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Un (posible) empresario y su (posible) ascenso meteórico
En la plaza Països Catalans, junto a la Estación de Sants, hay repartidos una veintena de coches en venta. Lo curioso es que se repiten sospechosamente los números de teléfono móvil que hay en los carteles de "se vende": no habrá más de dos o tres. Es decir, cabe la posibilidad de que estos veinte coches los esté vendiendo la misma persona, con lo que en Sants se ha organizado un magnífico top manta automovilístico. Ah, qué bien que la gente prospere. Lo digo porque igual este buen hombre -o mujer, claro- comenzó vendiendo pañuelos de imitación de Gucci en el Paseo de Gracia, luego logró pasarse a los cedés pirata, para posteriormente dar el salto a los devedés. No sé qué habrá entre los devedés y los coches -¿móviles?-, pero imagino que, con un poco de suerte, este empresario al margen acabará montando alguna especie de inmobiliaria hecha a mano y, por qué no, comprando cuatro o cinco aviones y lanzando su propia aerolínea. Sí, bueno, poco probable. En todo caso, si es español le entrevistarán en el diario Cinco días, mientras que si resulta ser marroquí -o pakistaní, o rumano- le acusarán de ser un maleante que hace negocio sin tener en cuenta la legislación vigente y de robar negocio a los empresarios honrados, es decir, a los nacionales.
Actualización: Creo que soy gafe. Lo digo porque justo hoy aparece publicado en El Periódico que algunos de estos coches han sido pintarrajeados. La asociación de vecinos y comerciantes de la zona dice que no tiene nada que ver, pero no hay muchos que crean sus palabras, a juzgar por lo que insinúa el diario. Y es que en la noticia se aclara que los vecinos y comerciantes llevaban tiempo quejándose de este uso ilegal del espacio público. Al parecer, está prohibido exponer automóviles en la calle para venderlos. Cosa que, por otro lado, es bastante habitual. Aunque no de veinte en veinte, claro. Total, que este empresario tendrá que repartir sus puntos de venta, si no quiere que le sigan saboteando el negocio y si sigue aspirando a convertirse en el Amancio Ortega del top manta.
Mira que me voy a sacar la zapatilla
Los Lores británicos han votado a favor de convertir en delito los castigos físicos a los niños, aunque no se manifiestan en contra de los bofetones que no dejen marca. Parece que sólo les molesta lo que se nota, pero, en fin, algo es algo. En todo caso, esta iniciativa no me parece mal: en unas pocas décadas hemos pasado de los azotes con cinturón y los golpes de regla en la punta de los dedos a que, como mínimo, esté mal visto soltarle una torta a un crío. Tiene su lógica e incluso le devuelve a uno la confianza en una palabra que últimamente no está nada de moda y cuyo sonido, lo reconozco, ya le hace a uno levantar la ceja y prepararse un comentario más o menos jocoso: progreso. En todo caso y como dice Salman Rushdie, que está a favor de la prohibición total de las bofetadas: "agredir a un niño es tan inaceptable como agredir a un adulto". Una cosa es que los padres sean quienes tengan que educar a sus hijos y otra bien distinta que puedan hacer cuanto se les antoje para convertirlo en un hombre de pro. Aquello de "quien bien te quiere te hará llorar" no es más que otra prueba de que los refranes son idioteces que algunos se toman en serio sólo porque se oyen a menudo. Además, sería paradójico eso de decirle a un chavalín que no tiene que pelearse con sus compañeros de escuela y que la violencia ha de ser el ultimísimo recurso, para luego soltarle un tortazo por una mala respuesta. No voy a decir que los niños son unos angelitos y que no se puede ser duro con ellos, pero, en todo caso, los padres estarían dándole estopa a un crío de metro diez. Eso de meterse con los más pequeños está muy feo. Alguno dirá que un cachete puede ir bien de vez en cuando para educar a un niño. Igual uno de esos que no deja moratones. Hombre, no sé. Eso de educar a un hijo es muy complicado, y éste es uno de los motivos por el que yo ya renuncio de entrada a cometer esa temeridad que es reproducirse. De hecho, no hubiera estado de más que alguno se hubiera puesto un condón hace unos cuantos años: así no iría soltando bofetones a sus hijos o, al contrario, consintiéndoselo todo durante la media horita que les ve al día, después de haberlos tenido aparcados en la escuela, en la clase de idiomas, en la de informática o en el esplai. El caso es que no molesten.
