diciembre 2009 | ||||||
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El poder de la ofimática
En cuanto vio el correo, tragó saliva. Y pensó algo así como “joder... ¿Y ahora qué hago?” Lo que hizo fue disimular. Ni siquiera borró el archivo, ni el suyo ni el del otro, sencillamente calló y cada vez que salía el tema en cualquier conversación de bar, decía "pues sí, hay que ver cómo está el mundo". Claro que tampoco podía hacer otra cosa. No podía simplemente llamar al periódico y decir, oigan, que ha sido culpa mía; verán, es que tengo un excel que... Porque claro, nadie iba a creerse que él tenía un excel que. Y si le creían, peor, que aún acabaría ahorcado como un Sadam Husein cualquiera. Y luego estaba lo del archivo de texto que había recibido. Había mucho loco por ahí suelto, pero ¿cómo se había enterado? Tenía que ser alguien de la oficina. El caso es que tenía un excel. Igual no hay mucha gente que en sus ratos muertos en la oficina se dedique a hacer excels, pero a él le relajaba, le distraía. Le servía incluso para desahogarse. Sí, desahogarse. Todas las pequeñas humillaciones, toda la rabia contenida, todas las ganas de marcharse dando un portazo y a la mierda la hipoteca, las concentraba en una hoja de cálculo perfectamente diseñada con el objetivo de conquistar el mundo. Las líneas y las columnas ocultaban fórmulas y macros que una vez puestas en marcha y tras un ligero ronroneo del disco duro desencadenarían catástrofe tras catástrofe hasta acabar con el planeta a sus pies. O eso había creído hasta entonces. Nada, una distracción como cualquier otra. No es que pensara ponerlo en práctica, ni mucho menos. Es como cuando dices, un día iré al despacho del jefe y le daré un bofetón. Sabes que no, no lo harás. Eres un tipo tranquilo y educado, no vas soltando bofetones por ahí. Pero lo piensas. Él, lo mismo, pero con su excel. Sólo que un día sin querer ejecutó una de sus macros y la hoja se puso a hacer sus cálculos, acompañada del ronroneo del disco duro y al cabo de dos horas, vale, el mundo no había sido conquistado, pero pam, guerra en Corea, la del norte o la del sur, a saber, que siempre las confundía. Y eso había sido su excel. Sin duda. Todas esas muertes en su conciencia. Niños, habían muerto niños. Y la cosa aún seguía, con sus bombardeos y sus tropas de la Onu y más niños muertos en su conciencia. Por culpa de un excel. Al menos no había destruido el mundo, bien es verdad. Por suerte, no le había salido del todo bien. Pero sí había pensado en arreglarlo. No para probar otra vez, ni queriendo ni sin querer, sino simplemente para demostrarse a sí mismo que era capaz de hacerlo. Era un pasatiempo como cualquier otro. Inocente. En principio. Pero luego estaba ese correo que le había llegado. Con un documento de word adjunto. Un texto que comenzaba con la frase: "Mi nombre es Rubio, Jaime Rubio, y sé lo que tramas. Te lo advierto: este *.doc puede con tu *.xls". Como para arriesgarse a conquistar el mundo en esas circunstancias. A saber quién sería el Rubio este y lo que hacía con su doc.