Hay que continuar


Las cosas siguen mal en Iraq. Este fin de semana han sido asesinados siete espías españoles y la situación ha llegado al punto de que la muerte de iraquíes y de militares extranjeros ya no sorprende a nadie. Aclaro que no tengo ni idea de cómo solucionar los problemas por los que pasa el país. A mí ya me cuesta suficiente trabajo hacer la cama como para ponerme a reconstruir una nación. Eso sí, me parece que lo peor sería que las tropas de Estados Unidos y de sus aliados abandonaran Iraq. Creo que, en este caso, la retirada sólo empeoraría las cosas, por mucho que a mí me gusten los abandonos y las deserciones. Y lo mismo se podría decir sobre la olvidada Afganistán, que no está tan maravillosamente como la ausencia de noticias podría hacernos creer. La guerra contra Iraq fue un error. No sólo no se han encontrado ni las armas de destrucción masiva ni a Sadam Husein, sino que, además, la CIA ha reconocido que carecía de información específica acerca del supuesto arsenal iraquí. Imagino que los espías estadounidenses se fiaron de la palabra de José María Aznar, quien nos pidió confianza al respecto de las armas químicas y nucleares del dictador. De todas formas, una vez bombardeada Bagdad y puestas en evidencia las mentiras del gobierno estadounidense, lo menos que puede hacer George W. Bush es cumplir con el resto del plan: ayudar a instaurar una democracia en Iraq, para que sus ciudadanos puedan vivir de una vez en un país libre. Insisto, yo no sé cómo se puede lograr tal objetivo, pero me da la impresión de que las tropas ocupantes no lo están haciendo muy bien. Creo que Bush ha de esmerarse: no basta con comer pavo con sus soldados. Eso sí que lo sabría hacer yo.


 
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El comodín


No me extrañaría que un día de estos sorprendieran a algún alto cargo del Partido Popular frotándose las manos y soltando, entre risitas, algo así como "si no existiera el Plan Ibarretxe, habría que inventarlo". Y es que no sólo están aprovechando el dichoso plan para sus intereses políticos en el País Vasco (cosa que es totalmente lógica, sólo faltaría), sino que es la excusa que utilizan en cualquier terreno cuando las cosas no pintan del todo bien. Es como las armas de destrucción masiva, sólo que tiene la ventaja de que existe. Así, el hecho de que el PP haya quedado apartado del poder y de los posibles pactos tras las últimas elecciones catalanas se ha atribuido rápidamente a los buenos ojos con los que Josep-Lluís Carod-Rovira mira a Ibarretxe. Del mismo modo, si los populares no quieren pactar con el PSOE para que el socialista Paco Vázquez presida la federación de municipios, no hay más que intentar forzar una condena al plan de marras. Esta condena no pinta nada en la institución, pero le sirve a los populares para presentarse como víctimas del partidismo socialista, dejando de lado tanto el partidismo popular como el hecho de que al Psoe no le hiciera falta dicho pactito, ya que, aunque parezca increíble, las últimas elecciones municipales le han otorgado el control sobre esta federación. No creo que queden ahí los servicios que puede prestar el perverso plan vasco. Por ejemplo, podría servir para reclamar Gibraltar, esa colonia libremente asociada; dependentista, pero del país equivocado. O para reclamar más poder en la Unión Europea a esos radicales de Chirac y de Schroeder, a quienes se puede calificar de amigos de Arzalluz en caso de que sea conveniente. O también para justificar un hipotético aumento de la inflación o del paro. Españoles, el Plan Ibarretxe ha provocado el incremento de los precios. Lo que no se puede negar es que la estrategia funciona. Mano de santo, oiga.


 
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Contra Aznar


Juan José Millás expone muy claramente en su artículo de hoy una de las causas del ascenso de Esquerra Republicana de Catalunya en las últimas elecciones: "Si yo dispusiera de un nacionalismo alternativo que me protegiera del nacionalismo casposo, inculto, sudado y pendenciero del PP, me refugiaría bajo su techo hasta que pasara esta tormenta histórica. Y eso que no soy nacionalista". Y es que bastantes de los que han votado a Esquerra no lo han hecho a favor de Carod, sino en contra de Aznar y de los suyos. Se trata del voto de quien preferiría que no gobernara el Partido Popular, pero que, viendo cómo está el Psoe, se conforma con que a los criados del presidente se les abra la úlcera de la unidad de España al ver cómo se les descarría también Cataluña. En realidad, pues, no se trata de que muchos catalanes no queramos ser también españoles: lo que ocurre es que no nos dejan. Y no nos dejan porque el PP se ha empeñado en que los únicos que tienen legitimidad para actuar legítimamente son ellos. Sobre todo cuando se habla de eso que se conoce como "modelo de Estado". La táctica de Aznar para hipertrofiar, hipervitaminizar e hipermineralizar esa legitimidad que le niega a los que no piensan como él es la de demonizar al contrario. Ya lo están haciendo con ERC, un partido tan radical que parece dispuesto a pactar con los mismos con los que han pactado los populares durante ocho años, primero en España y luego en Cataluña. Así las cosas, insisto, a uno le vienen ganas de hacerse independentista, aunque sólo sea por vergüenza ajena.


