¿Cuál es el problema?


No entiendo por qué hay gente en contra del matrimonio entre homosexuales. Igual Zoe Williams acierta y todo es por culpa de los problemas que podrían tener algunos conservadores al procesar las eventualidades que trae consigo tanto libertinaje: si el matrimonio entre gays es malo y el divorcio es malo, el divorcio entre gays es... ¿bueno?... Houston, tenemos un problema. Comprendo las dudas que se puedan tener respecto a la adopción por parte de homosexuales -aunque tampoco hay para tanto-, pero estas reticencias con los matrimonios son absurdas. Al fin y al cabo, se trata de algo que sólo atañe a esas dos personas. Casi da la impresión de que muchos conservadores no saben que el matrimonio es entre homosexuales. Es decir, a nadie le van a obligar a casarse con un gay o con una lesbiana. También advierto, incluso entre muchos progresistas, problemas relacionados con la semántica. Y es que el diccionario -e imagino que el código civil- dice que un matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer. Pero, claro, parece olvidarse que los diccionarios son relativamente flexibles. Un ejemplo conocido es el de la palabra alcaldesa: hace no muchos años sólo se recogía el significado de "mujer del alcalde". Pero sólo por la sencilla razón de que hasta hace no muchos años no había mujeres que estuvieran al frente de consistorio alguno. Asimismo, en cuanto haya hombres (y mujeres) que se casen entre sí, el diccionario podrá ir recogiendo lo que haga falta recoger, que para eso está. Aunque la lengua no es infinitamente maleable, coso y cosa que ya sabemos y sabemas todos y todas. Luego están esas voces de alarma que dicen que si permitimos que haya parejas de hombres o de mujeres que se casen, acabaremos permitiendo tríos o incluso harenes. Vaya, el argumento es bastante absurdo. Cuando en algunos países se rebajó la edad legal para votar de los 21 a los 18 años, no hubo ningún gobierno que dijera que, puestos a rebajar, hasta los niños de teta tienen derecho a elegir a sus dirigentes. Poner límites puede resultar complicado, pero hay que hacerlo. Se trata simplemente de aplicar el sentido común y tener presente qué puede o no atentar contra la dignidad de las personas. Un harén, por ejemplo, lo hace. Y además es una fantasmada. Que dos personas adultas, del sexo que sea, quieran casarse, no atenta contra nadie. Eso sí, todo esto no quita que casarse sea una horterada. Esos trajes, esas despedidas de soltera, esos "que se besen, que se besen"... Se me ponen los pelos de punta. Pero, en fin, hay gente para todo. Sé de alguno a quien le gusta incluso trabajar.


 
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Banderas y récords


No sé por qué a algunos les escuece tanto que los patinadores catalanes puedan subir al podio envueltos en la senyera y escuchando Els segadors. Para empezar, todo este rollo de las selecciones nacionales es, como mucho, una forma sin gracia de sublimar guerras. Jugamos a fútbol contra Francia para ahorrarnos que a cualquier cretino le dé por gritar "¡muerte a los gabachos!", sacar su escopeta de perdigones y dirigirse a la frontera. Del mismo modo, si algunos son felices luchando por las selecciones catalanas, es sólo porque -afortunadamente- no les es posible emprender una guerra de independencia. Y es que por mucho que Esquerra Republicana de Catalunya vaya aumentando el número de votos que consigue, aquí no estamos por la labor. Eso sí, la posibilidad de un partido de fútbol España-Catalunya les tranquiliza y entretiene. Son como niños jugando con llaveros. De todas formas, el deporte de élite tiene muy poco de nacional. Es absolutamente internacional. Mejor dicho, multinacional. Tan multinacional como las compañías farmacéuticas gracias a las que los deportistas logran sus más grandes éxitos. De hecho, creo que atletas, futbolistas e incluso patinadores deberían alinearse con sus verdaderos equipos: Sandoz, GlaxoSmithKline, Bayer, Roche... Que quede claro quién está detrás de los récords. Altius, citius, fortius, dopius. El deporte es tan malo para la salud. El de élite, claro.


 
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La acondroplasia y los sapos


Chicho Ibáñez Serrador ha decidido retirar del Un, dos, tres a los enanos a los que el Linterna, el alto del Dúo Sacapuntas, hinchaba a collejas cada viernes. Y es que la Fundación ALPE Acondroplasia y el defensor del pueblo consideraban irrespetuoso y humillante el trato que se les daba a estas dos personas. Hay varias cosas que no veo claras de toda esta polémica. Para empezar, no entiendo por qué el Linterna le dio de tortas durante años a su ya fallecido compañero de fatigas, el Pulga, sin que nadie se quejara. Y eso que el Pulga, sin ser un enano, tampoco tenía la cabeza muy lejos del suelo, que digamos. Tampoco entiendo por qué ninguna asociación protege a los payasos que se dejan estampar una tarta de nata en el cara, o por qué a nadie le parece vejatorio que algún supuesto humorista se haga pasar por retrasado para hacer reír. O para intentarlo. Es decir, lo de las collejas me parece un ejemplo más de humor tonto y zafio, pero no sé si es realmente humillante. Al fin y al cabo no estamos hablando de explotación infantil, de una red de prostitución o de torturas a animales. Estamos hablando de un chiste malo, de humor barato. Y lo mismo daría si en vez de ser un enano fuera un tipo con cara de tonto o un gordinflón. Se trata simplemente de numerito que nadie en su sano juicio verá o contratará, pero que no tiene por qué verse denunciado ante los tribunales. Al menos, mientras no se pueda denunciar a Alfonso Ussía por escribir unos artículos que están a la altura de los chistes del concursito en cuestión. Por último, tampoco entiendo por qué los que no recibimos collejones frente a unas cámaras nos sentimos tan bien tratados y nos ofendemos tanto cuando vemos dos tortas preparadas que no le hacen daño a nadie. Lo digo porque cada mañana al llegar a la oficina nos tragamos tan tranquilos el sapo diario que nos tiene preparado el jefe. Y lo hacemos con toda la dignidad del mundo, sintiéndonos fatal por estos enanitos que reciben cuatro collejas a la semana, pobres, pudiendo trabajar dignamente como yo, que hasta me pagan la vaselina.


