Disparates originales


El peligro de querer ser original es que uno puede caer en el ridículo de descubrir que alguien se le había adelantado. Y prácticamente siempre resulta que es así. Por otro lado, no está de más tener en cuenta que, como dice André Comte-Sponville en El amor, la soledad, "una idea que nunca ha tenido nadie tiene todas las probabilidades de ser un disparate". Y que, como todo el mundo quiere ser rompedor y diferente, al final ocurre que lo tradicional acaba resultando más novedoso que la mayoría de supuestas novedades. No sé, pero a lo mejor la forma más eficaz de ser original es apropiarse de lo que ya han hecho otros.


 
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Vale Music no cree en él, ¿y qué?


Naím Thomas ha usado un acróstico en una de sus canciones. Y es que, cogiendo la primera letra de cada verso de su tema "Vas a entender", se puede leer la frase "Vale Music no cree en mí, y qué". Al parecer, y según explica Màrius Serra, Naím está molesto porque David Bisbal -el de los rizos, ¿no?- se lleva todos los recursos promocionales de la discográfica. La verdad, lo primero que pensé cuando leí la noticia fue que el letrista a sueldo de turno era quien estaba realmente cabreado con la discográfica, por hacerle trabajar para uno de los segundones de Operación Triunfo. Pero no, resulta que el "compositor" de la "canción" es el propio Naím. Punto a su favor, desde luego, aunque, la verdad, no me extrañaría que la iniciativa hubiera partido de la propia discográfica. Publicidad gratis: han salido publicados unos cuantos artículos en prensa sobre la cancioncita y el acróstico de marras. Siguiendo con Màrius Serra y el juego de palabras en cuestión, no es mala idea recurrir a su libro Verbalia, para ver qué nos dice sobre este recurso. Y la cosa no deja en muy buen lugar a Naím: "La facilidad de elaboración del acróstico ha llevado a muchos poetas mediocres a hacer uso de él". Serra destaca, eso sí, algún ejemplo digno de mención, como un poema de Boccaccio, Amorosa visione, además de los "acrósticos ambiguos que Lewis Carroll regalaba a sus niñas". Uno de estos, incluido en Through the looking glass, deja leer el nombre de la musa: Alice Pleasance Liddell. Serra también menciona un buen ejemplo catalán: un poema laudatorio a Franciso Franco, firmado por F. Velasco. La poesía incluye versos como "vuelo audaz, glorioso portento / Ícaro y Pegaso confiados / salva a vosotros, que supisteis unidos / coronar dichosos el sublime intento. / A vos, Franco, la patria os aclama". O, mejor aún: "Un grito universal; Ésa es España / no morirá la inolvidable raza". Si leemos sólo la primera letra de cada verso, se nos revela la frase "visca Catalunya lliure".


 
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Delincuentes


No son pocos los libros y obras de arte que han sido considerados delictivos. Y no son pocos los artistas que han acabado ante los jueces, como Flaubert o Schiele, por poner un par de ejemplos. El arte, en ocasiones, se ha querido llevar al terreno del derecho penal y, al respecto, hay que recordar la frase de Theodor Adorno que cita Anthony Julius en Transgresiones: "Toda obra artística es un delito no cometido". Se trata, por tanto, "de un delito cometido en la mente de alguien, donde todo es posible y nada tiene consecuencias". Julius cita un buen ejemplo: "En 1915, la policía de Nueva York hizo una redada en la exposición de bocetos de la artista Clara Tice y confiscó sus dibujos por indecentes. Los defensores de Tice simularon un juicio. 'Será juzgada -dijo un anuncio en el Vanity fair-, y por lo tanto absuelta, por los cargos de haber cometido atrocidades negras e incalificables sobre papel blanco, abusando de los esbeltos cuerpos de niñas, gatos, pavos reales y mariposas'". "El arte -sigue Julius- es una acción o un acontecimiento que, de no ser por su categoría artística, sí que sería un delito". Por ejemplo, no creo que fuera legal fundar una Sociedad de Conocedores del Asesinato, en la que se alabaran los crímenes más salvajes desde un punto de vista estético. Pero sí que es legal inventarse dicha sociedad y escribir sobre ella en un artículo humorístico, como hizo Thomas de Quincey en Del asesinato considerado como una de las bellas artes. En el libro, el inglés asegura que "como inventor del asesinato y como padre de este arte, Caín tiene que haber sido un genio de primer orden". También explica que hay que hacer todo cuanto esté en nuestra mano para evitar los crímenes, pero, una vez se ha cometido el asesinato "¿de qué sirve la virtud? Bastante atención le hemos dedicado ya a la moral; le ha llegado el turno al gusto a las bellas artes". Sin duda, la intención humorística de De Quincey es evidente, pero, en su momento, no faltó quien se indignara, ya fuera porque se lo tomara en serio, como porque creyera que los asesinatos no eran cosa de broma. Del mismo modo, muchos enfurecieron al leer Una modesta proposición para evitar que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o para el país, y para hacerlos útiles a la sociedad, de Jonathan Swift. Dicha propuesta consistía en que los famélicos padres se comieran a los niños en cuestión. No muchos leyeron con agrado el texto: algunos consideraron que se burlaba de esas familias hambrientas, otros le tomaron por un salvaje. Comer niños. Eso es atroz. Es decir, se indignaron con él por sus palabras, a pesar de que eran ellos (esos ingleses cultos y ricos) quienes dejaban morir de hambre a los irlandeses. En definitiva, y como dice el mismo Julius, "tanto artistas como criminales nos alejan de lo seguro y lo rutinario. (...) Los artistas nos pueden despojar de nuestra serenidad". Como nos alejamos de lo rutinario al leer Lolita y al darnos cuenta de que simpatizamos con Humbert Humbert, narrador y protagonista, pederasta y asesino. Claro que no hay que olvidar que no se trata de alabar o de retratar el crimen porque sí, sino de ir más allá, de crear arte. Son famosas esas frases de Oscar Wilde en su prefacio a El retrato de Dorian Gray: "El vicio y la virtud son materiales para el artista", y "no hay libros morales o inmorales. Los libros están bien escritos o mal escritos. Eso es todo".


