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El método de ligoteo Jaime Rubio
Apreciados amigos de La decadencia del imperio:
Ya no recuerdo qué iba a decir.
Dicho lo cual, cada semana me llegan multitud de cartas preguntándome por el secreto de mi éxito con las mujeres. Pues bien, no os pienso desvelar todos mis trucos, pero sí que os puedo decir que no se trata de mi enérgico cuerpo de ciento doce quilos embutidos en un metro cincuenta y dos de altura, ni tampoco de mi impresionante fortuna personal, actualmente invertida en unas cuantas granjas de lemmings. No, al final lo que realmente cuenta es saber acercarse a las mujeres con confianza y desparpajo. Y también ser tú mismo. Es muy importante que cada cual sea cada mismo. Durante seis años y por una confusión tonta yo fui un tal Mariano Galíndez y todo era un lío importante. Lo peor es que ahora tengo que pasar una pensión a sus hijos. El caso es que nosotros los tímidos a veces necesitamos algo de ayuda extra para atrevernos a presentarnos a esa chica que nos gusta, y a la que negaremos haber seguido y fotografiado durante meses, por mucho que insista el juez. Como algunos sabrán, hay formas de conocer a señoritas que no tienen que ver con bares nocturnos, alcohol, música alta y seguratas que nos sacan a rastras mientras gritamos "no es verdad que le tocara el culo, agente". Una muy efectiva es la de llevar un perrito. Uno saca a pasear un agradable y simpático canichín por la calle y no hay chica que se resista a hablarle al desconcertado chucho como si la pobre padeciera algún tipo de lesión cerebral. -AY MIRA EL PERRO AY PERRITO AY PERRITO QUÉ GUAPO QUÉ GUAPO ¿VERDAD QUE ERES GUAPO PERRITO? CLARO QUE SÍ CLARO QUE SÍ CLARO QUE SÍ. A partir de este punto, la gente suele limitarse a intentar establecer una conversación. Hola qué tal. Eres del barrio. Me gustan tus cortinas. No, las de la habitación. No es verdad que te vigile con mis prismáticos. Etcétera. Pero este procedimiento es muy lento. Demasiado lento. Yo acelero el proceso y en apenas unos minutos ya sé si voy a llegar a algo con esa chica o no. Lo llamo la variante Jaime Rubio. Mi método --os doy las "de nada" por adelantado-- consiste en coger al perro del cuello, sacar una pistola y gritar: -¡Si no somos novios, mato al perro! ¡Lo mato, te juro que lo mato! Las mujeres son egoístas por naturaleza y eso me ha llevado a matar muchos perros. Pero alguna vez las cosas han salido bien. Por ejemplo y gracias a este sistema, estuve saliendo con una chica muy guapa. Lo malo es que no podía soltar ni el perro ni la pistola, porque ella hubiera aprovechado para huir. Pero fueron dos años muy felices. Recuerdo con especial cariño el viaje a Menorca y los paseos por las calas al atardecer. El ruido de los besos se entremezclaba con el romper de las olas y los quejidos del perro, que al parecer estaba algo incómodo. Al final, el perro se puso enfermo y se murió. Mi novia cogió un taxi antes de darme tiempo a agarrar a otro chucho. Sé que hay gente que usa métodos similares con bebés. Se ve que también les gustan a muchas chicas, e incluso muchas les hablan igual que a los perros. Pero claro, si la relación sale bien y es duradera, no veo muy claro eso de ir arrastrando a un adolescente a punta de pistola.
San Fermín
En mi época los sanfermines eran mucho más divertidos, dónde va a parar. De un extremo salían los toros. Del otro, los elefantes. Y en medio, un montón de tontos con periódicos. Se dejó de hacer así porque las calles se ensuciaban más, por culpa de los elefantes y su dieta rica en fibra. Y también de los cadáveres, porque la mancha de cadáver humano que dejan los elefantes es muy difícil de quitar. Se incrusta y tienes que llevar el asfalto al tinte y muchas veces ni aun así: se queda para tirar. Después de los primeros novecientos cincuenta y siete mil doscientos doce muertos, el ayuntamiento de Nairobi decidió que aquella fiesta se celebrara en otra parte. Porque por aquel entonces, San Fermín se celebraba en Nairobi, dado que era un sitio donde había elefantes a mano. Tras un concurso al que se presentó una ciudad, la escogida fue Pamplona. Donde no había muchos elefantes, hecho que en su momento causó mucha controversia. Dos o tres personas lo comentaron. Por cierto, en Nairobi no había muchos toros, pero realidad, allí se hacía con búfalos. Esa era la queja habitual de Hemingway cuando fue a Pamplona: aquí no hay búfalos, dónde están los búfalos, los toros son búfalos gayers, estos no son mis sanfermines. La ausencia de elefantes no parecía molestarle en absoluto. Igual no se había dado cuenta. El caso es que cada país y cada región tienen sus animales propios, mientras otros les son extraños. En el zoo de Nairobi, por ejemplo, hay perros, toros, periquitos, varias razas de caniches, dos gatos y un rebaño de ovejas merinas. Claro, para qué poner un hipopótamo en el zoo, si te los encuentras por la calle. También hay que decir que el zoo de Nairobi es uno de los menos visitados del mundo. Antes iban las escuelas, pero los niños se dormían cuando los profesores les hablaban de la temible gamba de Palamós y cómo, si no es de Palamós de verdad, puede estropearte un arroz.
