noviembre 2005 | ||||||
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Protesto enérgicamente
Jaime Rubio fue conducido ante el juez por agresión al director de una oficina bancaria. El acusado había sido arrestado mientras aporreaba con un cojín --relleno de cantos rodados-- a Jordi Vila, empleado del mes en nada menos que diecisiete ocasiones en la sucursal que actualmente dirige. Rubio renunció a contar con un abogado: "Prefiero defenderme a mí mismo, señoría. He visto Algunos hombres buenos y me considero preparado". El juez le preguntó si eso era verdad, a lo que el acusado respondió: "¿La verdad? ¡TÚ NO PUEDES SOPORTAR LA VERDAD!" Tras ser reducido por los alguaciles, el fiscal le preguntó por los motivos que le habían llevado a agredir al señor Vila. "Los bancos son unos ladrones", contestó Rubio, a lo que el fiscal replicó que lo único que hacen los empleados de los bancos es "sacar adelante un negocio tan honrado como el que más y dar así de comer a miles de familias y a sus hambrientos hijos, además de hacer crecer el producto interior bruto del país y colocar a España en la cabeza de Europa. Si somos miembros del G8, de momento sólo moralmente, es en gran parte gracias a los bancos y a empleados como Vila". Rubio adujo que la riqueza de los bancos se fabricaba a costa de la pobreza de millones de niños africanos y que los banqueros se divertían negando hipotecas a jóvenes como él mismo. El fiscal hizo añicos sus supuestos argumentos, recordando que si los niños africanos pasan hambre, "lo único que tienen que hacer es cambiar de trabajo, cosa que el sistema capitalista liberal no sólo permite sino que además favorece. En cuanto a las hipotecas, me permito observar que el señor Rubio tiene cincuenta y dos años, vive con sus padres y le concedieron una hipoteca hace diecisiete años cuyo contrato no firmó". La más que hábil labia del fiscal hizo enfurecer a Rubio, quien, ya desesperado, se puso de pie, gritando que aquello no era una hipoteca, era la venta al banco y por los siguientes cuarenta años de su espíritu libre. Mientras los alguaciles se veían obligados a reducirle de nuevo, Rubio insistía en que él era un hombre libre y no un esbirro de los banqueros, y que no pensaba doblegarse a las exigencias de los "mafiosos vendepisos acosancianas". Las conclusiones del juez fueron demoledoras. "Usted, como hombre libre que es, tiene derecho a contratar libremente una hipoteca a cuarenta años y a darle todo lo que cobra a ese señor --por el banquero agredido--. Por tanto, se le condena a hacer ejercicio de su libertad y abrir en el banco de la víctima una cuenta Superahorro Financiero Total y Absoluto 0,5% TAE Cada Siete Lustros. Es una cuenta muy buena. El año pasado me dio diecisiete céntimos de intereses. Para que luego comunistas como usted digan que los bancos son unos chorizos". Rubio adujo que aquella cuenta había provocado que el Sahara, antaño una selva, se hubiera convertido en desierto, a lo que el juez hizo caso omiso. Tras el mazazo de su señoría, los alguaciles redujeron de nuevo a Rubio, por si acaso.