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En defensa de las plantas
Durante una época fui vegetariano. Aguanté casi dos horas sin comer carne. Hasta que me dio una lipotimia. Había caído presa del peor enemigo de los amigos de los animales: la ANEMIA. Durante los diez segundos que pasé inconsciente, vi la luz: ¿acaso no son las plantas seres vivos? ¿Si las pinchas, no sangran? Bueno, no sangran, en todo caso savian. ¿Si les haces cosquillas, no ríen? Al respecto, hay algunos botánicos muy expertos que dicen que no, que las plantas no ríen. ¿Si les pones música de Mozart, acaso no crecen más verdes y altas? Efectivamente. Y si oyen Amaral o algo parecido, se suicidan. En serio. Yo le puse el último de La oreja de Van Gogh a un ficus y el tío se arrastró por los suelos con las hojas, salió al balcón y se arrojó al vacío. Resumiendo: por culpa de la brusca supresión de proteínas y hierro, mi cerebro perdió el contacto con lo que llamamos realidad y accedí al terreno espiritual de la empatía con mis hermanas las plantas. Ellas también sufren: ¡no las asesinemos arrancando sus raíces, cortando sus hojas, mordisqueando sus tallos, comiéndonos sus frutos e impidiendo por tanto su reproducción! ¡NO DERRAMEMOS MÁS SANGRE VERDE! Además, todas esas plantas son alimento de vacas y otros bichos. Dejemos que esos animales se alimenten bien y nos proporcionen carne roja y jugosa. No les robemos su comida a las vacas. ¡Ellas tienen derecho a comer! No asesinemos más plantas aunque sólo sea por amor a los animales. Yo los amo. Los quiero. Muy poco hechos, además, casi ni están muertos: sólo los vegetarianos más radicales me acusarían de asesinato.
Tradiciones
El momento más desenfadado del funeral llegó cuando ya todos habían abandonado la iglesia. La viuda agarró la corona, se plantó en la puerta, de espaldas a familiares y amigos, y la arrojó. La corona cayó sobre don Antonio Cifuentes, un joven empresario amigo del difunto. Según la simpática tradición, Cifuentes será el próximo en morirse. Como ya apuntaron los asistentes, este hombre aún no ha cumplido los cuarenta y cinco, pero se le ve avejentado. Se cuida poco, tiene sobrepeso y no hace nada de ejercicio. Es lo que tiene tanto trabajar: todo el día comiendo fuera e hinchándose a salsas y a fritos, sin tiempo para dedicarse a uno mismo. Cifuentes dejará viuda y dos gemelas de seis años, pero lleva su muerte con buen ánimo. "No soy supersticioso --afirma--, pero sí amante de las tradiciones de mi tierra. Si hay que morirse, pues me muero y punto, ya ves tú qué problema". El casi difunto asegura que lo dejará todo bien dispuesto para cuando se vaya. "Sobre todo por mis hijas. No quiero que les falte de nada". La futura viuda no dudó en asegurar que "este tío es tonto. Y un cabezón. Ahora por no quedar mal está dispuesto a morirse. Sólo por el qué dirán. Tendría que haberle hecho caso a mi madre y haberme casado con Javier, que era pobre, pero al menos no era tan imbécil. Pero, ay, me dejé cegar por la boyante fábrica de grapas que acababa de abrir mi Antonio". Este cronista ha buscado al tal Javier por toda la comarca. Sin éxito. Mucho nos tememos que la pena ha hecho enloquecer a la futura viuda de Cifuentes, llevando a que su débil cerebro creara una fantasía que le permitiera sobrellevar con algo de entereza la terrible pérdida a la que se enfrentará.