Meter la pata
Han arrestado a un par de tipos por atracar a un mosso d'esquadra vestido de paisano. Es la clásica indiscreción que yo cometería. Porque sí, yo soy el típico que siempre se mete en problemas por hablar demasiado. Por ejemplo, el otro día me crucé por la calle con una señora con barrigota y no pude dejar de gritarle: -¡Gorda! ¡Gorda! ¡Feaca! ¡Gorda! Y luego se giró y me dijo que estaba embarazada. Claro, qué vergüenza. Y además su novio, mosso de esquadra, era aquel señor que casualmente caminaba a su lado. Es mi honestidad, que me mete en líos. Porque yo voy siempre de cara. Con la verdad por delante. Y eso me ha supuesto muchos problemas, claro, porque a veces la gente confunde mi sinceridad con la impertinencia. Como por ejemplo, cuando seguí gritándole a la señora embarazada que sí, que igual estaba esperando un hijo, pero que eso no quitaba que estuviera gorda y fuera poco agraciada. -¡Gordaca! ¡Tía fea! -Caballero, le aviso de que soy mosso de esquadra... -¡Gorda! ¡Gorda! ¡Que pareces un cheetos! Y así seguí desde el suelo, mientras me inmovilizaba aquel tiparraco y hasta que llegó el coche patrulla. He tenido otros momentos similares. Por ejemplo, en una ocasión tenía que tratar un tema muy importante y también incómodo con un conocido: -En fin, como dicen los americanos, deberíamos hablar del elefante que está en la habitación. -Tío, baja la voz. -¿Qué? ¿Qué ocurre? Y entonces me señaló con un gesto al elefante que estaba en la habitación, a uno de verdad, quiero decir, sentado en el sofá y hojeando una revista de decoración. -¿Pero qué hace un...? -Baja la voz, que te va a oír. -¿Pero cómo...? -Que bajes la voz. -¿Pero por qué tienes...? -Basta, que son muy susceptibles. -¿Pero cómo ha entrado aquí, si no cabe por la puerta? ¡Gordo! ¡Feo! ¡Paquidermo! Reconozco que a veces puedo herir los sentimientos de los demás. Es que siempre digo lo que no debo. Como el otro día. Me encontré a un ex compañero de trabajo. Acabamos tomando una cerveza. Nos pusimos a hablar de política (mal tema, lo sé) y le dije que a mí la ley del aborto me parecía bien tal y como estaba. -Eso es porque a ti no te abortaron. Silencio incómodo. -¿Cómo? ¿Quieres decir que... ? Y sí, resultaba que su madre había abortado cuando estaba embarazada de él y lo había matado cuando apenas tenía una decena de semanas. -Lo siento, yo... -Es igual, no tenías por qué saberlo. -De todas formas, para estar muerto... -¿Qué? -Estás muy gordo. ¡Gordo! ¡Obeso! ¡Elefante! -Tío, baja la voz... Y sí, me giré y había otro elefante en la barra, tomándose un refresco y mirándome con cara de pocos amigos.
