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abril |
Excusas de mal soñador
Imagino que a todos nos ha pasado más de una vez eso de perdernos en ensoñaciones, para inmediatamente después recriminarnos a nosotros mismos el haber malgastado el tiempo fantaseando, cuando deberíamos habernos puesto a trabajar para que esos sueños llegaran a ser reales. Es decir, nos sentimos culpables por derrochar el tiempo disfrutando de lo que aún no hemos conseguido. Pero, claro, si sólo trabajáramos y no soñáramos, no sabríamos por qué y para qué esforzarnos. Es decir, necesitamos, antes de nada, perdernos en fantasías. Al menos, eso es lo que explica Samuel Johnson en uno de sus Ensayos, en el que asegura que "the natural flights of the human mind are not from pleasure to pleasure, but from hope to hope". Claro que igual lo que le pasaba tanto a Johnson como a nosotros es que somos unos vagos y necesitamos excusas para no sentirnos mal. La diferencia es que el inglés era un genio y consiguió lo que se propuso, mientras que el resto no podemos hacer más que soñar con enormes truchas, tumbados a la orilla del río. Y ni siquiera tenemos caña de pescar.
Vegeburgo y Butifarrona
Peta es el divertido nombre de una asociación defensora de los derechos de los animales, que no hace gran cosa aparte de llamar la atención. Por ejemplo, sugiere sin asomo de rubor que la culpa de la epidemia de neumonía atípica la tiene que comamos carne. Su última broma (porque tiene que ser una broma) ha sido la de ofrecer 10.000 euros a Hamburgo si cambia su nombre por el de Veggieburg, para que deje de asociarse la ciudad al trozo de carne. Y es que, según el artículo antes enlazado, aunque Hamburgo significa fortaleza (burg) de la bahía (ham), se considera que un bocadillo de ternera que disfrutaban los marineros de la ciudad es el antepasado gastronómico de la hamburguesa, término que comenzó a usarse en un restaurante neoyorquino a partir de 1834. De todas formas, no veo qué tiene de malo asociar un plato de carne a una ciudad, y no entiendo por qué los vegetarianos se empeñan en intentar hacernos creer que matar una vaca para comérsela es malo, mientras que hacer lo propio con una col es admisible. La única diferencia es que la col no grita ni sangra, cosa práctica a la hora de acallar ciertas conciencias. Aunque mejor no dar ideas, porque igual acaban queriendo obligarnos a lamer sal, como parodia Chesterton en El Napoleón de Notting Hill. A lo que iba. El caso es que en Hamburgo se han tomado la tontería a broma. Y más por ese ridículo precio, imagino. Pero si aceptaran cambiar su nombre, cosa que no ocurrirá, lo primero que haré será sugerir al Ayuntamiento de Barcelona que también rebautice esta ciudad. Como medida de protesta. No puedo ofrecer dinero, desde luego, pero aun así me gustaría que pasara a llamarse, por ejemplo, Chuletona. Aunque eso sería más propio del País Vasco. Butifarrona sería más nuestro. O incluso se podría aprovechar el significado de la primera sílaba del nombre actual, ese bar, y optar por Asadorcelona, un nombre que mantendría cierta relación con el original, además de ser más sabroso y cárnico. En fin, voy a cenar un poco, que me ha entrado hambre.
Una apresurada proposición
Sobre el Día del Libro se suele decir que, al menos, es un día al año que podemos dedicar a hojear, a leer y, sobre todo, a comprar libros. Se añade que el resto del año, el panorama literario y cultural da pena. Pero, concho, ese día es motivo de alegría. Bueno, más bien de consuelo. O sea, que todo el año debería ser como ese día, pero, en fin, algo es algo. Claro que podríamos invertir los términos. Supongamos que en el Día del Libro nos dedicáramos a no tocar un volumen, a no pasar por ninguna librería... Bueno, claro, para muchos no habría ninguna diferencia. Vayamos más allá. Pongamos -es un poner, que nadie se asuste- que ese día, en lugar de regalar un libro, lo quemáramos. Y en lugar de corretear de parada en parada de la Rambla para pedir firmitas a los cuatro habituales vendedores de bestsellers, nos dedicáramos a insultar a los escritores que se atrevieran a salir a la calle, a tirar huevos contra los edificios de las editoriales, a dejar pintadas ofensivas en las librerías. Sí, sería un día bárbaro. En el mal sentido de la palabra, que nadie me malinterprete. Pero, al menos, en lugar de tener un sólo día de consuelo, tendríamos 364. Seguiríamos diciendo que el panorama literario y cultural entre el 24 de abril de un año y el 22 de abril del siguiente es lamentable. Pero también podríamos añadir que no es todo tan horrible como el dichoso Día del Libro. Que podría ser peor. Que, por suerte, sólo hay un 23 de abril.
