Correspondencia



Apreciado señor Rubio,

Me dirijo a usted en respuesta a los numerosos correos electrónicos que hemos venido recibiendo las últimas semanas, en los que nos exponía una serie de dudas al respecto de nuestros productos y servicios. Me complace confirmarle que Tornillos, S.A. es efectivamente una empresa dedicada a la fabricación y distribución de tornillos, y no una burda tapadera del gobierno para asesinar a quienes saben que existen tapaderas del gobierno para asesinar a quienes saben etcétera. Si a usted el nombre de nuestra compañía le parece demasiado evidente es su problema, pero le ruego encarecidamente que, aunque no nos crea, deje de enviarnos sus ideas al respecto de quién se oculta tras lo que usted se empeña en llamar "el sospechoso entramado de la llamada Fábrica de Asesinos". En caso contrario, nos veremos obligados a dejar el asunto en manos de nuestros abogados.

Javier Ruidolfo II, Director Comercial


Querido Señor [nombre_cliente],

Le agradecemos su interés por nuestra Superhipoteca Confianza. Le confirmamos que no necesitamos su alma como aval. Sólo se la exigiríamos en caso de que contratara la Superhipoteca Amor y Amistad. Con la gama Confianza sólo tiene que lucir hasta su muerte --muerte incluida-- una corbata con nuestro logotipo, además de seguir estrictamente el código de vestuario que le adjuntamos. Como decimos en esta Su entidad, "el hábito sí hace al monje", ja ja. Bromas aparte, le recordamos que usted es libre de contratar una hipoteca con nosotros o de vivir debajo de un puente, así que no entendemos el porqué de los insultos con los que cierra una carta que comenzaba de forma tan amable.

Atentamente,

Teresa Córcega Clients Hot Affairs Supervisor


Estimado Señor Rubio,

El gobierno de la nación agradece su interés por el estado de la economía de este su país, pero no está interesado en su Plan de Control de Gastos mediante la expulsión de los cuadrúpedos de la península. Lamento tener que insistir en que ni el presidente, ni ningún miembro del gabinete, ni ningún alto cargo de la administración están disponibles para recibirle y discutir así en persona los detalles de la operación. Además y a pesar de lo mucho que usted se empeñe en discutir este punto, diputado y cuadrúpedo NO son sinónimos.

Atentamente,

Ramón González Secretario de Presidencia


Apreciado Señor Rubio,

Le rogamos deje de enviar cartas y de llamar por teléfono. Ya sea usando su nombre como con sus diferentes pseudónimos --hemos identificado siete. Insisto: esto es una fábrica de tornillos.

Javier Ruidolfo II, Director Comercial


Sr. Rubio,

Por mucho que usted afirme tener "pruebas" al respecto, le puedo asegurar fehacientemente que no realizamos las autopsias con cuchillo y tenedor.

Afectuosamente,

María Teresa Praderas Directora del Departamento de Medicina Forense de la UAB


Distinguido Señor Rubio,

Lamento tener que comunicarle que su solicitud de ingreso en la Logia Masónica del Gran Poder Oculto Que Controla el Mundo Cuando Nadie Mira ha sido rechazada. De todas formas, no todo son malas noticias: primero, porque la negativa es a perpetuidad, con lo que no le molestaremos más con tediosos trámites; segundo, porque gracias a esta negativa usted ha conseguido entrar en la historia de nuestra humilde y discreta asociación, al batir el récord de votos negativos. Ciento setenta y tres de los noventa y ocho miembros introdujeron bolas negras en el saco, con lo que consiguió un porcentaje de votos en contra del 176,53 por ciento.

Felicidades y nuestro más cordial saludo,

Juan Conde Peligroso Masón


Sr. Rubio,

Le adjunto una muestra de los tornillos que fabricamos. Como ve, la caja lleva nuestro logo y los datos de nuestra compañía en el Registro Mercantil. Si quiere usarlos comprobará que son tornillos de la máxima calidad. Porque a eso nos dedicamos en Tornillos, S.A., a fabricar tornillos. Es lo más que puedo hacer, ya que me parece completamente improcedente permitirle visitar nuestras instalaciones para "inspeccionarlas". No pensamos contestar a ninguna otra carta suya.