Negocios
Como todo el mundo sabe, la regulación es excesiva en este país. Los políticos chupasangres e intervencionistas no hacen más que meter la mano en nuestros bolsillos, los bolsillos de empresarios honrados y osados, para robarnos nuestro dinero sin ningún tipo de miramiento y encima esperando que les demos las gracias. Por ejemplo, recientemente he tenido que paralizar un proyecto que tenía entre manos, por culpa de lo ocurrido con Afinsa y Fórum Filatélico. Los clientes potenciales de mi empresa estaban escamados tras las medidas opresoras llevadas a cabo por los jueces. Si no existieran esas leyes liberticidas, yo también podría haberme hecho rico y no sólo esos enchufados de los sellos. Por a alguien le interesa, Pantuflo Investments era una inteligente apuesta por las inversiones en los ramos de la numismática y la colombofilia. No descarto ponerla en marcha durante la segunda mitad del año, así que mis lectores pueden ir enviándome esos cien mil euros que les queman en el bolsillo y con los que no saben qué hacer. Yo sí que lo sé: ingresarlos en una cuenta de las islas Caimán. En todo caso, me comprometo a devolverles el doble en un plazo de treinta años. Palabra. No es el único negocio que estoy montando. Puedo conseguirle la invalidez y la consiguiente pensión a cualquiera que tenga los dos dedos de frente que bastan para darse cuenta de que trabajar es una pérdida de tiempo. Sólo necesito treinta mil euros. El bate de béisbol lo pongo yo. El esfuerzo lo pone un amigo mío que es muy brutote. Es importante señalar que la pensión se consigue en un noventa por ciento de los casos y que ninguno de mis clientes ha acabado nunca en la cárcel. Mi amigo, sí. Pero es que a veces se emociona. Pone mucha pasión en su trabajo. Le pone tanta que a veces le cuesta distinguir cuándo un cliente ha llegado a la invalidez total o, directamente, a la muerte. También tengo otra idea entre manos que es absolutamente genial. Se trata de montar una empresa de colectas. Contrataría a cientos de jóvenes y jóvenas de buen ver que se pasearían por las ciudades españolas y, quién sabe, europeas, con huchitas y pidiendo un donativo. Quizás algún desconfiado pregunte algo así como "¿y para qué es esta colecta?", a lo que mis simpáticos y adiestrados empleados contestarán: "Coño, pues para recoger dinero". Por supuesto, necesito socios capitalistas. Cualquier persona interesada puede ponerse en contacto conmigo para pedirme los datos bancarios y enviarme la cantidad que consideren apropiada. Para simplificar la estructura empresarial, he pensado en quedarme con todas las acciones e ir pasando a los socios un porcentaje de los beneficios que oscilaría entre el 0 por ciento y el 150 por ciento, a determinar en junta de accionistas por votación (de los accionistas).
Hospitales
Un estudio que no tiene pinta de ser muy serio asegura que la mitad de las complicaciones hospitalarias son evitables. Falso. Falsísimo. Todas las complicaciones hospitalarias son evitables. Basta con no ir al hospital. Sí, claro, alguno puede decir que si uno va a una clínica es porque necesita cuidados médicos. De acuerdo, admito que es necesario recibir atención más o menos profesional en casos extremos. Si se te caen cincuenta ladrillos en la cabeza, por ejemplo. Pero siempre asumiendo el alto riesgo que supone ir a uno de esos centros de tortura: infecciones, complicaciones quirúrgicas, problemas con las vías, relojes olvidados en el estómago del paciente. Además de esas complicaciones existen los clásicos riesgos a los que se enfrenta toda persona que se pone en manos de médicos. Entrar a la consulta con un ligero cansancio, por ejemplo, y salir con el colesterol alto, el hierro bajo, la tensión por las nubes, el hígado necesitado de un trasplante y, sobre todo, una intranquilizadora imagen grabada en la retina: la expresión de pánico del médico al abrir el informe de la analítica. El caso contrario también ocurre con frecuencia: un tipo acude a su doctor por dolores de cabeza recurrentes y le expresa su temor a padecer un tumor cerebral. El médico se reirá en su cara y se negará a hacerle las pruebas pertinentes, dejándole durante semanas con una terrible angustia. Cuando el psicópata ceda, resultará --casualmente, claro, casualmente-- que el hombre no tenía nada en la cabeza, no se preocupe, necesita dormir más. Obviamente, si este pobre tipo hubiera acudido sólo por el dolor, sin expresar sus miedos, el médico no hubiera dudado en encontrarle ese cáncer. Quizás incluso colocárselo. Las incógnitas son demasiadas como para no tener en cuenta esta posibilidad. E investigarla. Y es que los médicos juegan con nosotros. Inventándose enfermedades absurdas que no tenemos. O ignorando las enfermedades que nos hemos inventado. Lo que sea con tal de humillarnos y, finalmente, asesinarnos.
De toros
El diario 20 minutos ha decidido dejar de publicar noticias taurinas (vía Elías). En una línea similar, yo he decidido no hablar de fútbol en este blog, excepto para insultar a los forofos. El caso es que yo fui cronista taurino. Y eso que me gustan los animales. Poco hechos, además. No duré mucho, pero aún guardo la --sí, LA-- crónica que escribí, hará cosa de un par de años. La reproduzco, a pesar de su escaso interés.
