Los amigos y familiares de Silvia creen que es una maleducada que nunca recuerda los cumpleaños. Se equivocan, pero cómo explicárselo.
Todo comenzó cuando cometió el error de comprar un regalo que era realmente bonito y, además, útil: un jersey rojo para una amiga. Pero le gustaba tanto que fue incapaz de dárselo.
Llegó a salir de casa con la bolsa en la mano, pero tuvo que volver a subir. Aquel jersey era para Silvia. Incluso era de su misma talla. No le importó ir a la cena con las manos vacías: ya le compraría otra cosa a su amiga. El mismo jersey, pero de otro color, por ejemplo. Se excusó diciendo que había estado enferma. "Ya te traeré algo", dijo. La homenajeada contestó con un "no te preocupes, eso no es lo importante" de cortesía, que Silvia decidió interpretar literalmente. La verdad era que no parecía molesta.
Para el siguiente cumpleaños, en esta ocasión de un amigo de la infancia, quería volver a comprar algo horrible, como siempre. Para evitarse problemas. Un disco con canciones del verano, una bolsa de viaje de algún color imposible o una camisa que le fuera demasiado grande. Pero no, cómo hacerle eso a un viejo amigo. Vio un libro que hacía tiempo que quería leer y del que le habían hablado muy bien. Lo compró. A él le encantaría. Pero, de nuevo, fue incapaz de regalarlo. Lo había comenzado por curiosidad y no podía dejar de leerlo. Era realmente bueno. Pensó en dárselo después de acabarlo, pero el lomo ya se había agrietado y las páginas se notaban manoseadas. Además, ya había pasado un buen puñado de días y sería incluso de mala educación llevárselo a esas alturas. En su estantería estaba bien.
Los cumpleaños (y las navidades) fueron pasando y repitiéndose, y ella no podía dejar de comprar regalos magníficos de los que no podía desprenderse. El último disco de Beck, unos guantes de cuero, los cuentos completos de Nabokov, velas aromáticas. Claro, cómo llevarles algo feo o cómo comprar dos cosas iguales. Una vez te acostumbras a los regalos perfectos (que para ser perfectos han de ser únicos) no puedes ir por ahí regalando juegos de maquillaje baratos o algún peluche espantoso para el coche.
Al principio a sus amigos y familia no les molestaba mucho que no regalara nada. Al fin y al cabo, un despiste lo tiene cualquiera. Además, confiaban en que acabara dándoles algo, aunque fuera con días -o meses- de retraso. Pero ahora muchos son incapaces de disimular su cabreo. Sí, claro, los regalos son lo menos importante, pero se quejan de que parece que ni piense en ellos. Es el detalle, aseguran, sin demasiado convencimiento, es el detalle.
Silvia, de todas formas, cree que se está comportando de manera intachable, que es una buenísima amiga. Pensando en la gente que quiere compra los regalos ideales. Unos regalos tan bonitos y tan agradables que no puede hacer otra cosa que quedárselos. En cambio, ella no deja de recibir por su aniversario pendientes baratos, libros que ya tiene y que le da vergüenza decir que quiere cambiar, adornos de dudoso gusto para sus estanterías o incluso algún juego de marcos para fotos. Y se ve obligada a sonreír, a dar las gracias y a usar todo aquello, al menos, unos días.