Javier Ruidolfo II, Director Comercial


Apreciado Señor Rubio,

Le agradecemos su interés por las jornadas "La literatura del siglo que viene" que tendrán lugar en nuestra universidad. De todas formas, me veo obligada a comunicarle que no ha habido ningún "lamentable error" en el hecho de no haberle invitado a exponer su conferencia titulada "La novela no está muerta, pero a muchos novelistas habría que darles un martillazo en la mano para evitar males mayores". No dudamos acerca del interés de su texto ni de su importancia como "crítico literario". Es más, le animamos a seguir luchando contra lo que usted llama "censura comunista" que obstruye su "carrera hacia el Nobel". Sin embargo, consideramos que las personas a las que hemos invitado a participar no dejarán en tan mal lugar a los responsables del evento como usted se empeña en asegurar. Por supuesto, queda invitado a asistir como público, previo pago de la cuota de 750 euros destinada a los gastos de organización.

Atentamente,

Rosa Rojo Bermejo Catedrática de Literatura Contemporánea de la UB


Sr. Rubio,

Por última vez, fabricamos TORNILLOS. La caja que le enviamos no forma parte de ningún montaje que usted esté a punto de desmantelar. Son 100 tornillos de los que nosotros fabricamos. Le adjunto fotografías de la fábrica y de las oficinas. Espero que esto sea suficiente.

Javier Ruidolfo II, Director Comercial


Está bien, venga a vernos el lunes que viene a las diez de la mañana. Pregunte por mí.

Javier Ruidolfo II, Director Comercial


Jaime, nos has descubierto. Pero volveremos. Y la próxima vez no nos podrás detener.