"La corrida (ja ja ja) de José de la Rueca, el niño de Chernóbil, abre la tarde. Mientras me tomo un finito al que me invita la afición de la Maestranza, veo cómo el torero se planta en medio de la plaza con un pijama ridículo y un mantel rojo. "Será muy hombre --comento-- pero lleva los pantalones de color oro y rosita". "Venga, dale al fino" es la única respuesta que me dan. Sale el primer toro de la tarde, negro y gordo, babeando furia y buscando al niño de Chernóbil con los pitones limados y la vista perdida, toda endrogada. De la Rueca se acerca al bravío animal español, que se desploma, vomitando. La resaca no se la quita nadie. El público tira un par de... ¿son cojines? ¿Por qué tiran cojines? A mí me cae más fino. Más fino llega también el segundo de la tarde, del redil de los Osborne. Los toros de Osborne son machos, salvajes y nerviosos. Los animales de este criador son tan bravos que sus vacas no dan leche, dan ese coñac que cuando te lo bebes te salen pelos en el pecho. De la Rueca tiene problemas para controlarlo, aunque le endosa un par de verónicas y una media chicuelina que lo dejan mareado. Buena faena de los banderilleros, aunque a uno se le escapa uno de los pinchos esos y deja tuerto al concejal de urbanismo, para disfrute del público, que recibe la estocada accidental con aplausos. El picador se dedica a lo suyo, a picar, y le dice al toro cosas como "va, venga, cornéame, cobarde, va, no tienes lo que hay que tener, ¿eh?", y demás. El toro, enfurecido por las heridas y los insultos, brama bravo contra los comunistas que están rompiendo España. De la Rueca pierde la concentración, mientras el toro cornea con su lengua bañada en sangre a vascos y a catalanes, a socialistas y a okupas, a gente de mal vivir en general. Valiente, De la Rueca se acerca al toro, casi besándole, y le habla de los éxitos de Zapatero. "Ya no estamos en Iraq --le suelta-- y Eta se rinde". Interludio. Sale el alegre y bravo ballet de hipopótamos enanos. Durante algún tiempo se puso en duda que este número fuera apropiado para el ambiente --¿ambiente?-- hombruno --ah, ambiente... hombruno-- que se vive en las plazas, pero lo cierto es que el público acoge con aplausos y lágrimas de emoción la interpretación que estos hipopótamos hacen de un fragmento de La señorita y el gamberro, de Shostakovich. Los puristas, indignados, aprovechan para estirar las piernas y, como su propio nombre indica, encenderse un puro. Son pocos, pero los puros huelen tanto y tan mal que uno de los hipopótamos protesta, alzando lo que sería un puño si no se tratara de un hipopótamo. Ah, la eterna lucha entre fumadores e hipopótamos. Termina el espectáculo y vuelve el toreo. El fino va cayendo mientras la dialéctica domina la arena. Los señoritos de la sombra están con el toro. Los descamisados del sol, con el torero. Con tanto fino, tengo que dejar mi asiento y hacer algo que nadie puede hacer por mí. Tropiezo y ruedo escaleras abajo. Quedo tendido en el tendido. En el hospital, ya cuando salgo de entre las brumas, me dicen que fue una buena tarde y que el cuarto toro salió a hombros, después de comerle el hígado a Joseli el Garrulo y de cornear a tres tipos del público. Indultaron al torero, aunque sigue pendiente el juicio por conducir borracho. Hablando de conducir, el toro Ferrari pilotado por Michael Schumacher consiguió la vuelta rápida, para alegría de los tifosi que tiñeron de rojo las gradas de la Maestranza."
Por algún extraño motivo, los del diario no me volvieron a llamar. Ni siquiera publicaron la crónica. Y siguen poniendo excusas ridículas para ahorrarse el pago convenido. En todo caso, que quede claro que me ofrezco voluntario para redactar crónicas taurinas en el diario 20 minutos. Incluso futbolísticas. Porque también fui cronista deportivo. Recuerdo aquella que comenzaba: "El fútbol es para imbéciles y los campos están llenos cada domingo..." Tampoco fue bien recibida. Temas políticos, claro, siempre me censuran por temas políticos. No soportan a los independientes. Ya me lo dicen en el partido, que diga que soy independiente para que así no me soporten. Concretamente, me dicen, y copio del correo del secretario de organización: "Tú diles que vas por libre, así das la imagen de que somos un partido plural y todas esas tonterías que les gustan tanto a esos cretinos que nos votan".