Los límites del humor los marca mi tiroides
Hay gente que no tiene sentido del humor. El otro día fui a casa de un amigo, tiré la puerta abajo y me comí a su perro. Y se cabreó. Mucho. Muchísimo. Mi amigo, quiero decir. Al perro no le dio tiempo. No se calmó (mi amigo) ni cuando le expliqué, entre carcajadas y mientras me secaba una lagrimilla, que sólo era una broma. Una broma que evidentemente no supo encajar. No es el único caso similar que me he encontrado. Algunos me retiraron la palabra porque no entendieron lo gracioso que resultaba que les secuestrara y apaleara con ayuda de unos conocidos rumanos, o que quemara su coche, o que les echara tres o cuatro pastillas de Viagra en el vino, con cómicas consecuencias. A la gente le falta sentido del humor. Sí, reconozco que a veces mis bromitas pueden resultar un poco incómodas, pero hay que saber apreciar el lado humorístico y ver que no me estoy riendo de ellos, sino con ellos. Bueno, eso en caso de que se rían y no corran a buscar un objeto contundente. Jaja, el del Viagra, jaja, no tardó en encontrarlo. Luego le dio un infarto y se murió. Pero qué dos minutos de risa más fuerte. Casi me da un infarto a mí también, con la tontería. En todo caso, no hay límites para el humor. Por supuesto, con excepción de lo que ya sería falta de respeto. Por poner el primer ejemplo que me viene a la cabeza: no me gustan los comentarios acerca de mi sobrepeso. Porque yo tengo un problema de tiroides. Soy un enfermo. Uno no se ríe de los enfermos. De los de verdad. Eva tiene cáncer, pero no es lo mismo: ella necesita afrontar su situación con algo de humor negro, que yo eso lo leí no recuerdo dónde; en Tele Cinco, creo. Lo mío es diferente. No estoy gordo porque quiera. De hecho, si exceptuamos este problema de tiroides yo apenas tengo tendencia a engordar. Podría comer los seis phoskitos que de cada desayuno sin apenas notarlos. De hecho, no los noto incluso a pesar de mi condición médica: me mantengo estable en mis ciento quince kilos. Veinte. Treinta. Es igual, no es una cuestión de cifras. En todo caso, lo importante es que se puede hacer broma con todo, siempre que no se me falte al respeto. Pero es un problema médico de verdad. Insisto porque mucha gente no me cree y yo lo paso mal, verdaderamente mal. Es muy irritante avisar a un amiguete de que vas a pasar a saludar por su casa, omitiendo -porque yo sí que tengo sentido del humor- la hilarante orden de alejamiento claramente falsa, y llegar y que no haya comprado chocolate. Necesito ingerir azúcar cada media hora, más o menos, porque si no, me vuelvo muy irritable y ya no es culpa mía que tire los jarrones y vuelque las mesas, que es todo cosa de la tiroides, como les intenté explicar a aquellos policías que se empeñaron en llevarme al cuartelillo sin dejarme pasar antes por la pastelería. En fin, que me dio una terrible bajada de tensión que me nubló el pensamiento y que apenas pude calmar mordiendo a uno de los guardias. Aproveché la confusión resultante para salir más o menos corriendo, de forma lenta y bamboleante. Los dos policías no tardaron en darme alcance, pero me dio tiempo a sacar el móvil y decirle cuatro cosas bien dichas a mi supuesto amigo, mientras intentaba recobrar el aliento. -¿Qué parte de "quiero chocolate" no entiendes, hijo de puta insensible? Apenas pude acabar la frase. Me agarraron y me llevaron a comisaría, donde me metieron en un calabozo que tuve que compartir con unos señores que no parecían muy de fiar. Uno de ellos, consejero delegado de un banco, me ofreció una interesante cuenta corriente, todo hay que decirlo, con unas condiciones inmejorables: yo les daba mi dinero para que hicieran lo que quisieran con él, y ellos a cambio sólo me cobraban un litro de sangre al mes, además de poder contar libremente con mis órganos en caso de que algún miembro del consejo de administración necesitara un trasplante. Acepté encantado. Los bancos lo están pasando mal y todos tenemos que arrimar el hombro para echarles una mano.
