noviembre 2005 | ||||||
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Terapia
Para resolver de una vez por todas las dudas acerca del estado mental de Augusto Pinochet, las autoridades chilenas recurrieron a mí: querían que le aplicara el Método Jaime Rubio de Diagnóstico Psiquiátrico. Este método que desarrollé en los noventa es francamente simple: consiste en aplicar un cuestionario que algunos pusilánimes tildan de "agresivo" y de evaluar las respuestas del paciente siguiendo el baremo Rubio que otorga los jaimepuntos de cordura correspondientes. Este baremo es complejo y mis lectores no son muy inteligentes que digamos, así que vayamos al grano, a la entrevista. El señor Pinochet me recibió en su despacho, sentado en un sillón con orejas, envuelto en una bata de franela, peinado con ese estiloso y tan propio lametón de vaca y agarrado a un bastón con puño de márfil. Después de darle los buenos días y sin ni siquiera sentarme comencé el análisis. --¡Estás loco, viejo de mierda! Pinochet me miró con los ojos descolocados. --Te doy los buenos días y ¿qué me contestas? Buenos días. Pero si son las cuatro de la tarde, animal de bellota. Pero lo que más me jode es lo del bastón. ¿Para qué coño te agarras al puto bastón si estás sentado? Acto seguido le agarré el palo y le sacudí en la cabeza varias veces. --¿Ves cómo no lo necesitas para nada, idiota? ¿Acaso te has caído, inválido de mierda? Dicho lo cual, arrojé el bastón y me senté enfrente del anciano. Creo que susurraba algo así como socorro, pero el ruido que provenía de la otra habitación no me dejaba oír nada. Luego supe que uno de los hijos de aquel anciano tan agradable estaba intentando entrar al haber oído los golpes. Por suerte, mis celadores le retuvieron y, ya de paso, le dieron un par de patadas en la cabeza, ja ja, son incorregibles. --Bien, viejo estúpido, hablemos claro: ¿está usted loco o sólo se lo hace? ¿Se quedó el dinero? ¿Mató a esos rojos? --No me acuerdo, pero no es cierto. No es cierto, y si fuera cierto, no me acuerdo. --¡A mí no me venga con pamplinas! ¡Explíqueme qué ha soñado esta noche! ¿Cuántas veces se acostó con su madre? ¿Aún se hace pajas, pervertido asqueroso? ¿Por qué huele como si se hubiera cagado encima? Sé que puede sonar duro. Al fin y al cabo, estaba gritándole a un anciano que lo único que había hecho en su vida había sido firmar papeles que él no entendía y que le habían llevado a convertirse, ante la cruel e injusta mirada del mundo, en un millonario asesino. Pero ése era y es mi trabajo: dejar claro que aquel pobre inocente era un loco al que habían engatusado para que se quedara con millones de dólares en contra de su voluntad. --Bien, señor Pinochet. ¿Dónde estaba usted el 11 de septiembre de 1973? --Yo... No me acuerdo... --¡Miente! ¡Miente! ¡MIENTE! Se acuerda perfectamente: estaba sodomizando a su gata. --Yo, yo... No tuve más remedio que volver a agarrar el bastón. --Todo lo que hice.... No me pegue... Se lo debo a Dios. --¡LOCO! ¡LOCO DE MIERDA! ¡ZOÓFILO ASQUEROSO! ¡ERA UNA POBRE GATITA INOCENTE! ¡VEN A MÍ! ¡YO TE SALVARÉ DE TU LOCURA! ¡MIAU MIAU MARRAMIAAAAAU! --Soc... Soc... orro... Jamás quise hacerle daño a nadie... --¡Yo tampoco! ¡Es por tu bien! ¡BASTARDO! Ya no recuerdo nada más. Desperté en el hospital, con varias costillas rotas y un terrible dolor de cabeza. Según me explicaron los abogados del dictador, el hijo de Pinochet había conseguido burlar la vigilancia de mis celadores y había impedido que siguiera con mis prácticas. --Esto es terrible --les dije--, así no puedo emitir un diagnóstico fiable. No recogí suficiente información. Necesito quedarme a solas un par de horas con él. Como mínimo. Se trata de un caso complejo. Y tampoco me importaría que su hijo viniera a verme a mi consulta. Los abogados se despidieron con un "ya se verá lo que se puede hacer", pero lo cierto es que no contestaron a mis llamadas. Una pena. Mi testimonio les hubiera servido de mucho. Porque para mí que ese viejo es un loco hijo de puta, pero, claro, necesito recoger pruebas. Así es la ciencia: fría e imparcial.