 
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El violador


El Cobre Ediciones ha retirado de la venta Todas putas, un libro de cuentos de un tal Hernán Migoya, en el que se incluyen un par de relatos en los que un violador y un pederasta se justifican. La editorial ha retirado el volumen porque Miriam Tey, copropietaria de la empresa, es también directora del Instituto de la Mujer, y varios partidos políticos y asociaciones se le han lanzado a la yugular por haberlo editado. Lo que todos parecen haber olvidado es que se trata de de ficción. Probablemente sea un libro pésimo y con poca gracia, y no dudo de que Migoya sea un perfecto cretino, pero decir que hace apología de la violación es como asegurar que El silencio de los corderos es un panfleto que defiende el canibalismo. O que Lolita nos habla de las injusticias que se cometen con los pederastas. O, incluso dejando de lado el género narrativo, que Jonathan Swift sugería sinceramente en Una modesta proposición que los irlandeses hambrientos se comieran a sus hijos. Seguramente Migoya no tiene ni el talento de Nabokov ni el ingenio de Swift. Más bien parece un tontorrón que cree que sólo por el hecho de escandalizar ya es un pedazo de artista. Pero eso no quita que Todas putas sea un libro de cuentos; no un manifiesto ni un ensayo. Y que nadie hubiera hablado de él de no ser porque estamos en campaña electoral.


 
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Una novela


Comenzaba a dudar. De hecho, no se atrevía a releer su manuscrito, no fuera a ser que su propia obra no le pareciera ya tan rompedora, tan original, tan transgresora. Tenía miedo de darse cuenta de que había hecho el ridículo. No. El ridículo tampoco. Se había adelantado a su tiempo, sin duda. Y le costaría que le entendieran. Pero lo lograría: le harían caso, como merecía. Esas dudas no tenían justificación ninguna. Le había llevado aquellos papeles a su editora, convencido de que abría un nuevo camino en la literatura, seguro de que se convertiría en el Marcel Duchamp de la novela. Sin embargo, aquella maldita cuarentona que se empeñaba en comprarse modelitos en la planta joven del Corte Inglés le llamó a los dos días y le dijo que aquella broma no había tenido ninguna gracia. -Y ya es hora de que nos traigas otra buena novela. Llevas cuatro años en blanco. Al principio se indignó. No le había comprendido, sin duda. Aunque reconoció que en parte sí se había equivocado. Para colocar aquel libro tan complejo necesitaba un agente, alguien que pudiera defenderlo. A él siempre le costaba hacer ese tipo de cosas: apenas servía para escribir; lo mundano le agotaba. Le consoló el recuerdo de cómo el propio Duchamp había tenido problemas para exponer su Fuente. Y cómo todos habían acabado dando la razón al artista en aquella provocación que cuestionaba los límites del arte. Todo lo que está expuesto en un museo es una obra de arte. Y -¿por qué no?- todo cuanto se publica bajo el epígrafe de "novela", es una novela. Pero nadie se había atrevido a dar aquel paso en literatura. Excepto él mismo, claro, cuando copió las instrucciones de uso de su microondas. 146 folios. Y en ocho idiomas. Ni Ezra Pound. No le costó escoger título: Microondas. Una novela.

Marcel Duchamp, Fuente (1917)

 
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