viernes, 30. junio 2006
Jaime, 30 de junio de 2006, 10:00:12 CEST

Sólo se deserta dos veces (2)


Me desperté a primera hora de la mañana. Las ocho en punto. El sol ya casi había salido del todo y tenía tiempo para hacer algo de ejercicio y mejorar aún más --en caso de que tal cosa fuera posible-- mi impecable forma física. Por desgracia me di la vuelta y me volví a dormir hasta las once. Seguramente me echaron algo en la cena --que tomé en el mismo hotel-- porque luego me volví a dormir hasta la una y media. No es normal en mí. Jamás salgo de la cama más tarde de las doce. No me gusta remolonear. Decidí ir a tomar café y comer algo por el centro. Aprovecharía para intentar averiguar algo al respecto de los planes del embajador alemán, gracias a mis numerosos contactos. Al salir vi que el cura seguía en la calle. Me siguió. Me metí en el clásico bar de oficina del Vaticano. Estaba frecuentado por curas y monjas, que hacían una pausa en sus tareas diarias. Noté que el cura que me seguía no saludaba a nadie. Estaba clarísimo que no era un sacerdote de verdad. Sólo algunos monjes hacen voto de silencio. Me senté en una mesa y pedí un desayuno ligero. Tostadas, una ensaimada y tres cafés. Como ya eran casi las tres, aproveché para almorzar: espagueti al pesto, pizza de cuatro quesos, un par de botellas de lambrusco y otros tres cafés. Seguramente me echaron algo también en la comida, porque, a pesar de su frugalidad, me sentía pesado cuando salí de aquel local. Sin duda, fue así como me atraparon. Con trampas. Envenenándome. Abotargándome. Noté un golpe en la cabeza y todo se fue a negro. Desperté en un sótano oscuro y húmedo. Enfrente de mí, de pie, estaba el cura que me había venido siguiendo. --Buenos días, señor Blond. Los años de entrenamiento estaban bien presentes en mi frío y acerado cerebro. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Sólo podía decir mi nombre y mi número de identificación. No me sacarían nada más, estaba entrenado para soportar todo tipo de torturas... --Tengo algo para usted. El cura abrió la Biblia. Una Biblia falsa. De la que sacó un cortauñas. --¡Por favor no me pegue! ¡No soporto el dolor! ¡No me haga daño con eso! ¡Se lo contaré todo! --No, esto es para mí --dijo, mientras procedía a hacerse una rápida manicura--. Lo que tengo es una oferta. Como usted sabe, esta es una guerra terrible y tanto usted como yo queremos que se acabe cuanto antes. --¡Sí! ¡Lo que usted diga! ¡Deje que me vaya! ¡Le daré todos ahorros! ¡Los doscientos catorce euros! --Obviamente, los esfuerzos de, entre otros, la agencia para la que usted trabaja, sólo sirven para retrasar ligeramente su derrota y alargar el sufrimiento de mucha gente. --El mío, por ejemplo. Deje que me largue. No diré nada. Desertaré otra vez. Un enemigo menos contra el que luchar, ¿no le parece suficiente? --Señor Blond... Me decepciona. Tenía pensado ofrecerle que trabajara como agente doble, pero sería un disparate. No nos sirve. --¡Sí! ¡Sí que les sirvo! ¡Sería el mejor agente doble de la his...! --¡Cállese! No tengo más remedio que matarle. --¡Sí que tiene más remedio! Lo que no tiene es imaginación. --Señor Blond, rece sus últimas oraciones. El falso cura se sacó una escopeta de cañones recortados de debajo de la sotana. --¡Espere, no me mate! --¿Y ahora qué ocurre? --Ya no queda espacio en este post. --¿Tendré que esperar hasta mañana? --No mañana es sábado. Hasta el lunes. --Cielos, ¿podré aguantar mis ganas de disparar? --¿Podré resistir este pánico sin que me dé un ataque al corazón? --¿Podrán los lectores vivir con tanta incertidumbre? --Oh, no te preocupes por ellos. Tienen cosas que hacer. --¿Cómo qué? --¿No juega España, o algo? --Igual sí.


 
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