diciembre 2002 | ||||||
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noviembre | enero |
No estoy de acuerdo
Discutir sólo sirve para aferrarse a las propias opiniones aún con más fuerza. Una discusión no es más que un diálogo de sordos en el que los argumentos se repiten una y otra vez, generalmente palabra por palabra y a veces precedidos de unos "sí, pero" que, en realidad, no cumplen ninguna función dentro de la frase. En definitiva, discutir podrá ser un buen ejercicio dialéctico, pero lo único que se saca de estas batallitas es un considerable estrechamiento de entendederas. Otra cosa, claro, es el diálogo, el intercambio de ideas, el enriquecimiento mutuo desde puntos de vista diferentes. Pero cuando pienso en diálogos, también me vienen a la cabeza términos como la edad dorada del hombre o la paz perpetua. Es decir, conceptos más que deseables, pero que no creo que hayan existido, existan o puedan existir jamás. Quizás sólo se pueda dialogar a distancia, que es una forma de diálogo un tanto falsa. Es decir, por escrito, leyendo las opiniones del otro y esperando un tiempo antes de contestar. Así se puede calmar ese impulso que nos hace llevar la contraria a toda réplica por sistema. Es pues, el único modo de enfrentarse a ideas ajenas a las nuestras con la esperanza de sacar algo positivo. Eso sí, en una discusión en vivo, hay veces que una de las dos partes está dispuesta al diálogo, con lo que, durante la discusión, cede, matiza y reconoce errores. Punto en el que la disputa termina y quien se ha mantenido inamovible cree haber "ganado". Y es que se confunden los intentos de establecer un diálogo con una simple capitulación. De todas formas, por lo general, las discusiones no terminan más que por agotamiento. A partir de entonces se cambia de tema, se sigue bebiendo o cada uno se va a casa, reconstruyendo dicha discusión, reelaborando las propias frases y deseando haber sido lo suficientemente ágil de lengua como para haber pensado en esa respuesta perfecta que ahora viene a la mente sin dificultad, pero que cuando era necesaria no aparecía por ninguna parte. Por supuesto, ambos -o los tres, o los cuatro- acaban convencidos de haber ganado y de tener toda la razón del mundo. A veces incluso agarran al primer medio conocido con el que se topan y le narran la disputa entera. A su manera, claro, introduciendo opiniones y cambiando ligeramente, lo justo para que la reconstrucción siga sonando verosímil, alguna de las réplicas. Todo con la única esperanza de que otra persona que no sea él mismo le dé la razón.