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abril |
La verdad está ahí fuera
Luisa Estébanez lleva diecisiete años buscando la verdad. En su incansable trabajo de exploración ha recorrido Tailandia, el norte de Rusia, Tayikistán, la República Checa y Rumanía, aunque actualmente ha optado por las plantas de caballeros de los grandes almacenes de todas las capitales de provincia españolas. "Tiene que estar por aquí --afirma, convencida--. Se me debió caer o algo mientras compraba aquella camisa". Estébanez afirma que, a pesar de lo que algunos creen, "la búsqueda de la verdad no es una cuestión de exploración interna. La verdad es objetiva y sólo hay una. Por lo tanto, tiene que estar en algún sitio". La filósofa explica que una vez creyó haberla encontrado, "pero al final resultó ser una calculadora. Su precisión me confundió". Esta pensadora decidió pasar a la acción después de una experiencia casi mística en un restaurante. "El camarero aseguraba que la trufa blanca que acompañaba al carpaccio era de verdad". Esta frase le hizo pensar que la verdad era una región geográfica húmeda, cosa que facilitaría la presencia de estos hongos. "Ahora creo más bien que es un objeto verde y que cabe en una maleta. Quizás en una de las grandes". Como es natural, Estébanez ha tenido que lidiar con farsantes que querían sacarle los cuartos a cambio de falsas verdades. "Me han intentado vender de todo: tostadoras, libros, un juego de sartenes, una falda monísima, una Play Station, un loro muerto... Pero nada de eso era la verdad. Eso sí, la falda me queda de muerte. Sólo espero --concluye-- encontrarla antes de morir. Y ya me queda poco. Aún soy joven, pero presiento que mi hora se acerca". Deja de hablar y termina su taza de té. "He de coger un avión", dice sonriendo, pero con la mirada triste. Sale de la cafetería. Cruza la calle. Farruquito acelera su BMW. Se oye un frenazo. Estébanez grita y se estrella contra el parabrisas. Cae al suelo como una maleta de las grandes. Farruquito se baja del coche. "Ep --dice--, todo el mundo tranquilo, que tengo carné". La gente le aplaude. Llega una ambulancia. Recogen a Estébanez con una pala. Farruquito, gritan, eres el mejor. Te queremos, Farruquito. Faaaarru... Faaaarru... Faaaarru... Baila, baila, y Farruquito baila.
En profundidad
Como figura pública que soy, de la que están pendientes los medios y los ciudadanos, tengo que estar muy bien informado acerca de la actualidad. Y no me refiero sólo a la rápida y habitual lectura en diagonal de los diarios, además de seguir las tertulias radiofónicas de la mañana y ver los informativos de televisión. No. Eso vale para los columnistas de relleno, los analistas de salón y los expertos de diarios regionales. Yo necesito ir un poco más allá, ya que mis artículos se convierten en clásicos en el mismo momento en el que le doy al botón de enviar. Por eso llevo años leyendo íntegramente y cada día cuatro periódicos nacionales y tres internacionales, además de seguir diversas publicaciones políticas de máximo peso --en todos los sentidos. Por supuesto, internet me ha abierto un mundo de papers y publicaciones que he de tener en cuenta si quiero que se me tenga en cuenta a mí mismo. Y no hablo de tenerme en cuenta en los bares y por los lectores --llamémoslos así-- de diarios gratuitos. Sino en los círculos en los que de verdad merece la pena que a uno se le lea. Esto hace que --obviamente-- mi trabajo sea más lento que el de muchos de los más citados plumillas. Yo he de ir con tranquilidad y con cuidado, sin precipitarme antes de emitir una opinión y procurando haber leído todo lo que tiene que haberse leído. Ahora mismo estoy terminando con los periódicos de 1981 y tengo pensado escribir un artículo sobre el golpe de estado del 23-F, una fecha que sin duda será recordada durante no poco tiempo. Como es natural, apenas estoy trabajando en una primera y difícil redacción, pero creo interesante avanzar alguno de los puntos principales del que sin duda será un influyente trabajo. Para empezar, creo que lo fundamental es --o fue-- convocar elecciones después de este ataque a la libertad por parte de Tejero y de sus secuaces. Estas elecciones pueden suponer una buena oportunidad para el retorno de Adolfo Suárez, que creo sinceramente que es quien ha de liderar y liderará la política de los años ochenta en nuestro país. Se habla --bueno, se hablaba en 1981-- acerca de una posible victoria electoral del Psoe, con Felipe González al frente. Sinceramente, lo dudo mucho. No creo que el país y sobre todo los herederos del franquismo estén preparados para un gobierno socialista. Si González llega a la presidencia, no estará más de dos o tres años en el cargo. Será un gobierno débil e inestable. La política española se ha de afianzar hasta principios de los noventa en torno al Psoe y al CDS. El partido de Suárez será el dominante y acabará absorbiendo a la Alianza Popular de Fraga, que no tardará en retirarse de la política. En fin, sólo es un esbozo, pero valga a modo de anuncio y para ordenar mis ideas.