Javier Ruidolfo II, Agente doble liquidador de contraespionaje, categoría C


 
Menéame Envía esta historia a del.icio.us

El rey de Barcelona


Ya desde niño, Antonio Matías Romero tenía claro que quería dedicarse al crimen y además destacar en ese mundo como psicópata desalmado y genio del asesinato. Su sueño: controlar las calles de Barcelona y establecer un imperio del terror. Su primer intento fue el del llamado (por él) Crimen del Pararrayos. Antonio leyó que nadie había usado nunca un relámpago para asesinar, así que diseñó un casco pararrayos que pensaba colocar disimuladamente en la cabeza de alguno de sus numerosos enemigos en un día de tormenta. Una noche que llovía fuerte, se apresuró a bajar por las escaleras con el pararrayos en la mano, en busca de un tipo del barrio que en una ocasión le había mirado mal. Tropezó y desde entonces se le conoció como Antonio el Tuerto. Después de este contratiempo intentó entrar en una mafia rumana para aprender los entresijos del hampa. Le pusieron a prueba: tenía que robar un coche y llevar a dos miembros de la banda a atracar un banco. Antonio pensó que era tontería robar un coche teniendo un Clio seminuevo muerto de risa en el garaje. La policía tardó dos horas en identificar la matrícula, arrestar a Antonio y, a través de él, desarticular toda la banda. No es que Antonio fuera un chivato. En absoluto. Pero siempre fue un tipo ordenado y organizado. Se lo anotaba todo en la agenda. Y nunca salía de casa sin ella. Ya en la cárcel y harto de humillaciones como coser los botones de las camisas de sus compañeros y de que le obligaran a leer en voz alta las novelas de Coelho --las favoritas de los presos de la Modelo--, Antonio decidió fugarse. Primero lo intentó a la antigua usanza. Se hizo con una cucharilla y se puso a construir un túnel. En un mes apenas consiguió avanzar medio centímetro así que optó por el plan B: al finalizar el siguiente permiso de fin de semana, decidió no regresar. Aunque envió un sms pidiendo disculpas y avisando de que no le prepararan la cena. Durante los dos años siguientes, Antonio se refugió en el piso que sus padres tenían en Brasil. En la calle Brasil de Barcelona, en el barrio de Les Corts. Decidido a prosperar en el mundo del delito, el Tuerto se lanzó a intentar su primer secuestro. Al principio todo fue bien. Logró capturar al gerente de una de las oficinas de la Caixa y lo escondió en el lavabo, a pesar de las protestas de sus padres, que a las dos semanas de bajar al bar a hacer sus necesidades comenzaron a sospechar. Los problemas vinieron con el conocido síndrome de Estocolmo. Sobre todo porque le dio a Antonio y no al señor secuestrado. Y además, le dio fuerte. Enamorado de su rehén, el Tuerto le pidió matrimonio. El empleado de la caja de ahorros se negó, aduciendo que su mujer y sus tres hijos no lo comprenderían. Antonio fue a un programa de televisión a pedirle que le diera una oportunidad. La policía le arrestó nada más salir de los estudios. Volvió a la cárcel, donde pasó por una depresión. No le animaban ni las visitas del gerente secuestrado. Más que nada porque ya con la distancia se había dado cuenta de que su ex rehén era muy feo. Y comenzó a sospechar que además era un hombre. Al cabo de medio año, volvió a fugarse, aprovechando que alguien se había dejado la puerta abierta. Decidió que ya era hora de dar un golpe maestro, porque pasaba de los treinta y aún no había hecho nada importante en el sector en el que quería prosperar. Decidió que asesinaría a Joan Clos, alcalde de Barcelona. Y aprovecharía una visita que iba a hacer justamente por su barrio. Más: se hizo con un programa detallado de la visita y supo a qué hora el alcalde pasaría por su calle. Así, Antonio fue a El Corte Inglés y se compró un fusil con mira telescópica, que colocó en el balcón. Y, con su ya habitual pasión por la organización y el método, disparó justo a la hora exacta en la que Joan Clos pasaría por la rambla de la calle Brasil. Pero se equivocó de día y en lugar de disparar el jueves, disparó el miércoles. Hirió a una anciana que paseaba a su perra, por lo que recibió elogios de la prensa: la incívica señora no recogía las caquitas de su Condesa. Los periódicos le llamaban el Justiciero Anónimo. Claro que el anonimato le duró muy poco. El criminalista experto en balística Tomás Garcés no tuvo mucho problema en identificar el lugar del que había venido la bala. "Pues más o menos de por allá", decía el informe. Después de registrar diecisiete edificios, la policía dio con Antonio. En la cárcel conoció a Sebastián el Torero, conocido traficante que introdujo al Tuerto en el mundo de las drogas. Pero ya se sabe: es muy fácil entrar en ese mundo del droguerío, pero salir es mucho más complicado. Y sí, las drogas acabaron con Antonio. La experiencia del Torero consistía en vender tabaco robado en el metro. Gracias a esta tenebrosa actividad había conocido a un tipo que falsificaba lejía Conejo y la vendía a las droguerías a mitad de precio que la marca original. El trabajo que le fue encomendado al Tuerto era el de fabricar lejía en las bañeras de la prisión. Pero el inexperto Antonio removió la solución demasiado deprisa y los gases le dejaron inconsciente. Luego la ambulancia que le llevaba al hospital tuvo un accidente con un Renault. Y, claro, hubo que hacerle radiografías y la máquina de rayos X se le cayó encima del pecho. Murió dos días después: le picó una abeja y nadie sabía que era alérgico.


 
Menéame Envía esta historia a del.icio.us

FAQ


Cada día recibo decenas, qué digo decenas, miles, qué digo miles, millones de correos electrónicos en los que se quiere saber algo más acerca de mí y de La decadencia del ingenio. Me es absolutamente imposible contestar a las decenas, que digo decenas, etcétera, de cartas, así que he elaborado una modesta lista de preguntas frecuentes que espero satisfaga vuestras curiosidades más habituales.

¿Por qué censuras mis comentarios? Agradece que vivamos en una "democracia" y puedas salir a la calle a disfrutar de lo que tú llamas libertad. Eso sí, cuando salgas, no te olvides de ir mirando hacia atrás de vez en cuando, no sea que te lleves una sorpresita.

¿Es verdad que eres comunista? Au contraire. Maté a muchos rojos en mi etapa de doble agente doble en la República Democrática Alemana.

¿Eres tan atractivo como tu prosa sugiere? Aún más señorita. Y eso que por lo general escribo vestido.

