Inevitable (2)


Teniendo en cuenta que va a haber guerra a no ser que ocurra un milagro, ¿se puede ser optimista? A pesar de lo escrito un poco más abajo, prefiero pensar que sí. Mejor dicho, prefiero obligarme a pensar que sí. Siguiendo el artículo que publica hoy Marçal Sintes en el diario Avui, ya sólo queda esperar que esta guerra sea rápida, que muera el menor número de gente posible y que, al final, en Iraq haya algo parecido a una democracia. Aunque, como recordaba Carles Miró ayer mismo, ni siquiera se sabe si se ha llevado a cabo lo prometido en Afganistán después de acabar con los talibanes. Aparte del famoso oleoducto, claro. Así pues, parece que, definitivamente, Estados Unidos está dispuesto a controlar Oriente, "desde Pakistán al Mediterráneo, y de Turquía a Yemen", como explicaba Jordi Pujol en La Vanguardia. Sólo cabe esperar que, aunque no opten por el mejor método -al menos, no el más civilizado-, todo esto sirva realmente para acabar con el terrorismo y para que, de paso -sólo será de paso, ya que es un objetivo secundario-, se instaure alguna democracia, que en las democracias no se vive mal del todo. De todas formas, hace ya meses que parecía claro que Bush no iba a convencer a nadie de que Husein es realmente una amenaza. Por lo visto, la decisión de entrar en guerra ya estaba tomada y, simplemente, se estaba dejando al resto de países la posibilidad de apuntarse al bando de los buenos. O, al menos, de los vencedores. Quizás no sea mala idea esperar que al final haya algo más que muertos y ventajas políticas. Que no nos hayan mentido. Sí, lo sé, se trata de un lastimoso intento por mostrarme optimista. Pero no creo que pueda hacer nada más.


 
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Inevitable (1)


Dentro de unas 48 horas podremos disfrutar de una de esas guerras rápidas sin bajas estadounidenses, en las que apenas muere un puñado de civiles y en las que se consiguen impresionantes avances tecnológicos. La guerra acabará dentro de unos días, con la instauración de una democracia en Iraq semejante a la que hoy disfrutan los afganos justo antes de caerse de la cama. De paso, se acabará con el terrorismo internacional, Estados Unidos impondrá la seguridad en la zona, y la gasolina será gratis durante un mes, para festejar la llegada de la paz perpetua, posible gracias a haber preparado tan bien la guerra, siempre justa cuando es contra el enemigo. Ah, y las bolsas subirán, de pura alegría. De hecho, ya están subiendo.


 
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La mordaza


El presidente de la comunidad de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, visitó la Universidad Complutense para inaugurar la nueva sede de la facultad de Informática, donde fue recibido por decenas de estudiantes que coreaban lemitas en contra de la guerra. Hasta ahí, todo sería normal, si no fuera porque los estudiantes no dejaron que Gallardón les contestara, cosa que demuestra que no hay nada como un eslogan para acabar de agujerear ciertos cerebros esponjiformes. Y es que da igual lo que se defienda o lo que se ataque: al final, para muchos, todo consiste en gritar y hacerse el rebelde. En Barcelona, a quien casi no dejan hablar fue a Gotzone Mora, profesora de la Universidad del País Vasco y miembro de ¡Basta ya! Esta señora tenía previsto dar una conferencia en la UB sobre el clima que se vive en las universidades vascas, pero el rector del centro barcelonés, Joan Tugores, decidió suspender la charla. Hay que decir que Tugores no suspendió las conferencias que dieron Pepe Rei o Arnaldo Otegi, cosa que me parece perfectísima y necesaria, pero alguien debería explicarle que fomentar el diálogo quiere decir que no se escucha sólo a una de las partes. En fin, uno creía que para llegar a rector había que ser, como mínimo, un poco inteligente y tener cierta cultura, pero parece que no es indispensable. Por suerte, al final Mora pudo dar su charla en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, que dirige Josep Ramoneda. Este par de burradas me recuerda la espiral del silencio, término acuñado por Elisabeth Nöelle-Neumann, que explicaba que quienes sostienen opiniones diferentes a las de la mayoría, tienden a silenciarlas por temor al aislamiento. Sólo que en casos como estos, más que espiral del silencio hay una espiral de la mordaza o del esparadrapo, como se prefiera, en la que cuatro cretinos se creen legitimados para no permitir el mínimo desacuerdo. Y, la verdad, me da lo mismo que estos anormales defiendan la paz en el mundo o el asesinato de todos los pelirrojos: demuestran siempre escasez de ideas y sobredosis de eslogans.


