Protágoras explicaba que había cosas con nombre femenino, como la cólera (e menis), que deberían ser masculinas por ser más propias del hombre. Y viceversa, claro.
Dudo que la cólera sea más propia del hombre que de la mujer, pero, en todo caso, sí que es cierto que hay nombres que merecerían otro género. El teléfono, perdonadme el tópico, debería ser la teléfono (o la teléfona, si acaso). Y, no sé, creo que preferiría ponerme unas pantalones a unos pantalones. También me suena muy natural que en alemán el sol vaya en femenino (die Sonne) y la luna (der Mond), en masculino.
Llevando el tema algo más lejos, hay palabras que sin duda definen perfectamente el objeto o la acción a la que se refieren, género incluido. Como gota, eructo, espachurrar, tierra, bisturí -ah, la palabra incluso corta-, horror o manzana. Pero hay otras que necesitan ser cambiadas, adaptadas, porque no responden en absoluto a su referente. Mesa, por ejemplo, es una palabra demasiado anodina. Incluso para una mesa. Parece más bien un pronombre posesivo. O calle. Con lo bonitas que suelen ser las calles y su maldito nombre no es capaz de incitar ni a dar un paseíto. No me extraña que se use tanto el coche. Y el libro como objeto igual es insustituible, pero la palabra es francamente mejorable. Último ejemplo: si computadora suena, como mucho, a triste calculadora, ordenador es una mentira.
Pero, claro, todas estas cosas ocurren porque la sensatez y la razón nunca serán los instrumentos que usen académicos y lingüistas a la hora de fijar (y dar esplendor) a la lengua, anclados como están en la convención y en la tradición. Cuánta arbitrariedad. Así jamás será cierto aquello que dice Borges en los primeros y platónicos versos de
El Golem:
Si (como el griego afirma en el
Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa,
en las letras de
rosa está la rosa
y todo el Nilo en la palabra
Nilo.
Una lástima. Sí, supongo que lástima en femenino está bien. Aunque pena igual debería ser un nombre masculino.
Jaime, 23 de julio de 2002, 0:27:02 CEST
Invenciones
Interesante reportaje sobre la memoria en el
Magazine de
La Vanguardia: "El guardián de los recuerdos". El autor,
Santiago Ramentol explica, entre otras cosas, que "la memoria es también representación mental del mundo, una especie de descripción codificada y estructurada que puede guiar el comportamiento". La memoria, afirma, es "una versión del pasado". Y lo que percibimos es "una interpretación mental de la realidad".
Siempre me ha resultado curioso que frases como éstas se asuman casi como evidencias, pero que, por regla general, se quiera excluir a la ciencia de estas características del conocimiento. A pesar, justamente, de que es la ciencia la que ha llegado a estas conclusiones.
Nuestro conocimiento científico, en definitiva, es también una interpretación mental de la realidad, un producto de nuestra mente, una versión de los datos que recopilamos, ya sea de observaciones directas como de supuestamente objetivas máquinas. Máquinas, cómo no, creadas a nuestra imagen y semejanza (valga la blasfemia). En definitiva, la ciencia no existe fuera de nosotros; el mundo no es el lugar donde vivimos, sino nuestra manera de vivir. De todas formas, no dudo -de momento- de que el conocimiento científico sea el más fiable. Aunque quizás no siempre sea el más útil ni el más interesante.
Otro dato curioso que recoge Ramentol acerca de cómo funciona la memoria: "Los investigadores han descubierto, por ejemplo, que algunos recuerdos de la infancia simplemente nunca sucedieron. En otros casos, ocurrieron realmente, pero quienes dicen haberlos vivido no estaban allí. Alguien contó el acontecimiento y, con el tiempo, quedó registrado como una experiencia real. El psicólogo Jean Piaget relata cómo creyó haber sufrido un intento de secuestro, cuando en realidad se trataba de una historia inventada por su nodriza".
No creo que se trate sólo de una característica de la infancia: continuamente estamos inventando recuerdos, embelleciendo puestas de sol, afilando romas frases ya dichas, idealizando unos años pasados más bien vulgares o adjudicándonos la victoria en enconadas (y reconstruidas) disputas, como hace Popper en su autobiografía cuando relata su versión de la disputa con Wittgenstein acerca del atizador.
Total, que casi se puede decir que la vida es una invención. Totalmente imaginaria. Lo triste es que la mayoría de las veces ni siquiera acertamos a inventar algo mínimamente agradable.
Jaime, 19 de julio de 2002, 14:33:20 CEST
Sujetos
Creíamos que poco a poco estábamos dejando de ser masa. Internet, la participación, la interactividad, incluso el protagonismo, nos creaban la impresión de que dejábamos de ser grupo para convertirnos, finalmente, en individuos. La masa no sólo se estaba convirtiendo en sujeto, como diría un hegeliano, sino en sujetos. Todos estábamos llamados a ser superhombres.
Pero me temo que esta impresión ha resultado ser simplemente un engaño. El engaño de siempre, imagino. Seguimos siendo masa, aunque sea una masa disgregada. Aún reaccionamos del mismo modo a los mismos estímulos. Somos todavía turba violenta. Aunque no nos veamos las caras.
Aún no somos, pues, sujetos. Simplemente estamos sujetos. Como siempre. Necesitamos seguir provocando y dejando que nos provoquen. Hay que ser absolutamente
cínico.
Jaime, 18 de julio de 2002, 1:01:52 CEST
Juegos de lengua
A estas alturas todo el mundo sabe ya que
Ilan Stavans ha traducido
Don Quijote de la Mancha al spanglish. Y a estas alturas todos hemos leído multitud de críticas a este experimento, que se califica poco menos que de atentado contra la obra de Cervantes y el idioma español (aunque supongo que el inglés también se ha visto afectado).
