jueves, 5. mayo 2005
Jaime, 5 de mayo de 2005, 10:05:36 CEST

Y la flecha rebotó


Fue un mazazo. Sobre todo para sus hijos, que confiaban en que ya se retiraría a descansar, viejo y viudo, después de más de sesenta años dedicado a la política. Al principio, claro, todo el mundo se alegró de los primeros síntomas. Más vigor, mejor color de cara, digestiones menos pesadas, una memoria más fiable. Sus colaboradores y aspirantes a sustituirle sonreían viendo cómo podría acabar los últimos meses del mandato con la dignidad y el vigor que le habían venido fallando. Los temores comenzaron cuando dejó de decir aquello de "me siento tan fuerte como si tuviera veinte años". Porque no hacía falta que dijera nada: era evidente que así comenzaba a sentirse. Y a verse. Se le retiraron algunas de las arrugas y de las manchas de la piel, perdió algo de peso, le desapareció la cojera. Así, y para espanto de hijos y delfines, el presidente acabó anunciando que se presentaría a las elecciones por novena vez. En el partido se plegaron a sus deseos. Cómo no, señor presidente, nos alegra y emociona su decisión, señor presidente. Aunque algunos meses más tarde se sabría de un complot ideado para asesinarle, cancelado por falta de apoyo de algunos sectores del partido. El proceso siguió su marcha. Casi no hizo falta retocar la foto de los carteles. Sus mejillas estaban lisas y sonrosadas, y apenas se le marcaban algunas grietas en la frente. A medida que transcurría la campaña, el pelo se le volvía negro e incluso le crecía en zonas de la cabeza desde hacía ya treinta años brillantes y desérticas. La prensa le preguntó acerca de este cambio prodigioso. "No tengo muy claro cómo ha sucedido. Imagino que iba tan directo a la tumba y con tanta carrerilla, que reboté, como en el juego de la oca. O igual la oposición me ha envenenado y, como lo hace todo mal, así estoy". Perdió aún más peso y volvió a ir en bicicleta. Corrió el rumor de que se había liado con su secretaria y esto acabó de decidir las elecciones: ganó por mayoría absoluta. Formó gobierno y juró el cargo mientras se apartaba la melena con la mano que debería haber estado apoyada en la constitución. Se sacó novia formal y los fines de semana se dedicó a salir con sus amigos. Mejor dicho, con los nietos de sus amigos. También se apuntó al equipo de fútbol del parlamento. Sus hijos le reprochaban que no le dedicara más tiempo a la familia. "Sí, hombre, para críos estoy yo ahora". En cambio, el equipo de gobierno le pedía que prestara más atención a los asuntos de estado. Cuando lo hizo, declaró para pasmo d todos que había abrazado la doctrina comunista y que pensaba nacionalizar la banca y los prostíbulos. Dimitió a los dos meses, por simple aburrimiento y después de haber suprimido las cárceles, "esa herramienta opresora del sistema". Publicó un libro de poemas y se marchó a dar la vuelta al mundo. "Ser joven y tener dinero", dijo, sonriendo mientras subía al avión, luciendo un pendiente en la ceja izquierda. No se le volvió a ver. Aunque en Nueva York, su primer destino, un niño intentó comprar un billete de autobús para Toronto, mostrando el pasaporte de un señor de ochenta y cuatro años cuya identidad no fue revelada por la policía. Y al pie de la CN Tower apareció un bebé de varios días, llorando. El crío fue llevado a un hospital, donde desapareció. Y luego se habló de una señora gallega que se quedó embarazada de nueve meses. Directamente, sin más. Para luego ir deshinchándose poco a poco. Los médicos llegaron a la conclusión de que no había tanto de lo que extrañarse: lo del presidente no había sido más que el típico canto del cisne de los moribundos, que se sienten tan bien y tan sanos antes de morirse del todo, mientras que lo de esa señora se trató sólo de gases intestinales algo más consistentes de lo normal. Lo típico, vaya.


 
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