martes, 19. abril 2005
Jaime, 19 de abril de 2005, 10:10:03 CEST

Contra la lectura


Se acerca el Día del Libro y no son pocos los inconscientes que aprovechan para recomendar la lectura, aunque sea de un libro de cocina. Ante tanta papanatada acerca de los mundos que se abren cuando uno abre un libro y el placer casi sexual de acariciar un viejo tomo de cuentos de Chejov, creo conveniente recordar los peligros que trae consigo eso de leer, por mucho que esté de moda. Hay que comenzar por lo evidente: leer le deja a uno ciego para cualquier cosa que no sea el libro. Mucho se ha hablado acerca de la posibilidad de prohibir fumar mientras se conduce, pero es que conducir mientras se fuma sustancias ilegales, estando completamente borracho y hablando por el móvil es más seguro que hacerlo mientras se lee. Es que uno no debería ni cruzar la calle con un libro en las narices, al no poder asegurarse de que el semáforo está realmente en verde. Por tanto y de entrada, leer puede matar. La lectura afecta además al cambio climático. Por supuesto, de forma negativa. Y es que por cada libro que se edita hay que talar decenas de árboles que dejarán, evidentemente, de fabricar oxígeno. Leer en una pda no ayuda, ya que esto contribuye a incrementar el consumo de energía. Por supuesto, también aumenta este consumo el procesamiento que requiere el reciclaje de papel. Leer contribuye asimismo a aumentar las desigualdades. Cuando alguien lee y otro no lo hace, crece la brecha entre cultos e incultos, dejando (en principio) en clara desventaja a estos últimos. Por otro lado, donde más se lee es en los países ricos, ya que en los pobres bastante tienen con sobrevivir al dictador de turno. Por tanto, habría que dejar de leer por solidaridad con el tercer mundo. De este modo les daríamos a los países pobres tiempo suficiente para alcanzar nuestro nivel cultural, en caso de que esto sea necesario y deseable, cosa aún muy discutida. Los libros incluso aumentan el índice de criminalidad. Cabe recordar que son relativamente pocos quienes se atreven a robar una joyería o tirarle del bolso a una ancianita. Pero son más los que no dudan en meterse un libro bajo el abrigo y largarse sin pagar, aun en el caso de que la librera sea una viejecita y el autor un antiguo joyero como Juan Marsé. Esto de robar libros causó estragos hará veinte o treinta años: casi todos los miembros de la generación que ahora tiene entre cuarenta y cincuenta relatan cómo robaron un libro en una librería de viejo parisina. En caso de que al menos la mitad sean sinceros, la mayoría de librerías de viejo de París habrá quebrado, sin que a nadie le importen los hijos hambrientos de los dueños. Por otro lado, ¿qué hay de los lectores pasivos? Todos hemos tenido que soportar en alguna reunión de amigos al típico pesado que dice algo así como "precisamente leía el otro día que los delfines no son tan inteligentes como se dice" o "esto me recuerda a esa divertidísima novela de Wodehouse en la que". A ver. Cada uno puede hacer con su cerebro lo que quiera. Martillearlo, agujerearlo, estudiar para dentista o incluso llenarlo de letras. Pero los demás no tenemos la culpa, no tenemos por qué sufrir lo que uno piense acerca de La Metamorfosis o si el Quijote habla en realidad de lo duro que es ser un podólogo frustrado. Sin duda, hay aún más motivos para no leer. Aunque con estos yo creo que bastaría para plantearse una posible prohibición. En todo caso, valgan a modo de advertencia a los incautos que se dejan manipular fácilmente por los medios de comunicación y podrían acabar comprando algún libro este sábado --aunque sea de cocina-- y, horror, leyéndolo. Sí, los escritores también tienen derecho a comer, no lo niego, pero que se busquen un trabajo digno que no perjudique a los demás. Que piensen que una de sus hijitas pequeñas e indefensas podría acabar leyendo uno de sus libros. Y, en consecuencia, muriendo en un terrible accidente de tráfico.


 
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