 
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No, gracias


Por inhumano que suene, no quiero tener hijos. Ni uno solo. Ni perros. Como dice Woody Allen en uno de sus cuentos, los niños son demasiado jóvenes. Lo de los perros es otro tema. Alguno puede pensar que lo que ocurre es que soy un egoísta que no quiere dedicarse por entero a otra persona, sacrificarse por alguien, darlo todo por un ser querido. No lo voy a negar. Pero siempre y cuando quede bien claro que tampoco deja de ser egoísta quien opta por la reproducción. Quizás se trate de un egoísmo de otra clase, con un punto romántico y, lo reconozco, de miras más elevadas que mi simple interés por estar tranquilo. Pero es egoísmo, al fin y al cabo. Me explico. Uno de los motivos por los que nos hemos ido reproduciendo a lo largo de los siglos es que los hijos eran una fuente de ingresos: mano de obra o incluso bienes intercambiables cuando llegaban a ciertas edades y en según qué culturas. Aquí el factor egoísta del deseo de ser padres queda claro. Pero hoy en día y en las sociedades occidentales, no se obliga a los niños a trabajar. Por suerte, claro. Es más, son una desagradecida carga económica que no sentirá remordimiento alguno en caso de que, por ejempo, tenga que dejar a sus progenitores en un asilo. Aun así, como explica Marvin Harris en Nuestra especie, la carga egoísta del "instinto" maternal (y paternal) sigue presente: y es que a pesar de todo se cuenta con el niño como una especie de patrimonio sentimental; uno tiene hijos para dar y recibir amor. Es un sentimiento bonito, pero también egoísta. Un egoísmo precioso. He puesto la palabra instinto entre comillas porque de instinto tiene poco. Según Harris, el único instinto que tenemos al respecto no es el de reproducirnos, sino simplemente el de mantener relaciones sexuales. Como prueban, entre otras cosas, la masturbación, lo mucho que los animales (incluidos nosotros) practican el sexo (más de lo necesario para reproducirse) o los infanticidios, tanto los directos como los indirectos. Y ya de paso comentaré que dos mujeres, dos hombres, un matrimonio convencional o yo mismo tenemos el mismo derecho a ser egoístas. Y el niño tiene a su vez derecho a beneficiarse del egoísmo de cualquiera. Pero ya nos salimos del tema y habría que matizar y aclarar. A lo mejor otro día.


 
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La hormiga anémica


Siguiendo con el tema del trabajo, me gustaría dejar claro que a mí me encanta. No hay nada que me cause mayor admiración que ver a una persona que le echa un vistazo a su nómina a fin de mes y sonríe como diciendo "me he ganado hasta el último céntimo". A pesar de mi exiguo sueldo, yo no puedo decir lo mismo. Y cómo me gustaría. Y es que suscribo por entero las palabras que a la encomiable empresa del trabajo le dedica Jerome K. Jerome en Three men in a boat: "I like work: it fascinates me. I can sit and look at it for hours. I love to keep it by me: the idea of getting rid of it nearly breaks my heart. You cannot give me too much work; to accumulate work has almost become a passion with me: my study is so full of it now, that there is hardly an inch of room for any more. I shall have to throw out a wing soon. And I am careful of my work, too. Why, some of the work that I have by me now has been in my possession for years and years, and there isn't a finger-mark on it." Que conste, pues, que no soy un zángano ni una cigarra, como insinuaba Javi, sino más bien una hormiga anémica. Una hormiguilla que lucha con todas sus fuerzas (que no son muchas) para ser la obrera que más trozos de hoja traiga al hormiguero. Pero es que no es tan fácil. No todos hemos nacido con las mismas aptitudes. Unos valen para sudar, mientras que los demás nos tenemos que conformar con tumbarnos a ver el espectáculo, con una tacita de café y un par de libros a mano, a ser posible con algo de música de fondo, pero suave, por favor. Terrible destino el nuestro, que no podremos contribuir a que nuestra nación alcance a las locomotoras europeas, a que nuestro país reactive su economía -signifique eso lo que signifique-, a que podamos mirar al futuro con la cabeza bien alta. Cuando España sea una primera potencia mundial, yo apenas podré reprimir una lagrimilla y confesar que no he colaborado en tal gesta. Pero, eso sí, os daré las gracias a todos por haber trabajado tan duro y por no haberme obligado a imitaros. Porque no me obligaréis, ¿verdad?


 
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