Una vez fui de convivencias con mi clase. La cosa consistía en llevarnos a una especie de espantosa residencia durante un par de días para hablar de Dios, de la amistad, del futuro y de ese tipo de cosas de las que es mejor no hablar. Aunque sólo sea por una cuestión de elegancia. Mis primeras (y últimas) convivencias. Tenía 15 años.
Sí, suena horrible, pero tengo una buena excusa: las opciones eran ir
allí o hacer un examen de física. Ahora, como es natural, sé que debería haber escogido el examen ya que, en todo caso, sólo duraba una hora. Pero con 15 años resulta difícil acertar en la toma de decisiones. Al menos, y a pesar de esos dos días, no me volví ateo.
No fue especialmente divertido. Pasamos largos ratos sentados en círculo, contestando por turnos a las preguntas propuestas por el profe e intentando establecer algo más o menos parecido a un debate. Una de las preguntas venía a ser algo así como: "¿Qué esperas de la vida?". Lo sé, la de los salesianos es la orden religiosa más cursi. El caso es que uno de mis compañeros, al que llamaremos Fernando, contestó: "Una vida normal".
Se armó cierto revuelo. ¿Cómo podía alguien desear una vida "normal"? Otro compañero, por desgracia sentado a mi lado, puso cara creo que trascendental, y me dijo: "Una vida normal, qué aburrido".
Hace unas semanas me dijeron que Fernando se había hecho sacerdote. El que quería una vida normal ha escogido una opción que siguen sólo
19.500 personas en España, un 0.05 por ciento de la población, más o menos.
El resto de mis compañeros respondió con frases más románticas y sueños más excitantes. Allí había futuros actores, escritores, viajeros empedernidos, algún músico, famosos arquitectos y un odontólogo millonario. Sin embargo, todos -o casi- acabarán -¿acabaremos?- con un trabajo aburrido, dos niños malcriados (Kevin y Jennifer), un perro sucio y una hermosa hipoteca.
El que quería una vida normal se hace cura: toda una extravagancia hoy día. El resto seremos empleaduchos de traje gris y corbata fantasía en planta de caballeros, dos por 19.95.
Es también curioso que -en su momento y todavía ahora- el deseo de normalidad resultara provocativo. Es extraño que extrañe lo normal, que lo cotidiano resulte excéntrico. Hoy por hoy, la sensatez es una frivolidad y el realismo, un delirio.
Jaime, 26 de agosto de 2002, 1:42:14 CEST
¡Plagio!
Delia me avisa: uno de los cuentecillos que os dejé,
Calle Indians, 74, ha sido hábilmente copiado. Al parecer, Adolfo Bioy Casares usó mi idea para
La trama celeste, en un desagradable caso de
plagio por anticipación. Este tipo de robo artístico es más cruel que el común, ya que hace aparecer a la víctima como ladrón. El verdadero plagiario aduce la unidireccionalidad del tiempo y la antigüedad de los hechos; tristes excusas.
Es posible que muchos estéis también sorprendidos por el hecho de que el cuento de Casares -su versión- es mejor. Admitámoslo, mucho mejor. Pero, claro, hay trampa: él lo escribió en 1948; yo, hace un par de años. En consecuencia, tuvo más de medio sigo para perfeccionar mi idea, antes de que yo la pusiera por escrito.
La verdad, no me esperaba esto de Adolfo Bioy Casares, un autor que es el ABC de la literatura argentina, él solito, sin ayuda ni de Artl ni de Borges. A saber qué contesta a esta acusación. Es más, a saber
cómo contesta, dada la situación horizontal en la que se encuentra desde el 8 de marzo de 1999. A mí sólo me queda decir que mi cuento es un homenaje. Pésimo eufemismo que debo usar en defensa propia.