Silencio


Después de casi veinte años sin publicar, Javier Salvador se presentó en la oficina de sus editores y les entregó dos folios en blanco, encabezados por el título Y el resto es silencio. El escritor les aseguró que se trataba del avance de un libro en el que estaba trabajando. Los editores se quedaron callados unos minutos, contemplando las hojas. Hasta que uno de ellos preguntó que por qué dos páginas y no una. O tres, ya puestos. El resto de mercaderes se lo quedó mirando con cara de disgusto y pareciendo dar a entender que la pregunta era tonta y la respuesta, evidente. Sin embargo, Salvador cogió su cuento, para doblarlo y volvérselo a guardar en el bolsillo de su abrigo. -Sí, tienes razón -dijo- necesito trabajarlo más. El escritor murió al cabo de pocos meses. Y, no mucho después, los editores obtuvieron permiso de la viuda para entrar en su despacho. De los desordenados cajones y estanterías, entre discos de John Cage y láminas de cuadros de Malevitch, aquellos hombres sacaron mil cincuenta y ocho folios en blanco, la mayoría grapados en grupitos de diez o quince. La editorial ya ha asegurado que prepara la publicación de estos textos póstumos y que sólo falta decidir el orden más apropiado, para lo que cuentan con un equipo de expertos en la obra de Salvador. Entre estos papeles se han encontrado cuatro versiones de Y el resto es silencio: la original, una de tres folios, otra de sólo uno, y una última que no es más que una pajarita de papel. Los problemas para editarla son evidentes: algunos son partidarios de adjuntar al volumen un folio en blanco con las pertinentes instrucciones de plegado; otros prefieren entregar directamente la pajarita, y no son pocos quienes opinan que se trata de una incursión del autor en el mundo de la escultura y las instalaciones poéticas, por lo que es impublicable. Apuestan por donarla a un museo. Pude preguntar por este giro minimalista de Salvador a una amiga que ha escrito una tesis sobre él. Según me ha dicho, toda la crítica está algo desconcertada. Y maravillada, eso sí. -Abunda la palabrería -me dijo-. Yo prefiero esperar a leer el libro antes de dar mi opinión. Ya sabes, sobre aquello de lo que no podemos hablar, es mejor guardar silencio.


 
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Televisión y cultura


El Cultural, suplemento del diario El Mundo, ha pedido a "37 personalidades de todos los ámbitos de la cultura" nada menos que "una idea para salvar la televisión, ahora que la cultura parece retroceder agonizante entre el fango rosa de la programación". Para empezar no sé si jamás ha habido (ni si puede haber) relación entre la cultura y este medio, excepto tangencialmente. Por ejemplo, cuando pasan una película para hacer de relleno a los anuncios. Así que más que retroceder agonizante, la cultura simplemente se lo mira todo de lejos. Como siempre.

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Televisión y cultura


El Cultural, suplemento del diario El Mundo, ha pedido a "37 personalidades de todos los ámbitos de la cultura" nada menos que "una idea para salvar la televisión, ahora que la cultura parece retroceder agonizante entre el fango rosa de la programación". Para empezar no sé si jamás ha habido (ni si puede haber) relación entre la cultura y este medio, excepto tangencialmente. Por ejemplo, cuando pasan una película para hacer de relleno a los anuncios. Así que más que retroceder agonizante, la cultura simplemente se lo mira todo de lejos. Como siempre. Aun así, la mayoría de los entrevistados lloran pidiendo programas culturales. Fernando Savater, por ejemplo, reclama un espacio "dedicado al libro y dirigido a los jóvenes". Otro filósofo, Francisco Mora, propone que cada día se dediquen al menos treinta segundos a retransmitir la imagen de un cuadro, acompañada de una pieza de música clásica. Según el director de cine Manuel Gutiérrez Aragon, que estos programas tengan éxito no ha de ser muy difícil: "La televisión tiene mucho de hábito y el telespectador acabaría por aficionarse a programas culturales". Y eso, para algunos, en realidad no tiene importancia. Por ejemplo, el también cineasta Vicente Aranda pide una "enérgica renovación de criterios". Es decir, no darle al público lo que pide, sino lo que las elites saben que necesita. Y Chus Visor llega a decir que a la televisión "hay que salvarla del público". O sea, la tele para la minoría, siempre. El delirio llega a su punto más alto con el director de orquesta Cristóbal Halffter: "Es urgente que enseñemos de nuevo a esa amplia base sobre la que se asienta la pirámide social, hoy semiidiotizada, autosatisfecha y dirigida a distancia, a leer, pensar y sentir en razón de las columnas en las que se apoya nuestra civilización: la Filosofía Griega, el Derecho Romano, el Cristianismo, y la evolución continua y en paralelo del Pensamiento, las Ciencias y las Artes". Las patéticas mayúsculas son suyas.

