Edición comentada


Hoy en día, la política es como un juego absurdo, al que nadie juega, ni gana, ni pierde. (1) (2) (3) (4) (5) (6) (7) (8) (9) (10) (11) (12) (13) (14) (15) (16) (17) (18) (19) (20) (21) (22) (23) (24) (25) (26) (27) (28) (29) (30) (31) (32) (33) (34) (35) (36) (37) (38) (39)

(1) Traducción literal de un juego de palabras que en español no tiene sentido y en alemán no tiene gracia. (N. del T.) (2) Podrías currártelo un poco más, ¿no? Los traductores siempre hacéis lo mismo: ponéis una notita y ya salvaguardáis vuestro honor. La culpa no es nuestra, la culpa no es nuestra, son cosas del idioma, cocoricó, cocoricó. (N. del E.) (3) Si los editores pagarais un poco más, podríamos dedicar más tiempo a trabajar los textos. (N. del T.) (4) Si, hombre. Si quieres, te pago más que al autor. (N. del E.) (5) Pues que sepas que yo he salvado esa mierda de libro. (N. del T.) (6) Claro, claro, los cincuenta mil ejemplares vendidos en Alemania son pura casualidad. (N. del E.) (7) No me hagas hablar de la porquería que compra la gente. (N. del T.) (8) Y tú no me cambies de tema. Revisa esa frase y busca una traducción que tenga algo de gracia. (N. del E.) (9) Esto es increíble. Mis hijos en un colegio público, mi mujer comprando la marca blanca del súper y yo trabajando once horas diarias porque al negrero del editor no le gusta una decisión profesional que ni conoce ni le interesa. (N. del T.) (10) La conozco y me interesa, listo, que eres un listo. He invertido mucho dinero en ese libro como para que ahora vengas tú y lo destroces con tu pereza. (N. del E.) (11) Si pagaras un poco más, no me importaría trabajar más. Pero como eres un tacaño, tengo que acabar el manual de instrucciones de una lavadora antes del viernes. (N. del T.) (12) ¡El manual de...! Pero, bueno, esto es increíble. (N. del E.) (13) Zanussi paga mejor. (N. del T.) (14) Si fueras mejor en lo que haces, igual yo te pagaría aún más. (N. del E.) (15) O al revés: si me pagaras más, me lo tomaría más en serio y con más ganas. Tendría que haberme hecho dentista, como quería mi padre... Quince pagas, odontología gratis, satisfacción de mis instintos asesinos... (N. del T.) (16) No sé por qué no te despido. (N. del E.) (17) Venga, hazlo, a ver quién se atreve con esta porquería que ha vendido chopocientos mil ejemplares en un país absurdo. (N. del T.) (18) Chicos, chicos... Un poco de tranquilidad. (N. del A.) (19) El que faltaba. (N. del T.) (20) ¿Has oído lo que ha dicho de tu libro? (N. del E.) (21) Acusica. (N. del T.) (22) Va, venga, los dos habéis dicho cosas de las que os arrepentís. (N. del A.) (23) Bueno... (N. del T.) (24) No sé yo... (N. del E.) (25) Tú eres un buen traductor y tú un editor arriesgado. (N. del A.) (26) Sí... (N. del T.) (27) Ya que lo dices tú... (N. del E.) (28) Y ahora daos la mano... Así me gusta. Venga, seguid con el libro, que juntos es como se trabaja mejor. (N. del A.) (29) Sí... (N. del T.) (30) Bueno... (N. del E.) (31) En fin, me voy, que tengo un almuerzo. (N. del A.) (32) Este tío es insoportable. (N. del T.) (33) Es un cursi y un relamido. Un almuerzo... ¿No puede decir una comida, como todo el mundo? Juntos es como se trabaja mejor... ¡Moñas, más que moñas! (N. del E.) (34) Pues el libro es igual. (N. del T.) (35) ¿En serio? No lo he leído. (N. del E.) (36) Mejor para ti. Ni se te ocurra hacerlo. (N. del T.) (37) Bueno, te dejo, que me llama mi mujer. (N. del E.) (38) Sí, y yo voy a descansar un rato, que tengo la cabeza como un bombo. (N. del T.) (39) No me extraña. (N. del E.)


