noviembre 2005 | ||||||
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Un juicio justo
Señoría, las pruebas presentadas contra mi cliente no son concluyentes. Apenas circunstanciales. Sólo demuestran que el acusado sostenía un cuchillo mientras la víctima se desangraba enfrente de él por motivos que la fiscalía no ha explicado satisfactoriamente. También se ha hablado de una supuesta amenaza. Pero, al fin y al cabo, ¿quién no le ha dicho alguna vez a algún amigo, en un tono ab-so-lu-ta-men-te de broma algo así como, cito textualmente, "te mataré, cabrón, aunque sea lo último que haga en mi vida, te clavaré este cuchillo hasta que te desangres como un cerdo, hijo de puta, hijo de la grandísima puta"? En cuanto a lo que la señora fiscal llama "móviles", es bastante fácil demostrar que no son tales. Se dice que la víctima se acostaba con la mujer de mi cliente. Pero cuando se habló de este tema durante el juicio, mi cliente se echó a llorar y a gritar: "Hijos de puta, hijos de la grandísima puta". Su reacción demuestra que desconocía la relación entre la víctima y su esposa y, por tanto, ésta no podía impulsarle a cometer ningún crimen. Por lo que se refiere al hecho de que la víctima fuera también su jefe y le hubiera despedido dos días antes de lo ocurrido, no es cierto que esto le hiciera perder los estribos. O, si se los hizo perder, fue de alegría. Señoría, señores y señoras del jurado, mi cliente odiaba su trabajo. ¿Y quién no? Yo también odio mi trabajo. No es agradable tener que defender a asesinos cornudos y pusilánimes que son tan estúpidos que merecen que les den una paliza por merluzos, por débiles, por no saber cómo se mata a alguien y encima pretender que yo --¡YO!-- pierda el tiempo intentando salvar sus grises, mediocres y vacías vidas... El abogado agarra a su cliente por el cuello y comienza a apretar. Se oyen gritos de sorpresa entre el público. Un par de alguaciles intentan separarles. El juez musita: "Otra vez no, Martínez, otra vez no". ¡Eres un medio hombre despreciable! ¡Si en tu puta vida hubieras demostrado una quinta parte de la entereza que te dominó cuando agarraste el cuchillo jamonero, tu novia no te habría puesto los cuernos y tu jefe no se hubiera reído de ti en tu cara! ¡Rata miserable! ¡No vale la pena vivir tu vida! ¡Eres culpable de ser un flojo, un bobo y un mendrugo! ¡No mereces compartir el mundo en el que yo vivo, pringao, subnormal! ¡Te condeno a morir! Uno de los alguaciles se decide a sacar la porra y le sacude al abogado cuatro o cinco veces, hasta que cae inconsciente. El otro alguacil ayuda al acusado a incorporarse. A su vez, el acusado grita: "Hijo de puta, hijo de la grandísima puta" e intenta lanzarse al cuello del abogado. Los alguaciles le sujetan sin apenas esforzarse. El juez levanta la sesión y llama a un médico.