Tópicos Todos ellos parten de dos tópicos muy ligados: 1) la gente es tonta y verá lo que le echen, sin discutir. Y, en consecuencia, 2) hay que cultivarlos, rescatarlos de la barbarie, poner a Sánchez Dragó en prime time por indicación terapéutica. Pero creo que es un error pensar que el hecho de que la gente vea programas idiotas quiera decir necesariamente que esta gente sea idiota. Más bien creo que la mayoría sólo queremos desconectar un rato, descansar, dejar la mente en blanco. Y la televisión es el mejor medio para conseguir tal cosa: narcótico, sedante, pasivo. La tele está pensada para adormecer. Y eso no tiene por qué ser malo: todos necesitamos descansar un rato. Así pues, la mayor parte de la audiencia simplemente le ha dado el uso más adecuado a la cajita: evasión, desconexión. Aunque tenga otras posibilidades, éstas no son ni mayoritarias ni las más adecuadas. Por ejemplo, para ver una película, lo mejor sigue siendo ir al cine. Aunque la cultura pueda ser cosa de masas (ejemplo: el éxito de Woody Allen), no tiene por qué estar presente en todos los medios de masas. Alguno de los 37 me parece, pues, más acertado. Por ejemplo, el filólogo Francisco Rico dice, casi en tono de sorna, que para hacer una televisión de calidad hace falta "gastar dinero y no querer ganarlo". Cosa que no es el principal objetivo de las cadenas, claro está. Y, aunque no acaba de trasladar la responsabilidad a la audiencia (al fin y al cabo, si la mayoría quisiera televisión de calidad, la tendría), la comisaria de exposiciones Rosa Martínez asegura (en una frase que me recuerda a un texto de Txema), que "frente a receptores con criterio desaparecen los emisores zafios".

Apéndice: la Venus de Willendorf La galerista Helga de Alvear también propone sus cuatro cosas para arreglar la televisión. Comienza quejándose de lo light que son casi todos los programas, para luego coger carrerilla, quejarse también del Prado, del poco conocimiento que se tiene de arte contemporáneo y rematar preguntando: "¿Cuántas personas con menos de 30 años saben qué es la Venus de Willendorf (escultura del Paleolítico)?" Siendo del Paleolítico, no entiendo por qué pone la barrera en los 30 años. Los de 40 aún eran niños cuando la esculpieron. En todo caso, y por si hay algún despistado que se sienta aludido por la buena señora (como yo mismo), aquí dejo una fotito, por si os la encontráis por la calle. A la galerista, no a la Venus.


 
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Bond y los pájaros


Ian Fleming bautizó al agente 007 robándole el nombre a un ornitólogo, autor de un libro sobre aves caribeñas. Este pobre hombre tuvo que soportar miradas incrédulas y respuestas socarronas cada vez que aseguraba que su nombre era Bond, James Bond. En Muere otro día, Pierce Brosnan se hace con unos prismáticos y un libro sobre pájaros. Cuando Halle Berry sale de las aguas de una playa cubana al más puro estilo Ursula Andress y entabla conversación con el espía británico, éste le explica que es ornitólogo, y muestra los anteojos y el manual a modo de prueba. Es decir, que gracias a unos de los muchos guiños para seguidores repartidos por toda la película, James Bond simula ser lo que en realidad es.
La primera La última, hasta ahora

 
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Mundos reales


En Pragmatismo, William James asegura que "si fuéramos langostas o abejas, quizás nuestra constitución nos habría llevado a emplear modos completamente diferentes de captar nuestras experiencias". Tendríamos, pues, una realidad diferente. Pero igual de real. Confundir nuestras construcciones sobre la realidad con la realidad misma es algo común: "Todos tenemos la sorprendente idea de que el modo como vemos el mundo refleja el mundo en su objetivo ser así", dice el psicoterapeuta Paul Watzlawick en El sentido del sinsentido. "Aquel mundo completamente real, es decir, activo, está siempre como tal condicionado por el entendimiento y sin él no es nada", añade Schopenhauer en las primeras páginas de El mundo como voluntad y representación. Es más, ni siquiera estoy seguro de que podamos hablar tranquilamente de un mundo objetivo o completamente real fuera de nosotros mismos. Si lo que llamamos realidad no es más que un conjunto de sensaciones que vamos reorganizando y que intentamos ir entendiendo, resulta que no hay realidad fuera de nuestra mente, que es la que otorga significado a estas percepciones. Lo único que tenemos, dice Bertrand Russell en Iniciación a la filosofía, es "una construcción hecha de percepciones". Percepciones que no podemos saber si tienen relación con ese mundo externo: no tenemos ninguna prueba de que haya un mundo real fuera de nuestras cabezas, ni siquiera tenemos, añade Russell, "ningún derecho a sentirnos seguros de su existencia". La ciencia no ayuda. No es más que otra construcción, otro modo de interpretar nuestras sensaciones. El más exitoso, el que parece explicar de modo más fiable nuestras sensaciones. Pero no más que otro andamio. Que no es poco. Watzlawick explica que se divertía irritando a unos amigos físicos cuando les decía que "ahí fuera sólo hay ondas electromagnéticas porque vosotros habéis construido aparatos que reaccionan a algo que vosostros denomináis luego 'ondas electromagnéticas'". Para acabar de rematar esta idea, cita al propio Einstein: "Es imposible recoger en una teoría sólo magnitudes observables. Es más bien la teoría la que decide lo que uno puede observar". Así, puede que la realidad sea casi más una cuestión más de neurología y de psiquiatría que de física. Que dependa más de cómo nuestra mente reconstruye las percepciones que de las percepciones mismas. De hecho, George Steiner sugería en Gramáticas de la creación que "incluso las ciencias teóricas y aplicadas (aunque éstas en menor grado) son modelos basados en el tejido particular y en la neurofisiología del córtex humano antes que una verdad garantizada, inmutable e independiente que está ahí fuera". Por ejemplo, ¿la relación causa y efecto "realmente" se da ahí fuera o no es más que nuestro modo de interpretar ciertos datos?


 
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