diciembre 2006 | ||||||
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Corrupción (cadavérica) en Chile, 2 (de 2)
De vuelta en el hotel, me puse a pensar en dónde podría estar escondido Pinochet. Con sus treinta millones de dólares, sin contar lingotes de oro, podía estar en cualquier parte del mundo: las islas Fidji, Mykonos, la luna, Port Aventura, Minsk, una caja fuerte suiza... No había rincón del planeta que no estuviera al alcance de ese tipo. Pero, claro, al fin y al cabo no se trataba más que de un viejo absurdo. Seguro que quería ir a algún sitio que le recordara los buenos tiempos, quizás estaba con alguno de sus amigos de la juventud. Alguno que quedara vivo. Sonreí. Lo tenía. Llamé al aeropuerto y reservé un billete para Washington. Pinochet estaría oculto en casa de Henry Kissinger. Volví a llamar al aeropuerto y cancelé el billete. Jamás he estado en Washington y tendría el mismo problema con las calles que en el caso de Santiago de Chile. Volví a comprarlo: decidí que me inventaría los nombres. Llegué al aeropuerto Abraham Lincoln y pedí un taxi, que, como cualquiera que haya ido a Washington sabe, en esa ciudad son de color lila y verde. Le pedí al conductor que me llevara a la avenida Gravens, cerca de Woggins Square, donde Kissinger tenía su residencia. Antes vivía en Parins Road, pero se mudó a una casa más pequeña cuando sus hijos se independizaron. Me gustaba más la casa de Parins, porque estaba cerca del parque Wreig Costal North y de un acogedor restaurante de la calle Acandemor. La seguridad de la mansión era impresionante. El interfono de la verja tenía CÁMARA. Es decir, no pude limitarme a contestar "Nixon" cuando Kissinger me preguntó quién era, sino que además tuve que mostrar al objetivo una foto del ex presidente para resultar creíble. Suerte que siempre llevo una en la cartera. El caso es que el confiado ex Secretario de Estado y Premio Nobel de la Paz me dejó pasar, sin ni siquiera sospechar que Nixon llevaba años muerto. Por cierto, es curioso eso del Nobel. Le iban a dar el de química, por los experimentos con gaseosa desarrollados en todo el mundo, pero al final le dieron el otro por un error burocrático. Se ve que en sueco si le quitas la tilde a "química", estás escribiendo "paz". (Nota: es posible que alguno o todos los datos de esta narración sean falsos.) Cuando Kissinger abrió la puerta, mostró cierta indignación. --Otra vez me han vuelto a engañar con lo de la foto. Si viene usted a cobrar lo de la comunidad, ya le he dicho al... --No, no... ¡Vengo a por esa sucia rata que tiene escondida! --Oh, estupendo. Verá, llevo días oyéndola roer los cables en el basement... Digo basement y no sótano porque soy americano... Es increíble lo rápido que han venido. Pensaba llamarles mañana por la mañana. --¡Me refiero al dictador! --Ah, ¿usted uno de los esbirros de Garzón? --¡Sí! ¡Y a mucha honra! ¡Anda que no mola el flequillo canoso! --Pero si ya no lo lleva. --Pero ahí están las fotos. En fin, entréguemelo. Al dictador, no a Garzón. Lo podemos hacer por las buenas o por las malas. --Por las buenas se lo doy sin más, supongo. ¿Y por las malas? --Le entrego este maletín con cinco millones de euros. --¿Esas son las malas? --Sí, son malas para mí. Ese dinero sale de mi sueldo. --¿Y si vamos a medias? --Oh, no podría hacer eso. Sería poco ético. Piense que voy a declarar los cinco millones y este año igual me desgravan un trece por ciento y hacienda me devuelve algo. El año pasado fueron cincuenta y nueve euros con setenta céntimos. --No me gustaría perjudicarle, así que me quedaré con todo el dinero. El dictador está en el piso de arriba. Descansando y recuperándose de los ajetreos hospitalarios. Está viendo American Idol. Es como Operación Triunfo, sólo que en inglés. --¿Y? --No, nada, sólo comentaba. Iba a entrar sin llamar en la habitación donde Pinochet estaba escondido, por aquello del factor sorpresa, pero me pareció de mala educación, así que golpeé con los nudillos. --Un momento, que me estoy cambiando la camiseta. Llevaba una del Che, je je... Poco apropiada en este país. Ahora sí, adelante. Entré. Allí estaba el dictador, con su larga y cana barba, vestido con un chándal Adidas rojo y fumando un habano mientras leía el Granma. Le agarré por el pescuezo y lo metí en un saco que llevaba preparado en el bolsillo de la chaqueta. Lo malo es que con esto de las normas de seguridad de los aeropuertos tuve que facturarlo. Perdieron el paquete y tal, pero al final lo recuperaron. Se había quedado en el aeropuerto de Ámsterdam por un error con la escala. Llegó dos días más tarde. Por desgracia, Baltasar Garzón me informó de que me había equivocado: al parecer no había capturado a Pinochet, sino a Santa Claus. (Ah, Kissinger, me la has vuelto a jugar. ¡Me vengaré!) Y, además, durante el trayecto, en fin, cómo decirlo... Digamos que en el aeropuerto de Ámsterdam no le alimentaron como es debido. Vaya, que no le alimentaron en absoluto. Como no informé de que era una mascota. En fin. Culpa mía. Lo reconozco. Ejem. Lamento decir que miles de niños se quedarán sin regalos estas navidades. Ejem. Sí. Pero, bueno, los regalos tampoco son lo más importante, ¿no? Está eso del amor. Y las reuniones familiares. Y, er... En fin. Tengo que... Tengo que irme. Ejem. Ejem.