 
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Sin complejos


Para ser político es necesario no tener ningún sentido del ridículo. Y es que lo mismo le puede tocar a uno unirse a la rúa de carnaval como botar en el balcón de la Generalitat para celebrar que el Barça ha ganado cualquier copa -cosa esta última que dicen los historiadores que a veces sucedía. En todo caso, el alcalde o presidente de turno ha de intentar mantener la dignidad en todo momento y, a ser posible, hacer entender a los posibles votantes que se lo está pasando de muerte. El último bochorno, a mi entender, lo ha protagonizado el alcalde de Barcelona, Joan Clos, que se ha sacado de la manga una versión de Boig per tu como himno electoral. Para que nos entendamos, y por si alguien no conoce la cancioncita, el tema de Sau es una especie de Yesterday a la catalana, una tonadilla que casi todo el mundo opina que queda bien en todo momento: bodas, aniversarios, bautizos, elecciones. En el vídeo promocional, además, parece que sale el alcalde bailando en plena calle -no quiero verlo, no quiero verlo- con poca traza y no mucha voluntad, imagino que grabado durante una de esas ocasiones en las que tuvo que hacer el paripé. Eso sí, la letra de la canción tiene versos impagables, en los que se asegura que nuestra ciudad tiene "ulls de mar, ben blau, i un vestit blanc de pau", cosa que demuestra que quien escribiera la letra no se ha paseado por las playas metropolitanas, cuyas aguas de azules no tienen mucho, desgraciadamente. También es curioso leer en la letra de este pseudohimno que la ciudad hace "dels veïns amics", palabras que parecen un desafortunado guiño a las siempre combativas asociaciones de vecinos, que nunca han sido muy amigas de los alcaldes. A la misma hora en la que Clos anonadaba a los periodistas con su vídeo, el candidato de Convergència i Unió, Xavier Trias, se presentaba oficialmente como aspirante a alcalde. Pero sin canción, cosa que le restó, claro, minutos de telediario y centímetros cuadrados de prensa. Al menos, eso sí, su bochorno -él también tuvo el suyo propio- fue algo más disimulado. Más bien parecía una jugarreta de algún malintencionado director de campaña. Porque al pobre hombre le hicieron decir que la suya era una opción "catalanista i de progrés". Hombre, el partido democristiano en cuestión será catalanista, ¿pero hay alguien que hoy en día sea progresista, con lo pasado de moda que al parecer está eso? Además, y sin ánimo de ser malicioso... Bueno, no, con ánimo de serlo, me gustaría sacar a colación el ágil frenillo de Trias, objeto de chanzas por parte incluso del propio político, y recordar que seguramente soltó algo así como "catalanista i de pgoggués". Lo dicho, estos políticos no tienen vergüenza. Perdón, quería decir complejos.


 
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Chávez y el poder


Yo comprendo que la gente trabaje. Más que nada porque hay que comer, vestirse y demás. También estoy dispuesto a admitir que haya algún afortunado que disfrute trabajando. Incluso que se sienta realizado, aunque eso ya me cueste más de creer. Ya puestos a hablar del tema, tampoco tengo inconveniente en afirmar que está claro que la de político no es una profesión como las demás y que implica, como mínimo, más voluntad de servicio y, al mismo tiempo, una cara más dura que en la mayoría de oficios. Ni siquiera creo que sea muy agradable ejercer de político. Uno trabaja mucho, o eso parece. Aún se recuerda, por ejemplo, aquel reportaje en el que se explicaba que la luz del despacho de José María Aznar se apagaba muy tarde por la noche y se encendía muy pronto por la mañana. O eso decían los siempre ecuánimes servicios informativos de Televisión Española. En todo caso, no es una tarea muy agradecida. Unos pocos pasarán a la historia como grandes estadistas y constructores de su nación, pero lo normal es que, simplemente, se les olvide como los grises funcionarios que son en su mayoría, o, peor, que se les odie. Además, si esta gloria llega, suele llegar después de la muerte, y a mí me da que los señores diputados, por poner un ejemplo, son más bien muy terrenales. Por todo esto, me parece natural pensar que la de político ha de ser una profesión temporal. Nadie en su sano juicio debería tener ganas de pasarse más de ocho o diez años trabajando de sol a sol y siendo insultado en manifestaciones y periódicos. O peor, siendo ignorado excepto cuando llega el momento de acatar la disciplina de voto en el Parlamento. Y si fuera sólo la de voto, aún, porque parece que disciplina y docilidad es lo más frecuente en el mundillo este: mandar, lo que se dice mandar, no son muchos los que mandan. En todo caso, y por mucho que algún masoquista disfrute con estas ofensas, al menos ha de trabajar pensando que es un puesto temporal. Más que nada porque a la mínima a uno lo echan del despacho, por las buenas (elecciones) o por las malas (el resto de métodos) y, o se está más o menos concienciado, o a uno le puede sentar ese despido como un tiro. A veces en sentido literal. Por eso me extraña que Hugo Chávez no sea capaz de convocar elecciones y largarse tranquilamente a casa. Me resulta rarísimo que se agarre a la poltrona con tanta fuerza, hasta el punto de que su enconado aferramiento sea bastante paradigmático de lo que ocurre a veces con los políticos: se quedan atrincherados en sus despachos y nadie sabe por qué no ceden. O por qué no han cedido antes, cuando aún podían salir bien parados. ¿Tan agradable es eso del poder? Y, por cierto, ¿alguien sabe qué clase de placer produce? Si es que trae alguno consigo, vaya. No creo que Chávez lo esté pasando bien -aunque, tal y como están las cosas, no me preocupa demasiado-, no creo que se sienta realizado haciendo lo que hace, y, desde luego, dudo mucho que lo mejor para los ciudadanos del país sea que se mantenga en su puesto sólo porque le apetece, a pesar de las semanas de huelgas, de su posible implicación en el asesinato de civiles en manifestaciones, de que haya periodistas que tengan que salir a la calle con chalecos antibalas, del encarcelamiento de opositores y de que en su nombre se coloquen bombas. En resumidas cuentas, me cuesta entender que alguien quiera ser político. Y me resulta aún más inconcebible que alguien quiera serlo como Chávez, a cualquier precio. No veo la satisfacción o la ventaja que nadie pueda sacar de tanto crimen y de tanto empecinamiento.


 
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