viernes, 28. diciembre 2007
Jaime, 28 de diciembre de 2007, 15:51:54 CET

Inocente


Dado que hoy es 28 de diciembre, voy a gastar a mis seis lectores una simpática y algo --ja ja-- puñetera inocentada. Ya está. Sí, sí, ya. Je, je, je. Je, je, je, je. Je. Quizás parezca poco impactante así de entrada, pero es de ese tipo de cosas que no te das cuenta, pero empiezas a darles vueltas y al cabo de un rato dices pero qué hago pensando en esta tontería, mira que yo también, y te ríes de ti mismo y piensas bah, qué chorrada. Pero al cabo de un rato, mientras hablas con alguien por teléfono, notas que no estás prestando atención, que no sabes de qué coño te está hablando ese tipo y que incluso tienes que mirar la pantalla para acordarte de quién es, porque hasta la voz te suena extraña. Y es que, a pesar de que parece una tontería --y además lo es--, tú sigues pensando en el tema, dándole aún más vueltas, repitiéndote las mismas frases que te repetías hará ya tres o cuatro horas, añadiendo matices, ensayando mentalmente la entonación, deseando poder decírselas a alguien. Pero el único alguien que hay es ese tipo que está al otro lado del teléfono, ese que no sabes muy bien quién es ni mucho menos qué te está contando. Y vuelves a casa y sigues con lo mismo: te pones la tele, pero no te centras; lees un poco, pero levantas la mirada de las páginas y te pones a pensar en esa estupidez; tonteas con internet, pero al final te quedas con la mano quieta apoyada sobre el ratón, mirando --que no leyendo-- la portada de algún periódico. Al final parece que has conseguido olvidarlo cuando estás con tus amigos de copas, y te dices a ti mismo, ¿lo ves?, ya lo he olvidado, pero sólo con decirte a ti mismo que lo has olvidado, lo recuerdas otra vez y le sigues dando vueltas y te preguntan dónde estás, en qué piensas, tío, que la morena te está mirando. Y respondes que estás cansado y te vas a casa, pensando --más bien deseando-- que podrás olvidarlo tras un sueño reparador. Y no te cuesta coger el sueño, te duermes nada más tocar la almohada, y por la mañana ni siquiera piensas en eso. Te despiertas, no sé, recordando un jersey que viste en un escaparate, la chica aquella de ventas que dejó la empresa el año pasado o quizás alguna canción de cuando tenías veinte años. Sin embargo, es tomar un sorbo de café y vuelve a tu mente esa tontería, esa bromita ridícula, ese, no sé, comentario ridículo. Y se te pasa el hambre y te tumbas en la cama con la taza y el café se te cae encima y te quemas y te manchas la camiseta. Luego te duchas y vuelves a poner la tele. Sales a dar una vuelta, sin haber almorzado. Quedas para ir al cine con, no sé, el primer nombre que te sale en la agenda del móvil. Y cuando te preguntan si te ha gustado la peli dices psé, está bien, dándote cuenta de que no recuerdas nada, de que estabas en otro sitio. Y dices, oye, te voy a contar una cosa. Y le explicas esa chorrada que no te puedes quitar de la cabeza. Lo peor es que mientras hablas te das cuenta de que a la otra persona le parece una tontería, pero de verdad, y de que, a pesar de que intenta mostrar cierta comprensión y te da un par de consejos manidos, tipo, bah, olvídate, lo que necesitas es salir y distraerte, sabes que te está tomando como mínimo por un idiota obsesivo. Vuelves a casa, te encierras en tu cuarto y no sales en varios días, sin contestar al teléfono, sin consultar el correo, sin encender ni la radio, sin hacer nada excepto pensar en esa maldita tontería, en esa gracieta que no tiene ninguna importancia, porque no la tiene, qué la va a tener. Pero que aunque no la tenga, ya sabes que no vas a poder olvidarla en días, semanas, quizás meses. Pero al menos, dices, al menos, como se me está pasando el hambre, perderé esos quilitos que me sobran desde que tenía diecisiete años. Sí, es de ese tipo de cosas.


 
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