octubre 2003 | ||||||
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No son horas
Yo estaba acostumbrado a entrar a trabajar por la tarde, así que, la verdad, me está costando mucho adaptarme a mi nuevo horario. Sobre todo teniendo en cuenta que soy de mucho dormir y mal despertar. En general, no se me da bien salir de la cama: levantarme antes de mediodía para mí es hacerlo temprano, mientras que despertar antes de las diez es madrugar. Y aún no he encontrado la palabra adecuada que describa lo que supone que no sean ni las ocho de la mañana y ya esté caminando en dirección al metro. Lo curioso es que parece que estos horarios no son raros. Yo pensaba que la gente de bien era mayoría y a esas horas estaba durmiendo. O acostándose. Pero no. Resulta que las calles, los bares y el metro están atestados. No sé si incluso hay más gente a esas horas y en esos sitios que en El Corte Inglés un sábado por la tarde. Es más, muchas de esas personas incluso mantienen conversaciones entre sí, cuando yo apenas soy capaz de alzar las cejas y de musitar algo parecido a "groulam" cuando llego a la oficina. Por suerte, la simpática recepcionista –¡que ni siquiera tiene cara de sueño!- interpreta ese mugido como un saludo. Eso sí, he de reconocer que estoy de acuerdo con Josep Pla: la luz de la mañana es la que más favorece a Barcelona. Aunque igual sólo ocurre que, al no estar acostumbrado, me atrae la novedad. La maldita novedad, gruñen mis ojeras.