lunes, 14. abril 2008
Jaime, 14 de abril de 2008, 11:50:43 CEST

Yo no soy monárquico, soy juancarlista


De la serie Grandes temas de los artículos de opinión (3)

El 14 de abril (hoy para el lector; ayer para ese otro lector que siempre llega tarde a todas partes) se celebra el aniversario de la proclamación de la II República, un sueño que se terminó, como demuestra el hecho de que en España tengamos rey. Sí, sé que estos ejercicios de política ficción no suelen ser más que la proclamación de ideas extravagantes e imposibles de comprobar, pero me atrevo a decir que si tras la muerte de Franco se hubiera proclamado la III República, hoy en día Juan Carlos I difícilmente sería rey de España. Ahí queda eso. Es cierto que durante la República se cometieron muchos excesos: ahí tenemos la figura de don Segundo García, que el 7 de septiembre de 1934 se bebió él solito dos botellas de vino barato y acabó blasfemando en medio del Paseo de Gracia. Casi murió atropellado por un tranvía. Le salvó el hecho de que a esa hora no circulaban tranvías. Un borracho afortunado. Las blasfemias de don Segundo recibieron una respuesta más que tibia por parte de las autoridades: un sereno apenas le pidió, educadamente además, que hiciera el favor de bajar la voz. Esta connivencia con los anticlericales provocó una ola de protestas por parte del sector conservador de Barcelona: la señora Remei Montserrat, vecina insomne que a pesar de la edad conservaba un oído casi perfecto, envió una carta de protesta al director de La Vanguardia, firmada por su marido para darle más autoridad al asunto. La carta fue desestimada y jamás publicada. Sin duda, este incidente aislado demuestra lo inestable que era el equilibrio de las fuerzas políticas republicanas y lo inevitable que fue el alzamiento. Se podrán decir muchas cosas de Franco, pero lo cierto es que durante su necesario gobierno de transición al liberalismo, nadie oyó blasfemar a don Segundo García. Perdió el habla en 1935, tras dejársela olvidada en uno de esos tranvías que casi le mata. Pasó a anotar sus blasfemias en servilletas de papel. Las iba esparciendo por Barcelona, cosa que le valió el hábil sobrenombre de "El Tío Ese Guarro Que Lo Llena Todo De Papeles". Poco antes de morir aún tuvo tiempo de ver cómo la juventud compraba espráis de pintura y se dedicaba a hacer grafitis. Sí, don Segundo había nacido antes de tiempo. Como la República. Qué bonito queda terminar así, cerrando el círculo. Lástima que la cosa pierda si se explica.


 
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