junio 2007 | ||||||
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Un espíritu recorre España
Jaime Rubio fue conducido ante el juez por atentar contra el espíritu de la transición. Según ha explicado la policía, este terrorista fue detenido de madrugada en un pasillo del Congreso de los Diputados, donde correteaba con un crucifijo y una tabla de ouija. Después de ser torturado, Rubio admitió libremente y sin haber sido sometido a presión de ningún tipo por parte de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, que pensaba exorcizar el parlamento para "dejar descansar en paz a ese pobre y torturado fantasma". Al comenzar el juicio y ante las negras perspectivas que se le abrían a Rubio, el juez decidió asignarle un verdugo de oficio, en lugar de un abogado de oficio. "Así vamos adelantando faena", explicó. Mientras el verdugo afilaba el hacha, el acusado exigió ejecutarse a sí mismo. El juez rechazó la petición, asegurando que por regla general los acusados que se ejecutan a sí mismos suelen matarse menos de lo necesario. El fiscal se negó a interrogar al acusado, limitándose a "hacer lo que a todo el mundo le gustaría": se plantó delante de Rubio y le estuvo escupiendo durante más de veinte minutos, parando sólo para beber agua. Cuando se cansó, le explicó al jurado que era inaudito que hoy en día aún hubiera personas que no guardaran el respeto necesario por el espíritu de la transición, sin el cual hoy en día comenzaría una decimocuarta guerra civil que traería el hambre, la muerte y la destrucción a los hogares españoles. Una vez se hubo dado cuenta de que se trataba de un juicio sin jurado, el fiscal le repitió lo mismo al juez, que le escuchó diciendo que sí con la cabeza, en una clara muestra de independencia. Al fin y al cabo, nadie le había obligado a decir que sí con la cabeza. Llegado el turno de la defensa y mientras el verdugo preparaba el nudo de la horca, Jaime Rubio comenzó a explicar que ya había llegado el momento de que el espíritu de la transición caminara "hacia la luz". Esa diatriba comunista y antidemocrática fue interrumpida por el juez, que le recordó que debía responder a las preguntas de su abogado o, en su defecto, a las de su verdugo, y no "soltar mítines contra la concordia entre los partidos, que llevan treinta años unidos con el objetivo común de construir una democracia que permita el cobro ordenado de comisiones de las constructoras". El verdugo, pillado por sorpresa, le preguntó a Jaime Rubio por la capital de Mongolia, por el nombre de la actriz más veces candidata a los Oscar, por el general que venció a Napoleón en Waterloo, por el autor de Cien años de soledad, por el sexto planeta del sistema solar y, acabando con los deportes, por el nombre del toro que mató a Manolete. Las respuestas de Jaime fueron respectivamente: Ulan Bator, Aída de Gran Hermano, Patton, Cervantes, Omicrón Persei 8 e Islero. Al haber acertado sólo dos preguntas, Rubio fue declarado culpable de atentar contra la reconciliación nacional y de conspirar para comenzar una guerra civil. Se le condenó a escribir todos los editoriales que se publicarán en ABC hasta 2010 sobre los treinta años de democracia, la constitución española, el entendimiento entre los pueblos de España y el deseo de que no se repitan las condiciones que propiciaron la guerra fraticida del 36. Al oír la sentencia, Rubio le arrebató el hacha al verdugo para acabar con su sufrimiento, pero se lió con el pronombre posesivo y acabó con su sufrimiento (el del verdugo). Consternado, pidió perdón a la familia y se matriculó en un taller de gramática para adultos.