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La economía se hunde en el más negro de los abismos y quien lo niegue merece una muerte lenta y dolorosa
El índice de dedos por mano ha caído un 0,3 por ciento en el último trimestre, dejando la tasa interanual en el 4,18, el número más bajo desde 1991. Según los expertos, esto podría provocar una caída de la producción y el consumo en la industria de los guantes, que provocaría a su vez un efecto en cadena en todo el sector textil, luego en el global de la economía y, final y trágicamente, haría mella en la calidad de las series de televisión. Y en septiembre estrenan la tercera temporada de Dexter, por lo que no deberíamos correr riesgos inútiles. Este dato horrible que por sí solo ya debería llevarnos a todos a salir a las calles gritando y estirándonos de los pelos se une a la caída de aciertos por primitiva y al excesivo incremento del dato de dudas por compra -creo, no sé, quizás--, que ha llevado a un alarmante incremento del índice de remordimientos por gasto, especialmente en el sector pastelero. Es decir, la felicidad se agota. No se trata de mero alarmismo: hay tiendas que, con la fácil y poco comprometida excusa del buen tiempo, ya no venden guantes: "Es un producto que nosotros no tocamos", asegura por ejemplo Matías Fernández, dueño de un concesionario de automóviles y, en tanto que traidor a los guantes, uno de los principales responsables de la crisis de los dedos y, por tanto, merecedor de cárcel y torturas. Según los analistas, el número de niños con seis o más dedos se ha ido reduciendo de forma acelerada a lo largo de los últimos años, mientras que los accidentes laborales y los resultados de ciertos arriesgados juegos sexuales se han mantenido estables, a pesar de los avances en implantes. Algunos expertos aseguran que mientras el índice se mantenga por encima de cuatro no existe problema real, ya que el quinto dedo es el meñique, que casi no sirve para nada, excepto, quizás, para lucir anillotes de oro o tomar el té de forma afectada. Así, por ejemplo. ¿A que doy rabia, con el meñique levantado, en plan qué fino soy, cuando todo el mundo sabe desde 1983 que la gente elegante en realidad no hace estas cosas? En conclusión, el meñique está sobrevalorado y pasado de moda. Es mi penúltimo dedo favorito. De todas formas, quedan lejos esos tiempos en los que el índice de dedos por mano superaba el cuatro y medio, tiempos que los fabricantes de guantes creyeron que nunca iban a terminar. Y ahora están todos suicidándose por las esquinas. Salvo los pocos previsores que diversificaron la producción y fabricaron también calcetines, conscientes de que la gente los luce incluso en las prótesis.
¿Qué es ese ruido?
¡Oigo a un montón de gente gritar! ¡Imagino que habrán sido contagiados por algún virus que les ha convertido en peligrosos zombies caníbales! ¡No, listo, no; eso no es una película! Suerte que tengo un rifle, ya que yo soy liberal y creo que las armas no matan. Voy a apostarme en la ventana y liarme a tiros con todos esos muertos vivientes. No me deis las gracias. Sólo hago lo que creo que debo hacer. Ah, oigo sirenas, petardos, cláxons... Cláxones... ¿Cómo es el plural? ¡Bocinazos! ¡Estoy rodeado! ¡Si al amanecer no he regresado, dile a Mary Lou que jamás la quise y que sólo le dije que me casaría con ella para que me dejara en paz! ¡Dale este reloj a mi hijo, y si no tengo hijos, dáselo a... No sé, a un niño! No, espera, que el reloj es bueno. Quédatelo tú y cámbialo por un par de jamones. Me queda un consuelo: me llevaré a unos cuantos zombies caníbales por delante. No, no me llaméis héroe. Llamadme Sebastián. Siempre me ha gustado cómo suena ese nombre. Sebastián. Sebas. El Sebas. No, es igual, llamadme héroe.
