El yuan


El yuan se ha revalorizado hasta niveles que no se alcanzaban en los últimos diez años. Centenares de millones de chinos han salido a las calles a celebrarlo, con el consiguiente peligro para el suelo del país*. Hasta que ha llegado la policía y ha matado a unos cuantos. Por comunistas. Luego la policía se ha dado cuenta de que China en sí y también sus fuerzas del orden son comunistas o al menos quieren lucir ese adjetivo. Tras unos momentos sin duda embarazosos, los policías han decidido negar haber cometido los asesinatos. Incluso han asegurado que, en todo caso y habiendo tanto chino, no se notarían unas pocas muertes. Los cadáveres, atemorizados por el régimen dictatorial del gigante asiático (China, por si alguien no ha entendido mi poco usada metáfora) han optado por guardar silencio, dando así la razón a sus opresores. Es lo que tienen las dictaduras sanguinarias: pocos se atreven a alzar su voz contra los tiranos. Aun muertos. Pero, cobarde, ¿qué van a hacer si les llevas la contraria? ¿Asesinarte?

*Recordemos que, según Jakob Adenauer, el exceso de peso de tanta gente sería una de las pruebas de la inexistencia de China.


 
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Sexismos


Obsesionado como estoy por la igualdad de sexos, en una ocasión le pedí a una joven que me pagara la cena. La mujer aseguró no conocerme y no estar cenando conmigo. Puede que esto fuera cierto, pero el resultado fue que, una vez más y debido al machismo imperante y a la excesiva comodidad de algunas mujeres que aún no han asimilado los cambios sociales que se han vivido durante las últimas décadas, me vi obligado a desembolsar una cantidad no poco importante de dinero por una cena más bien mediocre. La ensalada era digna de un restaurante de playa, el solomillo estaba demasiado hecho y la mousse de tres chocolates era más vulgar que un postre infantil de la Menorquina. En fin. Qué asco de mundo machista. De todas formas, hay que reconocer que entre hombres y mujeres hay diferencias insalvables. A no ser que intervenga la cirugía. En todo caso, hay algo que un hombre jamás podrá hacer, por mucho que le operen: llevar vida dentro. Siempre y cuando no se trague una ostra cruda. De todas formas, esas ostras no aguantan mucho. Ah, y las bacterias intestinales no creo que cuenten como "vida". Oh, sí, el milagro de la vida. Uno de los milagros más importantes que existen. Si no hubiéramos nacido, probablemente no estaríamos aquí. Qué razón tienen quienes dicen que una madre no puede ser mala, simplemente por el hecho de ser madre. Ahí están Hitler, Castro, Stalin, Gengis Kahn, Alejandro Sanz... Personas malvadas que jamás fueron madres. Si hubieran llevado vida en su seno, la sensibilidad les hubiera cambiado del todo. La sensibilidad, entre otras cosas. Es verdad esa otra cosa que dicen --hay que ver la cantidad de cosas que se dicen al cabo del día, es un no parar--: los hombres jamás sabremos lo que significa ser madres. Ni ser sardinas, por otro lado. Ni bicicletas. Ni cuadernillos de caligrafía. La de experiencias que atesoran los cuadernillos de caligrafía y nosotros moriremos sin experimentarlas.


