mayo 2003 | ||||||
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Mortadela
Mi padre disfruta desde hace unos meses de una merecida jubilación anticipada. Entre otras cosas, esto ha supuesto que se implique más en las tareas del hogar, con cierta comprensible torpeza y para asombro mío y de mi madre. Ya sólo falta que mi hermana haga la cama para que nuestra casa sea como la de la pradera, poco más o menos. El caso es que hoy mi padre ha ido de compras. Leche, zumo, pan, lo normal, vaya. Pero también ha traído un queso que no sabía a casi nada -bueno, quizás un poco a goma-. Y yogures naturales azucarados, a pesar de que soy el único que toma yogures naturales y ya debería saber que no me gustan nada los azucarados. Pero lo peor ha sido la mortadela -sí, mortadela- con aceitunas -sí, con aceitunas-. Yo ni siquiera sabía que existiera eso. Al menos, espero que alguien se la coma bien pronto. Sea quien sea. Porque no sé durante cuánto tiempo podré ir abriendo la nevera para encontrarme allí esas lonchas rosas y verdes sin que me dé un ataque o un algo. Sí, vale, ya estoy viendo a ese lector amante de los bocadillos de mortadela montando en cólera por mi desprecio al tan digno embutido. Ningún problema, que pase a buscarlo que se lo regalo aunque no sea mío. Para él. Para su nevera. Hala.