Crisis en el PL
A pesar del magnífico resultado del Partido Limonero en las últimas elecciones generales (mucha gente nos dijo que éramos su segunda opción), el liderazgo del limón está siendo seriamente comprometido. Por una mandarina. Los defensores de la mandarina aducen que es más dulce y fácil de pelar, aunque lo cierto es que la mandarina aún no ha dicho esta boca es mía. Supongo que porque no tiene boca. Motivo que comparte el limón para no haber dicho tampoco nada al respecto, aunque hay que decir que se ha mantenido al margen de la polémica con una sobriedad y elegancia mucho mayores. Faltaría. Yo apenas soy un militante de base, pero dado que no somos muchos (entre uno y dos, ahora no lo recuerdo), me voy a permitir alzar mi voz y gritarles a esos gamberros que hagan el favor de irse a otro lado con sus litronas. Gamberros. Bien, una vez se han ido esos jipis de debajo de mi ventana, puedo concentrarme en escribir mi opinión acerca de la crisis de liderazgo por la que está pasando nuestro partido. Sin duda, los resultados no son malos: no nos presentamos en las penúltimas elecciones y sí lo hemos hecho en las últimas, cosa que muestra una clara mejoría. No nos votó nadie, pero nos podría haber votado alguien. Antes no éramos capaces de generar estas ilusiones. Son por tanto los mejores resultados de nuestra breve, pero que se hace un poco larga según como la cuentes, historia. (Por cierto, yo tampoco voté al Partido Limonero: en un exceso de entusiasmo y de modestia, opté por el voto en blanco, temeroso de que una mayoría absoluta se nos subiera a la cabeza y olvidáramos nuestro talante moderado y dialogante.) Pero no todo son buenas noticias: la campaña del limón ha sido más bien abúlica. Se ha limitado a rodar calle abajo, evitando los gintonics y demás combinados alcohólicos. Quizá le hacía falta la garra populista que sin duda tiene la mandarina. De todas formas, me atrevo a preguntar: puede que la mandarina sea una buena candidata, ¿pero sería una buena presidenta? Al fin y al cabo, es una mandarina. ¿Cuándo se ha visto que una mandarina tenga responsabilidades de gobierno? El ejemplo de Arkansas entre 1996 y 2000 no me vale: eso era una toronja, maldita sea, no sé cuántas veces tendré que decirlo. Además, ¿no da rabia que te acabes de comer una mandarina y que te tengas que lavar las manos cincuenta veces para quitarte el olor? Sinceramente, creo que el limón no ha agotado su ciclo. Los más críticos (y menos cítricos, ja, ja, ja) creen que debería ser cortado por la mitad y dejado en la nevera para evitar malos olores, pero creo que a nuestro líder aún le queda mucho zumo en el cargador (ja). Su capacidad de trabajo es innegable, del mismo modo que nadie puede poner en duda la solidez de sus ideas. Bueno, menos Rebeca. Sí, siempre es la misma. Mira que se lo tengo dicho. ¿Por qué pones en duda la solidez de las ideas del limón? Y ella, porque me da la gana. Pues vale. Pero aparte de Rebeca, nadie. Bueno, Sergio también. Pero no cuenta: sólo lo hace porque le gusta Rebeca y cree que si le da la razón en todo se la va a ligar. No sé, a mí me parece que a Rebeca le gustan con más personalidad, pero, bueno, él sabrá. No, a mí no me gusta Rebeca. Que no, ya vale, pesaos. Me cae bien y punto. Es simpática y graciosa, pero nada más. Sí que es guapa, pero tampoco... Que no me gusta, te digo. Toda para Sergio, se la regalo. Que no lo digo por decir, que me parecería perfecto que salieran. Aunque a ella no le gusta ese cretino. Clarísimamente. Pf. Sergio. Anda que no. Si está gordo. Sí que está gordo: mírale la barriga cuando se sienta. Pues eso: que el limón sigue siendo el líder ideal para nuestro partido, el más fiel a sus raíces y al programa de renovación y de vertebración del estado que según algunos proponemos. Yo es que no lo tengo muy claro porque aún no me he podido leer el programa. Tengo mucho lío en el trabajo. Y fuera del trabajo. Ayer estuve planchando, por ejemplo.
