marzo 2003 | ||||||
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Decisiones y responsabilidades
Uno de los recelos a la ingeniería genética que expone Jürgen Habermas en El futuro de la naturaleza humana es el hecho de que los hijos puedan pedir responsabilidades a sus padres por las decisiones que hayan tomado sobre su persona. Por poner un ejemplo algo tontorrón, un hijo podría recriminar a sus progenitores que no hubieran previsto la posibilidad de una molesta alergia a la lactosa. Habermas parece suponer muy a la ligera que hoy día no podemos pedir responsabilidades a nuestros padres, arguyendo que somos fruto de leyes de la naturaleza que ni mucho menos controlamos por entero. Pero puede que se precipitara al llegar a esta conclusión. Peter Sloterdijk recoge una curiosa historia al respecto en Extrañamiento del mundo, libro que no habla de genética y que además es anterior al enfrentamiento sobre este tema entre ambos filósofos. Sloterdijk se pregunta justamente por si tenemos alguna posibilidad de dar a nuestros padres algún permiso simbólico y retroactivo para engendrarnos, y pone un ejemplo de las consecuencias que puede tener esta idea casi inconsciente y casi absurda: "La corte de justicia federal se ocupa en la actualidad [1993] de la demanda de una joven, que quería ser fotomodelo, contra su madre, bajo el cargo de que ésta, con vistas al riesgo de que su hija pudiera heredar la forma de la nariz del padre, desatendió su obligación de cuidado respecto a la hija por una elección no óptima de pareja". Claro que alguno dirá que no hay que tener muy en cuenta a una niñata acomplejada por una nariz ganchuda. Pero pongamos otro caso. Supongo que todos recordamos a aquellas dos mujeres sordomudas que decidieron tener una hija mediante fecundación in vitro -si no recuerdo mal- y que decidieron que esta niña sería sordomuda como ellas. ¿Tendrá derecho esta muchacha a exigir responsabilidades a sus madres por una decisión tan absurda? Otra decisión que se podría tomar hoy día sin necesidad de recurrir a la ingeniería genética: elegir el sexo del niño. El Observatorio de Bioética y Derecho de la Universidad de Barcelona -nada menos- avala que los padres puedan hacer esta elección, cosa que hasta ahora sólo se permitía para evitar enfermedades. El argumento que se esgrime es que lo mejor es que el niño sea lo más deseado posible. Claro que, del mismo modo que unos padres ansían, por ejemplo, tener una niña, también pueden querer que sea lista y guapa. Y, ya puestos a pedir, pelirroja, que así se sacaría un dinerito rodando anuncios, que los niños pelirrojos están muy solicitados. Es decir, ¿por qué una cosa sí entra en el supuesto "que el niño sea lo más deseado posible", mientras que las demás ni se mencionan? ¿Realmente es posible establecer alguna diferencia, una vez traspasado cierto límite? Claro que siempre cabe la posibilidad de que, simplemente, se esté allanando el camino para cuando el resto de opciones sí sean posibles. Aunque, la verdad, llegados a este punto, no sabría qué contestar si, siguiendo al doctor Watson, alguien me preguntara qué tiene de malo traer niños guapos y listos al mundo. Excepto que, de entrada y a falta de mejores argumentos, todo esto no me gusta ni un poquito así.