septiembre 2005 | ||||||
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¡Relativista! ¡Borracho!
Jaime Rubio fue nuevamente conducido ante el juez. En esta ocasión había sido arrestado por caminar por la vía pública con un libro de Jacques Derrida bajo el brazo. Rubio se presentó una vez más sin abogado. "¡Le he despedido! --explicó--. ¡Le pillé robándome la cartera!" Por supuesto, el pobre hombre no se daba cuenta de lo mal pagada que está la abogacía. Su mala educación no quedó allí: "¡No reconozco a este tribunal!", bramó. Y al ser preguntado por las razones, aseguró que era a causa de sus creencias religiosas. Preguntado por estas creencias, el acusado explicó que era solipsista y que se negaba a ser juzgado por el fruto de su imaginación. "Tengo un terrible complejo de inferioridad y seguro que me acabo declarando culpable". El juez desestimó sus objeciones y aprovechó para recordar sus cuarenta años de lucha por la justicia y contra el comunismo, enlazando con la causa que se estaba viendo aquella mañana: "Y ahora, joven (es un decir), me viene usted con un librito de uno de esos posmodernistas que con su palabrería ininteligible socava los cimientos de la verdad establecida". El acusado fue duramente interrogado por la fiscalía. Rubio reconoció que había pagado casi doce euros por el libro y aseguró que pensaba leerlo "en casa, tomando café de Kenia mientras escucho el primer cuaderno de El clave bien temperado". Finalmente y presionado por el buen hacer del abogado de la acusación, admitió que lo llevaba encima por si veía "a alguna chica con gafas de pasta y tetas gordas" a la que pudiera impresionar. Tarea harto difícil, se permite comentar este cronista, dado el problema de acné que arrastra Rubio, a pesar de que por lo demás aparenta haber entrado ya en la cuarentena. "¿Y no es menos cierto --siguió el señor fiscal-- que usted TAMPOCO entiende lo que explica Derrida?" "Derrida no explica --respondió Rubio--, Derrida sugiere, estimula, pone en duda y hace dudar". "O sea --remachó la acusación--, que no le entiende". Rubio se limitó a bajar la cabeza y a musitar algo acerca de la profesión de la madre del fiscal. No reproduciremos las palabras que creímos entender, pero sí que explicaremos que Rubio también se refirió en términos poco elogiosos a la familia del letrado y les deseó una muerte lenta y dolorosa por inmersión en una piscina cuyo contenido no detallaremos. Rubio recibió finalmente una multa de sólo 300 euros, al no haberse podido demostrar que había leído el texto del "filósofo" en cuestión. También se le retiró el permiso de conducir cuando nada más salir del tribunal se metió en un coche con claros síntomas de embriaguez. Además, el coche no era suyo. Sus vanas excusas --"¡Pero si era un taxi!"-- no le sirvieron de nada.