Es habitual la confusión entre presagio y causa. El presagio es irracional, personal, supersticioso. Puede ser incluso irritante. Hoy me he cortado al afeitarme, por lo tanto, no voy a tener un buen día. Me he despertado antes de que suene el despertador, así que me irá bien el trabajo. Nuestros presagios, hay que admitirlo, no suelen acertar, aunque recordemos con alegría los que dan en el clavo.
En cambio, con las causas y sus efectos, hay poco margen de error. Si giro la llave, el coche se pondrá en marcha. Tras contar un buen chiste, se oirán carcajadas. Cuando un presagio falla, lo normal es que nos olvidemos del tema. Si una causa no produce el efecto esperado, nos preocupamos y buscamos una explicación.
Pero las diferencias a veces son difusas. Por ejemplo, estamos convencidos de que hay una relación de causa y efecto en el hecho de apretar un interruptor y que se encienda la luz, a pesar de que no tengamos ni idea de cómo funciona la instalación eléctrica. En cambio, vemos como algo sorprendente estar seguros de que alguien nos va a llamar, suene en seguida el teléfono y sea justo esa persona. Cuando puede que haya por en medio un proceso semejante al de la lámpara, sólo que no hemos sido conscientes ni de cuándo ni de cómo hemos apretado ese interruptor. No hablo de magia, hablo, simplemente, de pequeñas causas que no somos muy hábiles en reconocer.