Pues a mí no me molesta tanto eso de "in un placete de La Mancha", o este otro fragmento, impagable: "Tenía el hábito de leer libros de chivaldría with tanta pleasura y devoción as to ladearlo casi por completo a forgetear su vida de hunter y la administración de su estate".
De acuerdo, supongo que el spanglish no es exactamente (al menos todavía) una lengua, y es cierto que no se ha formado de la manera habitual en que surgen los idiomas. Seguramente el spanglish es más producto de la pereza que de la inventiva, y esta mezcla de inglés y español no tiene nada que ver con cómo se contaminan entre sí -es decir, se enriquecen- lenguas vecinas, dominantes, conquistadoras y conquistadas. Incluso podría estar de acuerdo con el hecho de que el spanglish tiene más interés para los sociólogos que para los lingüistas.
Pero aquí en Barcelona yo estoy muy lejos de esos 40 millones de spanglishparlantes que calcula Stavans. Todas esas disputas me pillan muy de refilón y de nada sirve apelar a una supuesta conciencia patrióticolingüística que no tengo, aunque me guste leer textos cuidados y bien escritos. Como a todo el mundo.
En definitiva, y sencillamente, esta traducción me parece un experimento divertido, un juego con la lengua que, independientemente de su alcance social y literario, merecería la atención de
Màrius Serra, en caso de que decida ampliar su magnífico
Verbalia.
Y ya sé que igual exagero, pero, por ejemplo, en
Finnegans Wake y en
La naranja mecánica, Joyce y Burgess -su mayor admirador, imagino- parten de lenguas existentes para crear, casi, otras nuevas, en un juego semejante. De la obra de Joyce, sólo dispongo de la traducción al ¿español? de Víctor Pozanco, pero aún así estas frases pueden servir como ejemplo: "Love to love en el primer set (¡por pura diversión!). Que el río se secará en cuanto te niegue. ¿Quién habráse hoydo cosa semejante? Hasta que el más errado de los hierros atraviese la piedra de nuestro corazón. Y mis is Amarga confraterniza con mis is o'mores". De Burgess valga este otro ejemplo: "I could viddy a nice malenky statue that shone in the light of the room, so I crasted this for my own self, it being like a young thin devotchka standing on one noga with her rookers out".
Sé que igual debería estar más concienciado, pero a mí me gustan los juegos, qué le vamos a hacer.
Jaime, 24 de junio de 2002, 15:50:33 CEST
Política y escritores
Teniendo en cuenta que los políticos no tienen ni idea de política, uno puede verse tentado a recurrir a los escritores -mentes preclaras y agudas- para tratar de comprender la cosa pública. Craso error: si hay alguien que no sepa de política, además de un político, es un hombre de letras.
Un ejemplo clásico: el saludo y posterior elogio de Pinochet que hizo Jorge Luis Borges en su visita a Chile en 1976. Ya es prácticamente un tópico decir que este desafortunado gesto le robó el Premio Nobel.
Pero hay más ejemplos. John Milton estaba en contra de la libertad de expresión y de prensa. Stendhal y Balzac eran bonapartistas exacerbados y la idea de una posible y futura democracia les provocaba urticaria. El caso de Balzac tiene especial gracia: cada vez más legitimista y católico, recibe en 1841 la noticia de que la iglesia ha incluido en su
Índice de libros prohibidos todas sus novelas de amor. Gabriel García Márquez vive en Cuba. Mayakovski, Gorki y Brecht eran conocidos marxistas, al igual que Pablo Neruda, que en su
Canto general no duda en soltar algún verso de corte stalinista. Peor fue el coqueteo con el fascismo de Ezra Pound, por no hablar del de Louis-Ferdinand Céline.
Entre los españoles hay también muestras de ceguera política: Enrique Jardiel Poncela era falangista, Camilo José Cela fue censor en tiempos de Franco, Rafael Alberti elogió a Stalin, Pío Baroja -al igual que Dostoievski- era antisemita.
Uno se desespera y busca excepciones: ¿qué tal Thomas Mann? Criticó a Hitler, sus libros fueron prohibidos y quemados y tuvo que exiliarse a Estados Unidos. Sí, correcto, pero antes también se había equivocado: a principios de la década de los 20 publicó un artículo en el que mostraba su simpatía por el naciente fascismo. De acuerdo, fue un error y rectificó, pero como para ir fiándose de los escritores.
De todas formas, entre los hombres de letras hay grandes tipos -no muchos- que desde un primer momento tuvieron claro qué partido había que tomar: Stefan Zweig, por ejemplo, austriaco (y judío) criticó implacablemente el auge del nazismo; Bertrand Russell, filósofo Premio Nobel de Literatura, fue un progresista convencido, enemigo de fascismos de derechas y totalitarismos de izquierdas.
En todo caso, lo que queda claro es que resulta difícil, por no decir imposible, juzgar a un autor por sus ideas políticas: uno puede leer y disfrutar a todos los escritores citados (y a muchos olvidados, claro está) sin tener en cuenta sus errores públicos. Los escritores parecen ser, simplemente, tipos más o menos bienintencionados y con un contacto con la realidad bastante particular. Por eso no creo a quienes afirman que las ideas políticas de, por ejemplo, Ernst Jünger y Knut Hamsun han eclipsado sus textos. Me temo que sus escritos no son los suficientemente buenos como para superar tanto error y tanta tontería.