junio 2006 | ||||||
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Tradiciones
El momento más desenfadado del funeral llegó cuando ya todos habían abandonado la iglesia. La viuda agarró la corona, se plantó en la puerta, de espaldas a familiares y amigos, y la arrojó. La corona cayó sobre don Antonio Cifuentes, un joven empresario amigo del difunto. Según la simpática tradición, Cifuentes será el próximo en morirse. Como ya apuntaron los asistentes, este hombre aún no ha cumplido los cuarenta y cinco, pero se le ve avejentado. Se cuida poco, tiene sobrepeso y no hace nada de ejercicio. Es lo que tiene tanto trabajar: todo el día comiendo fuera e hinchándose a salsas y a fritos, sin tiempo para dedicarse a uno mismo. Cifuentes dejará viuda y dos gemelas de seis años, pero lleva su muerte con buen ánimo. "No soy supersticioso --afirma--, pero sí amante de las tradiciones de mi tierra. Si hay que morirse, pues me muero y punto, ya ves tú qué problema". El casi difunto asegura que lo dejará todo bien dispuesto para cuando se vaya. "Sobre todo por mis hijas. No quiero que les falte de nada". La futura viuda no dudó en asegurar que "este tío es tonto. Y un cabezón. Ahora por no quedar mal está dispuesto a morirse. Sólo por el qué dirán. Tendría que haberle hecho caso a mi madre y haberme casado con Javier, que era pobre, pero al menos no era tan imbécil. Pero, ay, me dejé cegar por la boyante fábrica de grapas que acababa de abrir mi Antonio". Este cronista ha buscado al tal Javier por toda la comarca. Sin éxito. Mucho nos tememos que la pena ha hecho enloquecer a la futura viuda de Cifuentes, llevando a que su débil cerebro creara una fantasía que le permitiera sobrellevar con algo de entereza la terrible pérdida a la que se enfrentará.