 
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Aburrir


Un escritor no puede permitirse el lujo de aburrir. Jamás. Dicen que el aburrimiento puede ser creativo y quizás esto no deje de ser cierto, pero la verdad es que el aburrimiento, sobre todo y ante todo, es aburrido. Por tanto, es importante no aburrir. Aburrir es de mala educación. Y además es aburrido. Es terriblemente monótono. Cuando uno se aburre, bosteza, menea el culo y lee en diagonal. Es fundamental evitar que la gente se aburra leyendo los textos de uno. Por ejemplo, hay que evitar las repeticiones. No se puede ir repitiendo la misma idea. Aunque cambien las palabras, uno aburre si repite el mismo concepto una y otra vez. No es bueno repetirse. Repetirse aburre. Y no está bien eso de aburrir. Es aburrido. Para evitar aburrir a los demás es importante, por ejemplo, no repetirse. Jamás. Nunca. En ningún caso. Nada de repeticiones. No es aconsejable repetirse. Con las excepciones oportunas, mejor si no nos repetimos. Repetirse aburre. Y uno pierde lectores cuando aburre. La mayoría se suicida. La gente se tira por las ventanas, se pega un tiro, se arroja a las vías del tren, se corta las venas con cortauñas y, por tanto, poco a poco. Y todo eso porque se aburre. Sé de gente que incluso prefiere trabajar a aburrirse. Claro que se trata de enfermos. Porque, al fin y al cabo, trabajar es aburrido. Trabajo porque en casa me aburriría, dice alguno. Imbécil. ¿Y no te aburres más en el trabajo? ¿Esa es la vida interior que tienes? ¿La de una patata? Dicho sea con todos mis respetos por las patatas, esos tubérculos tan importantes para la cultura y la civilización, sin los cuales no tendríamos la tortilla de patatas o las patatas fritas. Una palabra curiosa, tubérculo. Suena feo. Por lo del culo al final. Tuber. Culo. Tú ver culo. Eso si hablas como los indios. Tubérculo. Tuberculo. Tubería. Culo. Tubo. Tuvo. Ver. Culo. Culo. Culo... Oh, ¿seguís ahí? Perdón, estaba... er... estaba... Bueno, estaba. Decía que a nadie le gusta aburrirse. A todo el mundo le apetece vivir una vida chisporroteante y excitante. Sin repeticiones. Ni reiteraciones. Ni redundancias. Ni repeticiones. Ni tampoco repeticiones. Ni repecticiones. La excepción: una tribu de la Patagonia, que considera de buena educación aburrirse en presencia de adultos, siempre y cuando uno haya comido antes carne de búfalo, condición que no se da a menudo, ya que la carne de búfalo escasea en la Patagonia por culpa del cambio climático. Y es que el tiempo está loco. Un día tienes frío y el día siguiente, calor. Gracias a la calefacción central y al aire acondicionado conseguimos trampear estas sensaciones contradictorias. De todas formas, el clima siempre está ahí, como valioso recurso para llenar vacíos en conversaciones absurdas con gente a la que sólo le diriges la palabra por pura obligación, al estar, por ejemplo, atrapado en un ascensor o en una reunión de antiguos alumnos, o sea, una de esas cenas ridículas en las que siempre te toca sentarte al lado del tipo soso con gafas que nunca habla con nadie --¡ni siquiera del tiempo!--, y eso cuando tú mismo no eres ese tipo soso con gafas y te das cuenta y gritas y sales corriendo y jamás te vuelven a llamar. Entonces te despiertas y resulta que sólo era una pesadilla: nunca has ido --ni irás-- a una reunión de antiguos alumnos. Entre otras cosas porque tus padres no tenían dinero para pagarte una educación y te pusieron a trabajar a los seis años. ¿De qué estaba hablando? Ah, sí, del aburrimiento. Lo peor del aburrimiento es que es aburrido. Si no fuera por eso, uno podría aburrirse sin temor a aburrirse. Pero no es el caso.


