noviembre 2005 | ||||||
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Tornillos
Si usted tiene un automóvil, un ordenador o lleva gafas, le debe mucho a Javier Ruidolfo, más conocido como el Rey de los Tornillos. Y es que los tornillos que fabrica en Viscalesmates se venden en todo el mundo y mantienen unidas las piezas de todo tipo de productos. Se usan incluso en Fórmula 1. "Desde niño he vivido muy intensamente esto de los tornillos --explica--. Los tornillos son como un gusanillo que te pica y se te mete en el cuerpo y ya no te deja. Un gusanillo metálico, claro". Ruidolfo comenzó desde abajo en la por aquel entonces modesta fábrica de su tío. "Al principio contaba tornillos. Era un trabajo apasionante y que requería mucha concentración. En cada caja tenía que haber cien exactos, ni uno más ni uno menos. Recuerdo que los compañeros me desconcentraban explicándome chistes o pegándome puñetazos, qué risa. El clima que se vivía era genial. Ahora las máquinas son las que cuentan las piezas y se ha perdido gran parte del placer y del encanto que suponía fabricar tornillos. De todas formas, fabricamos una serie artesanal para coleccionistas y connaisseurs, en la que se siguen contando a mano". Ruidolfo explica que el secreto de su éxito es la pasión que siente por su trabajo: "Yo vivo por y para los tornillos. La familia ya sabe lo que hay y lo entiende. Si llego a casa a las diez de la noche y el otro día me crucé por la calle con mi hijo y no le reconocí no es por el dinero, no, es por la satisfacción que produce fabricar los mejores tornillos del mundo. Hasta la Nasa los utiliza". De hecho, lo único que exige a sus empleados es eso mismo: "Pasión incondicional por esos pequeños trozos de alma enroscables. Que sean conscientes de que los tornillos mantienen el mundo unido y que ellos son piezas fundamentales en ese hecho tan maravilloso que es el de que las piezas no se vayan cayendo por los puestos. Que entiendan que si han de quedarse en la fábrica tres horas más es para que la sociedad que conocemos y que disfrutamos no se desmorone ante nuestra perezosa mirada". Ruidolfo se quita las gafas y deja la mirada perdida en el infinito: "Imagine cómo sería un mundo sin tornillos. Todo cogido con celo o cordeles. Un mundo inestable, caótico, a punto de despedazarse. La vida sin tornillos sería un infierno".