --Eh, no me eches la culpa a mí. Siguieron unos cuantos gritos y reproches. Palabras malsonantes. Frases fuera de tono. Viejas rencillas. Lágrimas. Abrazos. Una reconciliación. El caso es que me encerraron unos días más y después de aquello me soltaron. De camino a la salida de la prisión, uno de aquellos soldados me comentó que sí, que era cierto, que Bin Laden estaba en su casa de Pakistán. --No era tan fácil, ojo, que se ve que tenía dos o tres casas. La de la playa y esa. Y no sé si otra en el pueblo. Pero bueno, ya está, le pillamos. --Me alegro de haber sido de utilidad. ¿Tendré que testificar en el juicio? --Er... Pues no será necesario... --Menos mal. No me gustan nada los juicios, siempre los pierdo, jajajaja... --¿Cómo? --Por lo de perder el juicio, jajajaja, pero no es un juicio de verdad, volverse loco y tal, perder el juicio, jajaja... --Ya... Er... --Jajaja, qué bueno... Yo siempre pierdo los juicios... Ay, si es que tengo cada ocurrencia. --Sí, bueno. La puerta es esa. Cierra por fuera. --¿Me escribirás? --No sé, tengo mucho lío. --¿Y me seguirás en Twitter? --Huy, no tengo cuenta de Twitter. --El otro día te vi conectado... --No, pero... Er... Sólo curioseaba... La cuenta de mi primo... --Ah. --Bueno, adiós. Tengo cosas que hacer. --Adiós. Una lágrima me resbaló mejilla abajo. Abrí la puerta. El sol me dio en la cara. --Hala, mis ojos. Alguien me dio una patada en los riñones.
Usted tampoco
A: ¿Me envuelve esto para regalo, por favor? B: Por supuesto... Aquí tiene. A: Oh, gracias, ¿es para mí? B: Sí, ¡es nuestro aniversario! ¡Hoy hace justo un año que era el mismo día del año pasado! A: Cómo pasa el tiempo... B: Pues pasa hacia adelante. Qué pregunta más tonta. A: Yo de joven podía viajar en el tiempo, aunque sólo hacia adelante. Era capaz por ejemplo de ir hacia el futuro dos o tres horas. Y sólo tardaba una tarde en hacerlo. Luego no podía volver atrás, lo cual era un problema porque me pasaba toda la tarde concentrado para poder moverme por entre las horas. B: ¿Y no le compensaba el hecho poder ver las maravillas del futuro? A: Sí, eso sí, es verdad. Ah, los maravillosos programas nocturnos de la tele. B: Mucho mejores que los de la tarde, cierto. A: Pero ahora, ya no puedo ni viajar en el tiempo ni subir escaleras de dos en dos. B: Ah, los años... Cada vez se hacen más cortos. A: Sí, el año pasado sólo tuvo diez meses y unos días. B: Es que ahora los hacen en China y salen mucho peor. A: Y tanto; no como antes, que los hacían a mano profesionales expertos. Gente que había trabajado toda su vida haciendo años. Trabajadores que venían de familias que habían estado en el negocio durante generaciones. B: O simplemente de familias. A: Exacto, y volvemos a los chinos: no sólo fabrican los años, sino que también van por ahí vendiendo niños que no se sabe muy bien de dónde salen. B: Ahí tiene razón. ¿Cómo es que hay tantos niños chinos por el mundo? A: Yo tengo una teoría al respecto. Pero se la voy a decir susurrando, para que se dé cuenta de que es importante. B: Oh, una cosa seria. Muy bien, le escucho. A: Mi teoría es que las niñas chinas que adoptan los europeos en realidad son espías bajitos que vienen aquí a invadirnos. B: ¿Pero por qué querrían invadirnos? Sería un problema. Ni siquiera hablamos chino, no podrían ni darnos órdenes. A: Eso es verdad... Maldita sea, yo estaba aprendiendo chino para poder salvar mi vida. Pero igual es peor porque si sé chino, tendrán más motivos para invadirnos. Soy como un traidor inconsciente. B: Igual sólo le invaden a usted. Por listo. A: ¿Los chinos? ¿Todos? Siempre me he considerado un tipo flexible, pero no sé si tanto. B: Piénselo, porque no es mala idea. Usted se convertiría una provincia china, y a lo mejor le ponen encima una fábrica de pantalones y su producto interior bruto crece un diez por ciento cada año. A: ¿Y qué hago yo con un producto interior tan grande? Eso me parece una cochinada. Tendría que comer mucha fibra. B: Jajaja, ha dicho caca. A: Jajaja, es verd... No, un momento, no lo he dicho. B: Ah, vaya, pensaba que sí... Disculpe. Me he confundido. A: Yo jamás diría caca. No soy de decir esas cosas. B: Es una infantilada, tiene razón. Disculpe. A: Queda disculpado, pero si se repite, tendré que retarle a un duelo. B: No volverá a pasar, lo siento. A: Y nadie me gana a mí en un duelo. Porque soy un llorica. B: Jajaja, enteritis... A: En fin, gracias por envolverme este paquete para regalo. Lo acabo de robar, ¿sabe? B: No se preocupe: siempre llevo papel de envolver encima. Por si alguien roba algo y necesita envolverlo. ¿Le gusta el color? A: Sí. B: A mí tampoco. A: Ay, qué nervios, ¿qué será? ¿No lo puedo abrir ya? B: No, tiene que esperar a mañana, tontorrón. A: Deme una pista. ¿De qué color es? B: Ahora de ninguno: el color no es más que la parte del espectro electromagnético que no se absorbe y por tanto se refleja, y ahora mismo no hay ninguna fuente de luz que incida sobre el objeto, al estar envuelto, por lo que no es de ningún color, o sea, que es negro, que no es más que la ausencia de color. A: ¿Es un reloj de cuco? B: Sí... Joder, a usted no se le puede regalar nada, cada año igual. A: Es que la pista ha sido muy buena. B: Ya... Negro, cuco... A: Jajaja, ha dicho caca. B: ¿El qué? A: Jajaja, otra vez. B: Jajaja, es verd... No, espere, he dicho otra cosa. A: ¿Otra cosa? B: Jajaja, ahora usted ha dicho caca; ha picado. A: Jajaja, si no fuera por estos momentos... B: Ay, sí, si no fuera por estos momentos... A: Y ahora cómo acabamos la frase... B: Con puntos suspensivos, quizás... A: Es que... Odio los puntos suspensivos... B: Vaya... A: Son tan escasamente concluyentes... B: Ya... A: Pero en fin... B: Los puntos suspensivos tendrán sus ventajas... A: Ya, pero a mí me gusta acabar... B: ... Lo que empieza, ya... A: En fin... B: Bueno... A: Ha sido un placer... B: No exageremos... A: A mí me ha gustado bastante... B: La verdad es que cuando ha comenzado a quitarse la ropa... A: Por no hablar de cuando me ha acariciado los pezoncillos... B: Ay, sí... A: Sí, suerte que sólo nos leen... B: Sí, menos mal. ¿Se imagina? Qué vergüenza... A: Jajaja, ha dich... B: No, no lo he dicho. A: ¿Y yo? B: No, usted tampoco.