 
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Éxito


Alberto Lomares nos recibe en su despacho del piso cincuenta y siete de un edificio que no tiene ni treinta plantas. "Hay que sudar mucho para llegar aquí. Y no es sólo una metáfora. Pero fíjense en qué vistas tenemos los ricos". Miramos por las ventanas y a lo lejos apreciamos la silueta de unos camellos paseando por los desiertos de la península arábiga. Lomares sabe lo que es el éxito. Y no nos referimos a formar una familia feliz o a contar con un puñado de buenos amigos. Eso son sucedáneos baratos que apenas suponen un consuelo para los mediocres. Lomares conoce el éxito de verdad, el éxito con mayúsculas: el ÉXITO, en definitiva. Este joven empresario de apenas sesenta y cuatro años heredó una fábrica de lupas que había estado en su familia durante generaciones. "Era un mal momento para las lupas --explica--, los detectives casi no las usaban y la filatelia cada vez era menos popular. Había que reconvertir un negocio que apenas me proporcionaba setecientos millones de euros netos al año. Era renovarse o ser el hazmerreír en las cenas de empresarios". El presidente de Lomasa tuvo una idea genial, de esas que sólo tienen las personas que conocen el ÉXITO: convertir aquella vieja fábrica de lupas al borde de la quiebra en una fábrica de lupas con los mangos de colores. "Tuve que trabajar duro --explica--. Había días que llegaba a la oficina a las nueve en punto y no tomaba ni un solo café hasta las once y media. Y luego seguía hasta la hora de comer. Después de almorzar, me quedaba dormido en el sofá, extenuado, con el cerebro rebosando de ideas para mi negocio y para la campaña de publicidad". Algunos igual recuerdan esta campaña. Carteles por todas las autopistas con el ingenioso eslogan: "Compre Lupas Lomasa". Las lupas de colores se vendieron menos que las negras, con lo que Lomares contó con una excusa para despedir a la mitad de los trabajadores y ahorrarse tanto dinero que desde entonces en los bancos le llaman de usted y le dejan saltarse la cola. Este humilde cronista fue testigo en una ocasión de este trato preferente, mientras era azotado por el señor bajito que está dentro de los cajeros automáticos. "¡Sólo tenemos billetes de veinte y de cincuenta! --decía, mientras me golpeaba la cabeza una y otra vez con una porra de goma-- ¡No te pienso dar treinta euros, saca veinte o cuarenta, estúpido, que has formado una cola de diecisiete personas!" Al final saqué dos de veinte, rompí uno por la mitad y volví a ingresar la parte que no necesitaba. Todo un ejemplo, el de este hijo del ÉXITO. Me refiero a Lomares. No aconsejo seguir mi ejemplo en absoluto. No aceptan medios billetes en todas las tiendas. Sí en las zapaterías. Pero sólo me dejaron llevarme un zapato. El otro lo podré recoger cuando entregue la mitad que falta del billete. Los zapateros nos extorsionan. Por eso aprietan y rozan tanto los zapatos nuevos. Para recordarnos que los zapateros son personas malvadas que quieren billetes enteros. Dejo aquí mi escalofriante testimonio por si pudiera ser de utilidad a personas que se encuentren en la misma situación que yo.


 
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Dónde habrá aprendido eso


A: Je, je, estos niños… Qué ocurrencias. Ahora, que vaya lenguaje. B: Le aseguro que no lo ha aprendido en casa. A: En el colegio, habrá sido. Los colegios de hoy en día son un asco. B: Una puta mierda A: Y los profesores, unos cabronazos. B: Suerte que el niño es listo. A: Si es que parece que no, pero los niños de hoy en día son muy listos, lo aprenden todo más deprisa, y no como en nuestra época, que éramos unos ignorantes y unos inocentones. B: Claro, pero ahora con la tele y con la internet esa... A: Pues sí, se vuelven unos tontos del bote, que no tienen ni idea de nada. B: Unos ignorantes que ni siquiera saben cuál es la capital de Bangladesh. A: ¿La capital de qué? B: Y además se drogan todos en seguida, que el otro día leí que comenzaban a esnifar marihuana a partir de los nueve años. A: Eso en nuestra época no pasaba. B: Qué va. A mí, mi padre me pillaba inyectándome porros y me sacudía una hostia que me arrancaba la cabeza. A: A mí una patada que me rompía las piernas. Las dos. De una sola patada. Lo hizo una vez. Me pilló fumando cocaína. B: Pero, claro, ahora no se les puede ni tocar y así salen. A: Unos consentidos. B: Drogadictos. A: Ladrones. B: Esquinjeds. A: Inmigrantes. B: Negros. A: Como el carbón. B: Y chinos. A: Y chinos. Que hay niños chinos por todas partes. B: Especialmente en la China. A: En Asia en general. B: Claro, con el retraso que hay... Una pena que no tengan niños europeos. Les cuesta más integrarse. A: Ya se lo encontrarán cuando crezcan. B: La vida les va a dar todos los palos que no les dieron sus padres. A: Tarde o temprano. B: Y más temprano que tarde. A: Mejor, que aprendan. B: Que aprendan. B: Putos niños negros. A: Vienen a imponer su cultura. B: En lugar de adaptarse.


 
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