Acerca de la credulidad
A: Mi principal problema es que soy muy crédulo. B: Yo también me lo trago todo. Fíjate por ejemplo en este sable. A: Joder. B: Ya ves... A: ¿Eso no te ha dolido? B: Bah, alguna hemorragia interna. Probablemente no sobreviviré a esta conversación. Pero bah. Es que yo soy así. Me lo trago todo. A: Bueno, lo que te decía antes de que me interrumpieras: soy demasiado crédulo. B: ¿Qué tragas? ¿Fuego? ¿Cristales? Yo me lo trago todo. TODO. A: No, ideas en general. B: Pero eso no duele. A: Vale, no, pero puede ser muy molesto. Que es lo que te quería contar: una vez me desperté, fui a hacerme un café y había un veintañero en la cocina, comiendo cereales. Me saludó con un "hola, papá". B: Y no era tu hijo. A: No lo sé. Creo que no, porque no le había visto nunca antes, pero sonó muy convincente. Y por eso le creí. Aunque tengo dudas. B: ¿Y no le preguntaste de dónde ha salido? ¿Quién es su madre? ¿Por qué no sabías nada de él hasta ahora? A: No me pareció buena idea. Imagina que sí que es mi hijo, cosa que podría ser cierta dada la seguridad con la que uso la palabra "papá", ¿cómo podría hacerle ese tipo de preguntas? ¿Qué clase de padre demostraría ser, si ni siquiera recordara a su madre, si no me hubiera interesado nunca por él? B: ¿Y entonces qué has hecho? A: Le he observado durante todos estos años. B: ¿Años? A: Sí, ahora tiene 32. Se casa el mes que viene. Con una holandesa. Es que es muy del Barça. B: ¿Y todavía no sabes si es tu hijo? A: No, todavía no. Tiene algunos gestos míos, como cuando hago así con las cejas, e incluso tenemos los pies exactamente iguales: el derecho a la derecha y el izquierdo a la izquierda. En lo demás no nos parecemos tanto, pero claro, igual ha salido a su madre. Espero que su madre sea china, por cierto. B: A lo mejor se parece a su verdadero padre. Un señor chino. A: Sí, bueno, pero tampoco hacía falta decir eso. B: Pero es una posibilidad que est... Oh, mierda. A: ¿Qué ocurre? B: Nada, nada, lo del sable. Se me está... Abriendo la garganta... Por dentro... Entonces, tu... Tu hijo... ¿Tu hijo es chino...? A: Sí. B: Me parece... Muy racista por tu parte... A: Esa es otra cosa que me sorprende. Con lo correcto que soy, jamás tendría un hijo chino. Ni se me pasaría por la cabeza tal afrenta a la comunidad asiática. B: Creo que... Creo que... A: Además, si yo tuviera un hijo, sería géminis, que se lleva muy bien con mi signo, ofiuco. Él es virgo. ¡Virgo! ¿Estamos locos o qué? B: Creo que... Me muero... A: Vale, vale, ya lo he pillado. Lo que te decía, que soy muy crédulo, y no sé si este chico en realidad se está aprovechando de mí. B: Pero si eres pobre como una rata. A: Ya, pero también tengo cereales en casa. Siempre. B: Odio los cereales. Me gustan más las bombillas. Ah... A: Me has escupido sangre en los zapatos. B: Ya... Perdona... A: En fin, que no sé si ha pasado estos años conmigo porque soy su padre o por los cereales. B: Podrías pedirle el teléfono de su madre con cualquier excusa y... Au... Preguntarle... A: Lo hice. Le pedí su teléfono. Y me lo trajo. Mira, es este. B: Anda, es un Sony Ericsson. A: Y un chiste muy malo. B: Oh, mierda... Escuece... A: Sí, bueno, lo que tú digas. Es que soy tan crédulo que incluso me dijo que me había hecho una prueba de paternidad y que había salido positiva, y me lo creí. B: Adj... A: Y eso que el informe era un postit en el que ponía "SÍ". B: Entonces él sabe que... A veces... Dudas. A: Más de una vez me ha sorprendido mirándolo así: ¬¬ B: Au... A: Lo que más me hace sospechar es que yo soy una mujer. Y bueno, recordaría mi embarazo. Y lo suyo sería que me llamara mamá. B: Agf... A: Pero mamá no me llama. Siempre tengo que llamar yo. B: Rrfg... A: ¿Quieres parar con esos grititos ya? B: Duele... A: Eso va a ser del sable. Míratelo luego cuando llegues a casa. En fin. ¿Tú qué harías? B: … A: ¿Quieres dejar de retorcerte de dolor y contestar a mi pregunta? B: … A: Odio que siempre quieras ser el centro de atención. B: Llama... A una ambulancia... A: Sí, con lo caro que me sale llamar a un fijo. Mejor envío un whatsapp y ya está. Tanto gasto, tanto gasto... Que no soy millonario. O millonaria. No lo sé. Estoy hecho un lío. O una lía. B: Socorro... A: Tengo un hijo que mantener, ¿sabes? Y un elefante al que cuidar. B: Grgggh... A: Ah, mi precioso Ceferino. Casi no cabe en mi piso de cincuenta metros cuadrados, pero me hace compañía. Y ahuyenta a los ladrones. Más que nada porque no pasan por la puerta. B: Gñggg... A: Ceferino es mi hijo. También está muy gordo. Yo duermo en el descansillo desde hace años. Sólo entro para usar el lavabo. Es un follón. Me tengo que engrasar todo el cuerpo para ir deslizándome hasta lo que a veces es la taza y a veces no quiero saber lo que es, pero incluso se oyen quejas. B: Grghhh... A: En fin. Te dejo. No me has sido de mucha ayuda. B: … A: Tengo un elefante al que mantener y cereales que comprar. B: ...