 
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Exigencias


Eduardo Mendoza dice que "los años enseñan a ser menos exigente con la realidad". Nada más cierto. Yo cada vez espero menos del mundo real. Recuerdo que, cuando era joven, le pedía cierta coherencia, cierta lógica. Que uno no tuviera que trabajar, por ejemplo, o que estuviera prohibido salir de la cama antes de las diez. Pero ya me da lo mismo. El otro día vi a un perro volando. En otros tiempos hubiera entrado en cólera. Pero esto qué es. Dónde iremos a parar. O me hubiera engañado a mí mismo. Qué paloma más grande y más fea y más peluda. Pero simplemente me encogí de hombros. Un perro volador. Y qué. ¿Acaso no hacen helado de chorizo? Pues eso. No se le pueden exigir peras al peral. La realidad lleva muchos años existiendo, casi no duerme. Vieja y cansada, se arrastra sin importarle que los bigotes cambien de lugar, que el zumo de naranja sepa a zumo de melocotón, que las semanas tengan tres jueves y que a veces uno pasee por una calle de Barcelona y al girar la esquina aparezca en Beirut. Eso le pasó a una amiga mía. Dice que el Líbano es precioso y que cuando venga por vacaciones me traerá un cedro para que lo ponga en mi ventana. Porque ahora, por culpa de otro despiste de la realidad, los cedros son enanos y caben en una maceta. En cambio, los cerdos son enormes. Y hay más: las felorinas ya no existen, ni siquiera salen en las enciclopedias. Aunque alguno igual recuerda haber oído hablar de ese animal azul de cuatro o cinco patas, que vivía en el centro de Europa cuando la Tierra era como Dios manda, es decir, plana. No se extinguieron, simplemente la realidad los olvidó. En fin. Tecleo resignado, mientras las letras cambian de sitio y en París un señor se ha comprado una casa en la que no puede entrar porque está a dos mil metros de altura. Va descendiendo a medida que el pobre hombre va pagando la hipoteca. En unos treinta años podrá trepar hasta la puerta por una escalera de bomberos. La culpa es de la realidad, que ahora dice que es normal que esté bien visto deber dinero. A los bancos, claro.


 
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Shakespeare y yo


Los cineastas aseguran que si Shakespeare viviera hoy en día, haría cine. Los publicistas, que se dedicaría a la publicidad. Los guionistas de televisión, que escribiría series. A nadie se le pasa por la cabeza que, de haber nacido por ejemplo en 1958, Shakespeare sería dramaturgo. ¿Dramaturgo? ¿Shakespeare? Quieres decir ¿escribiendo obras? Comprensible, dado lo duro que es el mundo del teatro. Yo comencé mi andadura por los escenarios a principios de los años 80, como actor en pequeñas salas alternativas de Barcelona. Hice un Esperando a Godot mítico en el que interpretaba a todos los personajes, incluido un Godot que añadí al texto para que el público no se sintiera defraudado. La crítica no lo entendió, pero ¿acaso hay algo que entienda la crítica, ese ejército de resentidos biliosos que va babeando rencor por las esquinas? En 1987 estrené el primero de mis textos, Hay que matarlos a todos. Una obra innovadora, transgresora, agresiva. Al final, el protagonista moría. De verdad. La actriz principal le pegaba un tiro. El problema fue que después de apenas diecisiete representaciones y a pesar del éxito de público y crítica, ningún actor quiso protagonizarla. Ridículo, teniendo en cuenta la proyección que tenía un papel de estas características. Bueno, y la actriz protagonista pasó catorce años en la cárcel, pero ésa es otra historia. Mi consagración internacional llegó a principios de los noventa, cuando estrené en el Old Vic --el teatro más viejo de Vic, capital de la comarca de Osona-- mi gran Popeye el marino soy, la conmovedora y claustrofóbica historia de un tipo que pierde la cartera y ha de renovar toda la documentación. Yo mismo la llevé al cine, aunque por presiones comerciales tuve que echar mano de las tijeras y dejarla en una peliculita de tres horas y media en la que apenas tenía tiempo para retratar la angustia vital del personaje principal, no hablemos ya de los secundarios, que quedaban, lo reconozco, desdibujados. Esta obra supuso mi salto a Hollywood. Sin embargo, ya se sabe cómo es el cine americano. Le encasillan a uno y ya no hay forma de librarse de la etiqueta. De todas formas, tengo que decir que las películas porno que dirigí se consideran de lo mejor del género. Desengañado de la industria cinematográfica, volví a Barcelona en 1996, dispuesto a dedicarme única y exclusivamente al teatro. Así, dirigí e interpreté algunos de mis mejores textos: La cantante calva, El enfermo imaginario y Edipo Rey. Lamentablemente, una cruel y envidiosa campaña orquestada en mi contra me hizo aparecer ante la prensa y el público --¡incomprensiblemente!— como un plagiario. Cansado y sintiendo una rabia impotente que me carcomía por dentro, decidí dejar durante un tiempo los escenarios. Estuve a punto de regresar triunfalmente el 11 de septiembre de 2001, dispuesto a estrenar un monólogo dramático e intenso que llevaba meses preparando. Se titulaba Soy un piloto de Iberia, soy un terrorista suicida. Por causas ajenas a la voluntad de casi todo el mundo, el teatro decidió cancelar el estreno a última hora. Toda esta historia, incluido mis tórridos romances con Núria Espert y Rosa Maria Sardá --a la vez, con cómicas consecuencias--, está mejor y más extensamente explicada en mis memorias teatrales, publicadas en catalán bajo el título de Teiatru, lo teu és puru teiatru. Sólo añadir que me estoy planteando mi regreso: un musical erótico-festivo basado en la vida del mulá Omar. En definitiva, que no me extrañaría que, de vivir hoy en día, Shakespeare se dedicara a cualquier otra cosa que no fuera el teatro. Una inmobiliaria. Eso siempre es un buen negocio. Dinero seguro. Y Shakespeare no era tonto. Inglés, sí, puede, pero tonto, ni hablar.