Crueldad injustificable
Un nuevo escándalo sacude la industria discográfica española. Gracias a la valentía de la asociación protectora de animales JAIME, se ha hecho público que las cantantes de Amaral, La oreja de Van Gogh y El sueño de Morfeo no son realmente quienes ponen la voz en los discos de estos conocidos conjuntos musicales. Al parecer, el sonido de las voces de estas señoritas se consigue apaleando gatitos. Las pobres criaturas son introducidas de tres en tres en un saco y golpeadas brutalmente con bates de béisbol. Los maullidos, quejidos y gañidos se procesan posteriormente por ordenador para que parezca que articulan palabras castellanas. De ahí lo absurdo de las letras: los grititos de gato no son todo lo moldeables que se desearía. Por lo que respecta a Amaral, para obtener el característico timbre de voz de la cantante del dúo se ha recurrido también a las grabaciones de una anciana moribunda torturada por uno de sus herederos. En cuanto a El sueño de Morfeo, los maullidos se usan asimismo para grabar las notas de las gaitas. Durante la investigación, se sospechó además de Andrés Calamaro. Y es que al estudiar sus discos, se temía que el verdadero cantante de sus temas fuera algún jubilado alcohólico. Por suerte para su buen nombre del argentino, la s temencionada investigación acabó confirmando que el propio músico es quien canta esas canciones.
Los grandes filósofos explicados al hijo tonto de alguien. Capítulo 19: Heidegger y el Dasein
Heidegger ha sido siempre tildado de filósofo oscuro y de difícil comprensión. La culpa de eso la tiene que escribiera en alemán, en lugar de escoger algún idioma más claro y sencillo como, no sé, el español, por ejemplo. Además de escribir en alemán, escribía bastante mal. Esto de escribir mal es algo habitual en los filósofos: Aristóteles, Kant, Locke, Husserl y en general los pensadores más influyentes han escrito siempre de pena. Cosa que explica su éxito, ya que si no se les entiende, se les puede atribuir la idea que más interese a cada cual. En cambio, la influencia de Platón, Schopenhauer o Russell es menor, aunque se les lea más y más fácilmente. Y es que como se les entiende casi todo es fácil llegar a la tranquilizadora conclusión de que sólo dicen tonterías, obviedades o ambas cosas. De todas formas y a pesar de su prosa ridículamente oscura, entender a Heidegger es muy sencillo, siempre y cuando uno no lea lo que escriben otros señores acerca de lo que él escribe. Este alemán de biografía más que dudosa viene a decir que el hombre es algo que está por ahí. Claro. El hombre (y la mujer) está por ahí, más o menos. Porque si no estuviera ni en ningún sitio ni en ningún tiempo, simplemente no estaría. Pero ¿qué diferencia al hombre de una vaca o de una piedra, que también andan por ahí? Eso es fácil de saber. Si le preguntamos por ejemplo a un perro algo así como “¿andestás?” o "¿qué hora es?", en el mejor de los casos nos mirará con cara de bobo, sacará la lengua y meneará el rabo. El de atrás. Y si le preguntamos a un pez si es consciente de que un día morirá y sus hijos se comerán su cadáver, es probable que el pececillo no llegue ni siquiera a la expresividad del chucho antes mencionado. Es decir, el hombre sabe que está ahí. Y también sabe que algún día morirá y dejará de estar ahí. Y eso le acojona; le da angst, que es como los filósofos alemanes llaman a esa sensación de cuando se te ponen por corbata y tienes que dormir con la luz encendida. En conclusión: el hombre es un animal consciente de que ocupa espacio y por eso le molesta ir apretado en el metro.
Rutinas
A: No tengo ni idea de cómo llegaron a mi casa esos dos rifles, los siete subfusiles, el lanzagranadas, los setenta y nueve kilos de explosivo, los cuatro detonadores y las catorce bolsitas de cocaína. B: ¿No eran trece? A: Puede ser. El sábado di una fiesta y vino Kate. Igual se llevó algo. B: ¿Y dice que no sabe quién puso todo eso ahí? A: Ni idea. B: Haga un esfuerzo. Igual lo ha olvidado. A ver, ¿el jueves eso estaba en casa? A: No, el jueves, no. Seguro. Lo hubiera visto. B: ¿Y el viernes? A: Hmm... Igual por la tarde. Le abrí la puerta a un tipo que traía unos paquetes. B: Pues igual va a ser eso. A: Pero no... Ese señor venía del súper. Y dejó las bolsas en la cocina. Era comida y eso. B: ¿Y no podría haberse confundido de pedido? Igual le llevó la comida a un asesino a sueldo y a usted las armas. A: Quizás, pero yo metí el contenido de las bolsas en la nevera y no creo que ustedes encontraran las armas allí. B: No, estaban en el ropero. Por cierto, ya me olvidaba, ¿qué me dice del cadáver? A: No sé nada acerca de ningún cadáver enterrado en el jardín. B: ¡Ajá! Yo no he dicho que estuviera enterrado en el jardín. A: ¿Y dónde iba a estar, si no? B: Sí, ahí tiene razón. Porque debajo de la cama... A: Olería. B: Claro. En fin, concluimos que usted no sabe cómo ha ido a parar todo eso a su casa. A: Exacto. B: He de confesar que no le creo, pero es su palabra contra la mía. Márchese y a partir de ahora cierre con llave si no está en casa y fíjese en a quién deja pasar. A: Si ya le digo que casi no tengo visitas. Sólo compradores de armas. B: ¿Compradores de qué? A: De almas, de almas. Soy... er... satanista. Y comercio con almas. B: Ah, qué susto, había oído "armas". A: No, no, ja ja, qué casualidad, porque estamos hablando de armas. Pero no. Almas, almas. Sí, almas. B: Suena interesante. A: No crea, es muy rutinario. B: Bueno, como todo. A: Sí señor, como todo. Bueno, yo voy tirando, que se me hace tarde. He quedado con unos señores árabes y luego a las siete vienen unos chechenos. B: Ande, vaya, vaya. Y si ve a alguien dejando explosivos en su cocina o en el pasillo, avísenos. A: Lo haré, descuide.