Disimular
A pesar de los refranes, han pillado antes a los presos fugados William Clay Bohanan y Berl Keith McKinnie que a su compañero de fatigas Billy Leo Potts Jr. Digo lo de los refranes porque Bonahan y McKinnie son cojos: uno tiene un pie ortopédico y el otro la pierna. Sólo faltaría confirmar que Potts es un embustero para que quede refutado una vez más eso de que antes se pilla a un mentiroso que a un cojo. De todas formas, estoy convencido de que si les han pillado es precisamente por culpa de quien conserva las dos piernas, ya que es justamente el más sospechoso. Es decir, nadie creería que un par de cojos se van a fugar de una prisión. Al verles trotando por la galería fuera de su celda a altas horas de la madrugada, los guardias pensarían que simplemente daban un paseíto. Estirando la pierna un poco. ¿Cómo se van a fugar dos cojos? No llegarían muy lejos. En cambio, al verles con Potts, la alarma habría saltado. Ése tipo igual sí se fuga: ni siquiera tiene un hueso roto. Lo raro no llama la atención. Se tiende a sospechar más bien de lo normal. No sé si es que tenemos tantas ganas de salirnos de la norma, que al final lo normal se convierte en algo extraordinario, pero el caso es que lo corriente parece un disfraz. Otro ejemplo: lamento no recordar ni dónde leí esta historia, ni los términos exactos, pero trataba de un colombiano que se llamaba Juan García, José Pérez o algún otro nombre igual de vulgar. El caso era que le registraban en todas las aduanas. Con ese nombre, el pasaporte seguro que está falsificado, pensaban los agentes, y más siendo de Colombia. García tenía que viajar a menudo por cuestiones de trabajo, así que, comprensiblemente, estaba harto de perder horas sometiéndose a interrogatorios y registros absurdos. No tardó en encontrar la solución: se agenció un pasaporte falso, cuyo apellido era algo así como Barraigoetxea. No volvió a tener problemas en ninguna frontera. Y es que ¿quién va a sospechar de alguien con ese nombre? Si hubiera querido pasar desapercibido con un pasaporte falso, hubiera escogido un apellido que no llamara la atención. Como, no sé, García o Pérez. Sólo que el colombiano ya se había dado cuenta de que la mejor forma de no llamar la atención es, justamente, llamar la atención. Y viceversa: para llamar la atención, lo mejor es intentar pasar desapercibido.
¿Quién es el último?
A pesar del espectáculo que le montaron al pobre John Hume, me lo pasé bien en el Fórum. Y sólo tuve que hacer cola para ver los guerreros de Xi'an. Ya sé que los hay muy susceptibles con esto de los consejos, pero me tomo la libertad de daros uno: en la cola de los guerreros, cuidado al dar la vuelta para enfilar la recta final. Allí el espacio se agranda y os intentarán adelantar por la derecha. Usad los codos, si es necesario; jugad sucio, como el Michael Schumacher de los buenos tiempos. Odio las colas. Sobre todo cuando detrás se te coloca uno de esos listillos que va poniéndose más a tu lado que a tu espalda, con la única intención de adelantarte en cuanto desvíes la mirada un par de segundos para, por ejemplo, preguntar la hora. Ya no puedes seguir leyendo el periódico o escuchando la radio. Te tienes que dedicar a vigilar y a lanzar miradas asesinas a ese impresentable. También odio a esos que se saltan a los quince que esperan, apartan al que está el primero y dicen: "Perdona, sólo quiero hacer una pregunta". Ya, toma, y yo también, y por eso llevo media hora esperando. Por cierto, nunca hacen una pregunta. El mínimo es tres. Comprobado. Y esos tipos no están en la cárcel. Eso sí, comprendo perfectamente que quienes más falten al respeto en lo de las colas sean las personas mayores. Hay quien se queja de que los ancianos, al estar jubilados, no tienen excusa para comportarse así, ya que no tienen nada más que hacer y bien pueden esperar su turno. Pero es que, mientras esperan, notan el aliento de la muerte en el cogote. Cada vez les queda menos tiempo de vida y se vuelven, comprensiblemente, unos avaros con sus días. Todo esto no es excusa, claro, sino sólo una posible explicación.
Ni comer, ni trabajar
Acudir a un almuerzo de trabajo y llevar corbata vienen a ser lo mismo: rituales incómodos y poco elegantes por los que casi todos tenemos que ir pasando. Son cosas que se hacen sólo porque deben hacerse, es decir, trámites cuya existencia no es más que un fastidio. Un fastidio además absurdo: en muchos de estos encuentros ni se almuerza, ni se trabaja. Sí, a veces se come bien en un almuerzo de trabajo, del mismo modo que hay corbatas que son bien majas. Pero ¿qué sentido tiene cualquiera de estas dos cosas cuando sólo se recurre a ellas para quedar bien con quien a su vez sólo quiere quedar bien con nosotros? ¿No sería mejor pasar por casa a mediodía, quitarse la corbata y estirarse en el sofá? Total, más tarde se puede organizar una tranquila reunión con café incluido. No lo digo por menospreciar el café, pero es que se acaba antes y uno incluso puede tomar notas en caso necesario. En definitiva, las comidas de trabajo, para los cocineros.