 
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Sellos


El gran éxito televisivo de Asnalia fue Sellos. Una serie sobre un grupo de filatélicos y sus métodos poco convencionales para conseguir las mejores piezas de colección. La clave de su éxito estaba en la protagonista, Noelia Karpakova --o K, como la llamaban--, una mujer extraña y solitaria que se sentía más a gusto entre sellos que entre personas. Sólo se emitieron siete episodios. En el último, el equipo de filatélicos buscaba --y encontraba-- un sello de Arabia Saudí en el que por error aparecía la cara de Mahoma. Los cuatro actores principales, el jefe de guionistas, la directora y dos maquilladoras murieron días después en extrañas circunstancias. Sus cuerpos aparecieron degollados o calcinados, y se enviaron grabaciones de sus asesinatos a las redacciones de diarios y televisiones. Se trataba de extraños rituales llevados a cabo por tipos que hablaban árabe. La policía creyó que los culpables eran unos fanáticos psicópatas obsesionados con la serie. Jamás los encontraron. La sustituyó Monedas. Pero, como es habitual en estos casos, muchos dijeron que no era más que una burda copia. Además, del equipo de Monedas no murió nadie, con lo que el interés de la audiencia fue más bien normalito tirando a escaso.


 
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Cine valiente


Hollywood no estaba preparada para una película como Mis amigos del infierno, una dura y comprometida cinta que dirigí, escribí, protagonicé y produje con el dinero de una señora mayor muy despistada --pero no quiero hablar de mi vida privada, gracias. No me extraña que no recibiera ningún Oscar. A mi obra le sobra calidad, pero desde luego hay mucho cobarde carca en las altas esferas del mundo cinematográfico. Mi valiente largometraje narra la historia de un joven y atractivo periodista que comienza a investigar la muerte de Lady Di y acaba dando con una secta de dependientes caníbales en Harrods. El canibalismo es aún un tema tabú para la conservadora academia estadounidense, por lo que mi película fue ninguneada incluso en las candidaturas, a pesar del éxito de crítica y público que obtuvo en Asnalia. La estrené en este país al haber sido censurada en el resto de Europa por motivos políticos y con la falsa excusa de su poca salida comercial. Mis amigos del infierno intenta dejar claro que, en lo que se refiere al canibalismo, no todo es blanco o negro, sino que hay muchos matices de gris. No es para mentes conformistas. Ni para estómagos sensibles. Estoy preparando la segunda parte. Estaría centrada no ya en el joven periodista, sino en la que es su pareja en la película: una joven pacifista estadounidense. Mis amigos del purgatorio hablaría de las dificultades de una veinteañera de Wisconsin para confesar que es zurda sin que la apaleen por creer que es otra de esas comunistas. Obviamente, se trata de una trilogía. La última parte, Mis amigos del paraíso, retomaría el personaje del periodista, que en este caso se vería atrapado en la batalla milenaria entre masones y monjes budistas, que es la que verdad está decidiendo el rumbo del mundo. El momento cumbre es cuando los budistas torturan a Richard Gere para obligarle a profesar su fe. Espero contar con Gere, pero lo cierto es que estoy teniendo problemas con la financiación. Es lo que nos pasa a los cineastas comprometidos: nos censuran y nos oprimen porque nuestras películas comprometen el status quo de los poderes establecidos. Ahí es nada. ¿Qué ha sido ese ruido? Ah, me persiguen, esos censuradores del gobierno me persiguen. La Cia, el FBI, el Mossad, el MI6, todos quieren silenciar mis verdades. No podrán conmigo, no callaré. A no ser que paguen, no cerraré la boca. Sobornad, malditos, sobornad. Si no, la verdad se oirá alta y clara, porque yo soy un gran cineasta independiente, el primero que se ha atrevido a denunciar a los masones, a los monjes budistas y a los dependientes de Harrods, cuya maldad y perfidia nadie había puesto antes sobre la mesa. Con valentía, con arrojo, con determinación. ¿Qué ha sido ese ruido? El viento, ha sido el viento. Un momento... ¿y ese otro cloc? Nada, más viento.


 
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