diciembre 2007 | ||||||
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noviembre | enero |
Malo conocido
Convencido de que era mucho mejor malo conocido que bueno por conocer, Santi veía cada viernes la misma película. Un dvd con una americanada más o menos simpática que le ayudaba a pasar el rato antes de irse a cenar con sus amigos de toda la vida al restaurante de siempre y luego tomar un par de martinis en el bar al que iban cada semana. Santi era consciente de que había por ahí muchas películas mejores que aquella. Simplemente no quería correr riesgos. Además, no era nada ni remotamente parecido a un cinéfilo: lo único que ocurría era que tenía los viernes por la tarde libres y necesitaba llenar un par de horas con algo de entretenimiento poco o nada exigente. Una noche, en el bar de siempre, un amigo le presentó a una compañera de trabajo con la que se había encontrado por casualidad, ya que la chica en cuestión no había estado nunca en aquel sitio, para sorpresa de Santi. Estuvieron hablando un rato, se cayeron bien y se intercambiaron teléfonos. Sólo el número, claro, no los aparatos. Santi hizo este chiste porque era el que siempre hacía las raras ocasiones que intercambiaba teléfonos (el número) con una chica. Quedaron para tomar café en la cafetería favorita de Santi. La única a la que iba, de hecho. Estuvieron tan a gusto y se rieron tanto que Santi pensó que aquello podía funcionar, que se veía sentado en el sofá los viernes por la tarde, disfrutando (más o menos) su película, con una lata de coca-cola en la mano, lata que siempre acababa justo cuando el protagonista entraba en el edificio abandonado donde se escondían los malos. Y se lo dijo. Le dijo, podríamos ir a ver una peli. Y él se refería a esa peli, la única, pero ella entendió "una" como "cualquiera" y le dijo que vale, que acababan de estrenar una que tenía muy buena pinta. Santi intentó mostrar cierta reticencia, pero era consciente de que apenas conocía a aquella chica y no podía decirle así como así que fueran a su casa a ver esa peli, porque ella igual creía que su única intención era que se acostaran y, si bien quería acostarse con ella, no se trataba de eso: también le apetecía ver el dvd. Así, tímido y deseoso de causar buena impresión, cedió a los deseos de la compañera de trabajo de su amigo y el viernes siguiente fue con ella a ver aquel estreno. La película resultó ser un tostón insufrible. Aburrida, tonta, con diálogos tan ridículos que hacían sentir vergüenza ajena. La chica no tuvo ningún reparo en reconocerlo a la salida: vaya porquería, le dijo, a ver si otra vez acertamos. Santi la miró, con sorpresa y odio: no habría próxima vez, no pensaba dejarse arrastrar de nuevo a cometer esa clase de errores. El viernes siguiente vería su dvd, con su lata de coca-cola en la mano, acabándola justo cuando el bueno entrara en el edificio abandonado donde se esconden los malos. Si aquella pobre desgraciada quería seguir dando tumbos de cine en cine con la vana esperanza de encontrar una película aceptable, era su problema y Santi no pensaba formar parte de él.