¿Los hermanos Adenauer existen? Por supuesto. No tengo tiempo para inventar tonterías. Todo lo que escribo es absolutamente verídico.

Me gustaría ver una foto tuya. Esto no es un chat de salidos. Al menos, no antes de las diez.

¿Qué opinas acerca de los blogs y su importancia como quinto o quizás sexto poder? Lo importante de los blogs es que yo tengo uno. Lo demás es secundario.

¿Por qué todos los blogs hablan siempre de lo mismo? Me copian, los pobres. No se lo eches en cara, no lo pueden evitar. Yo también me copiaría si el único resultado no fuera el de entrar en un bucle absurdo.

¿Por qué todos los blogs hablan siempre de lo mismo? Me copian, los pobres. No se lo eches en cara, no lo pueden evitar. Yo también me copiaría si el único resultado no fuera el de entrar en un bucle absurdo.

¿Por qué todos los blogs hablan siempre de lo mismo? ¿Entiendes ahora lo del bucle absurdo?

¿Qué es esa mancha que tienes en la camisa? Mierda, un momento...

¿Es verdad que fuiste jurado del Premio Planeta? Joder, ¿qué es esto? Qué asco, no sale. ¡Una solución quiero!

¿Por qué, si dices que eres tan bueno, tienes menos visitas que los blogs famosos y de hecho tu blog ni siquiera es famoso y sólo es viejo? Bueno, ya casi no se ve... Un momento, acerca de lo del Planeta, quería matizar que...

¿Cómo llevas que todos los bloggers se estén colocando en la tele y a ti no te citen ni en Más que coches? Yo no he nacido para la tele. Yo escribo para que me lean dentro de cien años y no para que esos cocainómanos de las productoras de televisión puedan pagarse los plazos del BMW. Como tú comprenderás, es absurdo arrojar margaritas a los cerdos.

¿Por qué La decadencia del ingenio nunca ha ganado un premio? Bueno, eso son todo temas políticos. Me censuran, ¿sabes? Soy incómodo para los poderosos, soy la mosca cojonera que tantas molestias les causa. Mi reconocida independencia hace daño y...

¿Aceptarías un soborno? Joder, si lo aceptaría... ¡Quiero decir, no! ¡Jamás! Pero a ver, concreta eso, ¿por qué lo dices, exactamente? No sé, ¿quieres ofrecerme algo? ¿O sabes de alguien que quiera? Por curiosidad, claro, voy a decir que no, por supuesto. Los contenidos y mi independencia son sagrados, pero, en fin, por saberlo.

¿Qué hora es? Menos cuarto.

¿Tienes cambio de diez? A ver... Sí, ten.

Gracias. De nada.

Hablando de dinero, ¿es cierto que no pones publicidad en tu blog porque en tu caso el esfuerzo no merece la pena? No, no es cierto. No necesito el sucio dinero de los anuncios de Google. Yo trabajo gratis por el bien de la humanidad. Además, ja ja, no es dinero lo que me falta.

¿Es verdad que han embargado tu casa de Niza? No, no, eso es mentira. Sé que salió algo publicado al respecto, pero se trató de un mero malentendido con el banco. Ya está solucionado. Pero ¿por qué no hablamos de mi extensa obra literaria?

De acuerdo.

(...)

Bueno, ¿qué?

No, nada, aquí.

Aquí, ¿qué?

Aquí, hablando de tu extensa obra literaria.

Vete a la mierda.