Seguros
En Bowling for Columbine, Michael Moore retrata el miedo que sienten los estadounidenses. Miedo a los negros, a los ataques terroristas, a los ladrones, a los violadores, a las abejas africanas, a todo. Moore relaciona este miedo con lo que aparece en las noticias de sus cadenas de televisión: crímenes, reportajes sobre el terrible peligro que suponen las escaleras mecánicas y el cuidado que hay que tener para que a uno no le muerdan las serpientes de cascabel. En la película también se explica cómo a pesar de que el crimen en Los Angeles y en muchas otras ciudades ha ido cayendo en los últimos años, tanto la percepción del crimen como su cobertura por parte de los medios ha ido en aumento. En definitiva, se trata de ir creando enemigos de los que defenderse. Aunque sea con excusas que no se sostienen. Esas famosas abejas africanas, por ejemplo, jamás llegaron a aparecer. Igual que ciertas armas de destrucción masiva. En España la cosa tampoco es muy diferente. ¿Qué otra cosa hace Aznar cuando asegura que barrerá las calles de delicuentes, o cuando relaciona con toda la tranquilidad del mundo inmigración y crimen, aunque luego asegure que no quiere conectar ambas cosas? Al final todo se reduce a crear ese miedo. Se olvida, por ejemplo, que el inmigrante que roba lo hace, simplemente, porque no le permiten trabajar, porque está siendo excluido por culpa de cuatro papeles. Es así de simple. Una prueba es que el índice de criminalidad entre los inmigrantes con los documentos en regla es muy inferior al de los españoles de toda la vida. Pero da lo mismo, claro. Aunque no tenga ninguna lógica creer que la gente emigra pensando "me voy a España, a robar bolsos". Porque el objetivo es que nos olvidemos de los problemas de verdad (paro, vivienda, sanidad), los que necesitan tiempo y esfuerzo para ser resueltos. Hay que buscar un enemigo al que echarle las culpas de todo (¡nos vienen a robar los puestos de trabajo!). Y, sobre todo, prometer mano dura. Mucha mano dura. Para que nos sintamos seguros.
El oráculo
Es bastante habitual que, de tanto en cuando, a uno se le junten pequeños problemillas y agobios varios. Es decir, que pase por una mala racha. Las hay que son realmente malas, durante las que a uno le pasan verdaderas desgracias. Otras, como la que estoy aguantando estos días, son irritantes, pero llevaderas. Lo peor -y en realidad es poca cosa- es que me está comenzando a entrar complejo de gafe. En fin, como soy un joven moderno, de estos que está al día, sé que la solución a estos asuntillos no está en las sectas, ni en las drogas, ni en la ciencia -sólo faltaría-, sino en Google, la verdadera panacea contemporánea. Así pues, decido que lo mejor para superar una mala racha es seguir las indicaciones del oráculo del siglo XXI. La búsqueda que introduzco para comenzar es, simplemente, "malas rachas". Aunque lo único que encuentro es una crónica de béisbol cubano de título prometedor (Las malas rachas pasan) y el foro El horóscopo de Rappel, en el que un usuario asegura, por ejemplo, que "lo que llamamos malas rachas en realidad es la acumulación de peticiones negativas de uno o de un grupo ya que los seres superiores que nos ayudan en nuestro crecimiento nos dan lo que pedimos y si nos hemos llenado de pensamientos negativos malas vibras y similares eso es lo que nos dan. Basta cambiar de forma de pensar, llenarse de AMOR y pedir cosas concretas buenas para uno" (sic y sigh). Si modifico ligeramente la búsqueda, para introducir también la palabra "solución", encuentro una página de Feng Shui en la que se me aconseja redecorar la habitación (básicamente) y otra página más o menos orientalizante, que me explica (o lo intenta) el Método físico y mental del muñeco de madera. Sinceramente, no entiendo lo que se hace con el muñeco y ni siquiera sé si tal muñeco existe o es sólo metafórico, pero el caso es que, al parecer, las malas rachas son habituales en el entrenamiento en cuestión del método este, aunque nadie sabe por qué se producen. La cosa, pues, no acaba de funcionar, ya que ahora mismo no estoy para cambiar mi forma de pensar, ni para escribir la palabra amor toda ella en mayúsculas, ni para ponerme a empujar muebles. Por no hablar de lo del muñeco de madera, aunque reconozco que esto sí me tiene intrigado. ¿Tendrá algo que ver con Pinocho? El caso es que decido refinar la búsqueda, que ahora pasa a ser "acabar con una mala racha". El primero de los resultados promete: Recetas mágicas. El problema es que no tengo a mano ni un mortero, ni malvas, ni rudas, ni tomillo, ni laurel. Ni siquiera tinta verde. Y se supone que quiero una solución rápida y fácil, como dicen que es internet. En definitiva, no me sirve. Aun así, no me desanimo. Pero tampoco puedo evitar exaltarme, con lo que la búsqueda, por aquello de los nervios que ya he perdido, acaba siendo "acabar con la jodida mala racha de una puta vez, coño", que me lleva a una página en la que se habla de orcos, donde se me asegura que "si tenías mala racha, podias hacer un autentico despilfarro por intentar querer hacer un gate". Es decir, está escrito en un idioma parecido al español, pero que no consigo descifrar. Ya no me quedan más ganas de trastear, así que no puedo más que preguntarme algo así como "Google, Google, ¿por qué me has abandonado?". O pensar en la posibilidad de sacrificar un par de cd-roms para que el dios me sea más favorable en otro momento. Pero, he de admitirlo, mi fe en el buscador único comienza a flaquear.