 
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Encadenados a la poltrona


Las elecciones catalanas son una nueva muestra de un aburrido vicio político al que somos muy dados en España: confundir años con lustros. Así, los partidos y los políticos permanecen en sus cargos el doble o el triple del tiempo justo y necesario. Y eso, con suerte. En definitiva, parece que los votantes nos acercamos a las urnas acojonados ante la terrible perspectiva de que quienes llevan más de diez años en el poder, lo pierdan. Pobres, si ya se habían hecho a la idea de ir mandando, para qué les vamos a quitar la ilusión. Así, el Psoe mantiene virreyes vitalicios en Extremadura, Castilla La Mancha y Andalucía. El PP se agarra a Galicia y a Castilla León, además de a España, donde lleva ocho años gobernando y cuenta además con todos los números para seguir en el poder cuatro más, como mínimo. Eso sí, todavía está por debajo de los catorce años que costó levantar a Felipe González de la butaca. CiU se ha metido Cataluña en el bolsillo. Y, cuando nadie miraba, ha cosido este bolsillo. 23 años con Pujol y ahora otros cuatro, para empezar, con Artur Mas, ese funcionario repeinado. Por no hablar del País Vasco y el PNV, donde además se llegó a dar la ridícula situación de que el Psoe ganara unas elecciones y le cediera el gobierno al partido nacionalista de Arzalluz. Por supuesto, la no alternancia es tan democrática como la alternancia, ya que, al fin y al cabo, es el resultado de votar. Pero me da que los relevos, al igual que la ausencia de mayorías absolutas, son más higiénicos. El cambio de partidos y de personas trae ideas nuevas, evita los caciquismos y los clientelismos, aporta cierta frescura. También decepciones y fracasos, claro, pero las elecciones no sólo sirven para aupar a alguien al poner, sino también para apearlo. Imagino que el miedo a los cambios políticos no es más que una variante del clásico "que me quede como estoy" que acostumbramos a manifestar en casi todas las facetas de nuestra vida. Uno no cambia de empleo, porque ya le conocen y no le van a echar; no cambia de peluquería, no le vayan a hacer un desastre; no se compra esa camisa roja, porque no se ve con ella. Hay excepciones, claro: todo el mundo quiere tener siempre un ordenador, un móvil y un coche nuevos. Pero supongo que da lo mismo insistir con este tema. Después de todo y por mucho que protestemos, imagino que nos esperan otros treinta años de Convergència en Catalunya, treinta más del Psoe en Andalucía y un Fraga que, casi como el Cid, seguirá gobernando en Galicia después de que lo hayan embalsamado.


 
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Gente que habla


Jiménez de Parga Manuel Jiménez de Parga, presidente del Tribunal Constitucional, ha vuelto a soltar una de las suyas. Y eso que aún no nos habíamos repuesto de su ataque, hace meses, a las nacionalidades históricas que reconoce la Constitución. Certero ataque cuyo argumento principal, recordémoslo, era que en Granada había fuentecillas. Ahora ha abierto esa enorme boca que no le cabe en la cara para explicar que la "inmensa mayoría" de los españoles era franquista y que en "pocos sitios" se recibía a Franco "con el entusiasmo" con el que lo hacían los catalanes. Bueno, ¿y qué? No recuerdo que nadie haya puesto jamás en duda que durante el franquismo hubo una gran mayoría indiferente que prefería el famoso "que me quede como estoy" a posibles experimentos democráticos. Por no hablar de quienes, durante la guerra y también, claro, en Cataluña, se pusieron del lado de los militares golpistas, quizás no tanto por confiar en el fascismo como por miedo a unos republicanos a los que les dio por iniciar la revolución. Eso sí, puede que estas declaraciones que ni siquiera vienen a cuento tengan algo de confesión. Al fin y al cabo, Jiménez de Parga viene a decir que mientras Franco vivía, eran pocos los que se oponían abiertamente al franquismo, aunque, después de la muerte del dictador todo el mundo se convirtiera en demócrata de toda la vida. Es posible que De Parga quisiera confesar lo que muchos sospechábamos: que su fama de antifranquista es inmerecida y que cuando el generalísimo visitaba la Universidad de Barcelona, él era uno de los catedráticos que más efusivamente le recibía. Por aquí, Excelencia, éste es el paraninfo. Tiene que estar agotado, ¿me deja que le haga un masaje en los pies? Arriba España.

Rodríguez Ibarra Otras declaraciones que me han llamado la atención han sido las de Juan Carlos Rodríguez Ibarra. El presidente de Extremadura afirma que Aznar tiene que olvidar su "promesita" y seguir optando a la presidencia del gobierno, ya que "el país está en dificultades" y hay que defender la sacrosantísima unidad de España, no se vaya a quedar esta unidad en un puñado de decimales. Dejando a un lado el hecho de que Ibarra igual no se acuerda de en qué partido milita, creo que puede ser divertido establecer comparaciones. Con Estados Unidos, claro. Y con Franklin D. Roosevelt. Como es bien sabido, Roosevelt rompió la norma no escrita según la cual el presidente del país no debía permanecer en el cargo más de dos mandatos. Y lo hizo a causa de la Segunda Guerra Mundial. España es más pequeñita que Estados Unidos, reconozcámoslo, así que no nos hace falta un conflicto bélico universal para pasar por profundas e insalvables crisis: con un proyecto -¡no!- que propone que se celebre un referéndum -¡horror!- tenemos de sobras. Tampoco necesitamos un Roosevelt. Nos basta con Aznar, un inspector de hacienda que nació para ser un inspector de hacienda. Y no hay ningún Hitler a mano, pero sí un Arzalluz, que es la mismísima encarnación del diablo, como sabe todo constitucionalista de pro y nacionalista español no confeso. Con estos elementos tenemos suficiente para que nos entre el pánico y olvidemos que en democracia nadie es imprescindible -de hecho, la mayoría es prescindible- y nos dé por declarar todos los estados de emergencia de que uno disponga, además de, por supuesto, hacerle un masaje en los pies a Aznar, a ser posible durante alguna de sus visitas a Cataluña.


 
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