 
Menéame Envía esta historia a del.icio.us

Acerca del Premio Planeta


Yo también tuve mis más y mis menos con la gente del Premio Planeta. Fui jurado en 1961. Lara quiso contar conmigo para darle cierta pátina de prestigio intelectual al premio en cuestión. Comprensible: por aquella época acababa de publicar una de mis mejores novelas, Dorada y fina lluvia, cuyo título fue censurado por motivos que aún se me escapan. El problema vino cuando insistí en que debía ganar un libro titulado Comercio de carne. Esta novela, firmada con el hábil pseudónimo de Emiaj Oibur, explicaba la tierna y enriquecedora historia de un carnicero que se convierte al vegetarianismo tras enamorarse de una vaca que él cree que habla. El resto del jurado se negó en redondo a admitir siquiera la posibilidad de premiar el libro en cuestión. Por motivos políticos y, sobre todo, comerciales. Un libro tan valiente e innovador difícilmente vendería tanto como quería el señor Lara. Luego encima abrieron la plica de la novela de Oibur y resultó ser mía. Mis compañeros no sólo ninguneaban la calidad de un libro poco menos que excelente, sino que además me acusaban de intentar llevarme el cheque de la editorial. Ridículo. ¿Cómo iba a saber que aquel libro revolucionario en forma y fondo era el mío, si venía firmado con pseudónimo? Además, ya ni recordaba haberlo enviado. No puedo estar en todo. Dimití como jurado, claro, no podía permitir que me acosaran con tanta inquina y tanta insidia. Ganó un tal Torcuato Luca de Tena. Torcuato. Qué valor, poner ese nombre en la portada de un libro. Su padre o era un verdadero cabronazo o se llamaba Torcuato y el cabronazo era el abuelo. En aquella época, por menos te enviaban al garrote vil. Y con razón, qué diablos. Torcuato. En fin. Eran otros tiempos. Como prueba el hecho de que desde entonces han pasado unos cuantos años. Si no hubieran pasado esos años, estaríamos hablando de los mismos tiempos y no de otros. Pero no es el caso. Torcuato. Qué valor.


 
Menéame Envía esta historia a del.icio.us

Esperando la llamada de Estocolmo


No quiero adelantar acontecimientos, no, ni hablar, pero, vaya, no me extrañaría que el Nobel de Literatura fuera a caer a las manos que están tecleando este texto. Y no me refiero a mi secretaria, a la que tuve que despedir por motivos que no vienen al caso, no señor, me refiero a moi. No es definitivo, claro, pero todo apunta a que ya toca un Nobel en lengua española, a ser posible que escriba bien y a quien le quede el esmoquin como es debido. Y yo cumplo al menos dos de esos requisitos. El tercero depende de mi sastre, que ya está algo mayor. No se le puede exigir el pulso de cuando tenía veinte años. Al fin y al cabo, no es un cirujano. En cambio, a mi secretaria sí que se le podía exigir puntualidad, pero no, qué va, la señorita llegaba cada día tres minutos tarde. Como mínimo. Y a final de mes se ofendía cuando se los restaba del sueldo. Sí, increíble. Pero, en fin, no quiero hablar de esa ladrona; hoy es --será-- un día de celebraciones, no nos amarguemos. Y no es por cotillear, pero su novio era un impresentable. Un tipo melenudo y piojoso que pretendía que leyera sus poemas. ¡Leer! ¡Poemas! ¡Yo! ¡Un premio Nobel! Le pedí a mi mecanógrafa que por favor no volviera a traer a ese jipi por mi barrio. Luego encima el jipi pretendió llevarme a juicio por haber plagiado siete de sus poemas en mi Pintan bastos en la noche oscura del alma silenciosa. ¡Plagiar! ¡Yo! ¡Un premio Nobel! Las cosas las solucionamos como los españoles de pro: a puñetazos. Acabé en el hospital, pero el único de los dos que disponía de fondos suficientes para sobornar al juez era yo, así que gané el juicio. Él pago las costas y yo las vacaciones en la Costa Azul de su señoría. Obviamente, la demanda del jipi no hizo que cambiara mi actitud hacia mi secretaria. Soy un tipo ecuánime y sé que no han de pagar justos por pecadores. Y más cuando me lo recomienda mi abogado. La seguía tratando igual de bien, dándole sus dos minutos cada mañana para que fuera al lavabo y permitiendo que llevara gafas a pesar de que le sentaban como un tiro. Y eso entre otros privilegios que confirmaban mi fama de escritor izquierdista. Después del juicio la despedí, cierto, pero fue por llegar tres minutos tarde cada día y ponerse pantalones en lugar de las indispensables minifaldas que exijo a todas mis empleadas. Nada que ver con el embustero de su novio.


 
Menéame Envía esta historia a del.icio.us