Yo no soy monárquico, soy juancarlista
De la serie Grandes temas de los artículos de opinión (3)
El 14 de abril (hoy para el lector; ayer para ese otro lector que siempre llega tarde a todas partes) se celebra el aniversario de la proclamación de la II República, un sueño que se terminó, como demuestra el hecho de que en España tengamos rey. Sí, sé que estos ejercicios de política ficción no suelen ser más que la proclamación de ideas extravagantes e imposibles de comprobar, pero me atrevo a decir que si tras la muerte de Franco se hubiera proclamado la III República, hoy en día Juan Carlos I difícilmente sería rey de España. Ahí queda eso. Es cierto que durante la República se cometieron muchos excesos: ahí tenemos la figura de don Segundo García, que el 7 de septiembre de 1934 se bebió él solito dos botellas de vino barato y acabó blasfemando en medio del Paseo de Gracia. Casi murió atropellado por un tranvía. Le salvó el hecho de que a esa hora no circulaban tranvías. Un borracho afortunado. Las blasfemias de don Segundo recibieron una respuesta más que tibia por parte de las autoridades: un sereno apenas le pidió, educadamente además, que hiciera el favor de bajar la voz. Esta connivencia con los anticlericales provocó una ola de protestas por parte del sector conservador de Barcelona: la señora Remei Montserrat, vecina insomne que a pesar de la edad conservaba un oído casi perfecto, envió una carta de protesta al director de La Vanguardia, firmada por su marido para darle más autoridad al asunto. La carta fue desestimada y jamás publicada. Sin duda, este incidente aislado demuestra lo inestable que era el equilibrio de las fuerzas políticas republicanas y lo inevitable que fue el alzamiento. Se podrán decir muchas cosas de Franco, pero lo cierto es que durante su necesario gobierno de transición al liberalismo, nadie oyó blasfemar a don Segundo García. Perdió el habla en 1935, tras dejársela olvidada en uno de esos tranvías que casi le mata. Pasó a anotar sus blasfemias en servilletas de papel. Las iba esparciendo por Barcelona, cosa que le valió el hábil sobrenombre de "El Tío Ese Guarro Que Lo Llena Todo De Papeles". Poco antes de morir aún tuvo tiempo de ver cómo la juventud compraba espráis de pintura y se dedicaba a hacer grafitis. Sí, don Segundo había nacido antes de tiempo. Como la República. Qué bonito queda terminar así, cerrando el círculo. Lástima que la cosa pierda si se explica.
La tortura no es arte ni etcétera
De la serie Grandes temas de los artículos de opinión (2)
Estoy en contra de los toros porque son muy violentos. El otro día me puse delante de uno y casi me mata. También me insultó y me amenazó. Yo no le había hecho nada. Pero los toros son así, brutos. Se les va la pinza y, hala, venga, a liarse a broncas. A pesar de eso, también estoy en contra de las corridas de toros. Especialmente porque el término "corrida" favorece la profusión de chistes malos. Luego además está el tema de la tortura. Quiero decir, ya no los echan por la tele ni nada, pero siguen siendo superaburridos. Son un rollazo insoportable. Como, no sé, marear a un perro, en plan, tirándole cosas para que vaya a buscarlas o haciéndole dar saltitos para que intente agarrar un hueso de plástico que tienes en la mano. Pero, claro, con eso igual te pasas diez minutos. Y luego te aburres. Pues con los toros, lo mismo, sólo que se empeñan en torear unos seis o siete por tarde. ¿Qué sentido tiene? Falta ritmo. Y variedad. Tendrían que hacer dos toros, un oso, un perro, dos leones, un elefante y un oso panda. Puede que los osos panda sean monos, pero yo no me fiaría. Monos en sentido figurado: ya sé que no son monos, sino osos. Por eso se llaman osos panda. En todo caso, lo que quiero decir es que los gatos panda son grandes, tienen garras enormes y una boca lo suficientemente amenazadora como para sospechar. Lo del bambú es una tapadera, imagino. Seguro que cuando estás confiado, pensando en que esos bichos tan monos (y tan poco osos) que comen hierbas son no sólo inofensivos sino también simpáticos, te agarran de un zarpazo y te arrancan la cabeza. Claro, bajas las defensas y ¡zas!, te conviertes en comida de panda. En esto consiste el darwinismo y por eso estoy en contra de las corridas de toros y a favor de las corridas de osos panda. Los animales no son simpáticos. Un ser irracional no puede ser simpático. Ni siquiera todos los racionales lo son. Sergio es un borde, por ejemplo. Si le conocierais sabríais por qué lo digo. Maldito Sergio. Y me debe quince euros. Además, como los panda están en peligro de extinción, necesitan muchas corridas. Ja, ja. No, si los hago yo no son malos. No tanto, al menos.
P.D.: Reconozco que torear a un elefante es lento y trabajoso. Pero eso ya no es torear, sino elefantear, como su propio nombre indica.