En ocasiones veo el futuro
Mi negocio de adivino no funcionó tan bien como me esperaba, lo cual en sí es una prueba de que no soy muy buen vidente (jaja... El del banco no se rió, pero a mí me hizo gracia incluso cuando me embargaron el sofá). El caso es que yo era adivino, pero honrado y mentalmente sano (qué sabrán los médicos), así que nunca, jamás, en ningún caso, bajo ningún concepto y muchos otros sinónimos más, vaticinaba algo que no estuviera completamente seguro que fuera a ocurrir. Esta exagerada honradez no era del todo apreciada por mis clientes, a los que solía recibir con un: --VAS A MORIR. Esta frase era acogida con infartos varios y preguntas acaloradas, a lo que respondía con un: --Lo que no sé es cuándo. Pero niégalo, si tienes valor. Me gustaba empezar fuerte, aunque eso supusiera que mis posteriores predicciones iban a resultar algo grises y anodinas. --¡Seguirás respirando durante los próximos minutos! --¡En verano pasarás calores! ¡Y en invierno, fríos! ¡Tiritarás! --¡Tendrás hijos en caso de que te reproduzcas! --¡Si no comes, te va a entrar hambre! --¡Vas a morir! --¡Veo una GRIPEEEEEEE! --¡O adoptes, claro! --¡Niégalo, si tienes valor! --¡Tiritarás! --¡Un día de estos querrás madrugar y te quedarás dormido! --¡Te aburrirás en el trabajo! --¡DORMIDO! --¡GRIPEEEEE! --¡DORMIDO! --¡GRIPEEEEE! Me gustaba usar los signos de admiración para dar golpes de efecto. Y además así no me interrumpían con preguntas que yo no podía responder, como si les iba a a dejar su mujer, si iban a encontrar un trabajo o si iban a morir de cáncer entre terribles dolores. La gente pregunta unas tonterías. Este don --¿o debería llamarlo castigo?-- me venía de familia. Tanto mi padre como mi madre hicieron muchas predicciones acerca de lo que sería mi vida, predicciones que se han cumplido de un modo tan exacto que cuando lo pienso, me entran escalofríos. --Nunca llegarás a nada. --No sirves ni para estudiar ni para trabajar... A ver si te dan una paguita... --Si sigues comiendo así, te vas a poner como una vaca. --Con esa joroba nunca te sacarás novia. --Como salgas a la calle sin pantalones, te vas a resfriar. --Si no dejas la guitarra tranquila, los vecinos te van a dar una paliza. Y yo les pienso ayudar. --Nadie querrá hablar contigo si no usas el esprái para la halitosis. --No, la psoriasis no se cura. --Ay, que no me vas a dar nietos... --Que te pongas los pantalones, a ver si te van a arrestar. Mis padres no han sido los únicos videntes con los que me he topado a lo largo de mi vida. También recuerdo a aquella compañera de clase que me dijo que no se liaría conmigo "nunca en la vida" (murió el año pasado de cáncer, entre terribles dolores), a más de un profesor que me dijo que acabaría "esnifando pegamento debajo de un puente" y a algún amigo que sólo con verme borracho ya sabía que me iban a despedir por llegar cada mañana al trabajo tarde y con un ligero dolor de cabeza; sí, exacto: como si estos hechos estuvieran relacionados. Pero en fin, a pesar de la exactitud de mis predicciones y lo absolutamente demostrado que está el hecho de que podamos ver el futuro, mi negocio no acabó de tirar adelante. Además, los problemas de dinero se agravaron cuando quise poner una línea 806 para recibir llamadas y así forrarme. Pero siempre que llamaba alguien, me ponía a decir cochinadas. La costumbre, imagino. Y claro, a alguno le gustaba y se animaba, pero la mayoría buscaba otra cosa. Que les dijera que se iban a morir de cáncer, imagino. Cuánto morboso. Como si no les bastara con saber que sí, que morirían. --¿Pero de cáncer? Mi respuesta habitual --no, de piscis, si te parece-- no provocaba las carcajadas que yo esperaba. Lo cual de nuevo prueba que quizás esto de ser vidente no era lo mío.