Mi temporada en Ferrari


Igual mucha gente no sabe que yo estuve a esto de ser piloto de Fórmula 1. Para quienes me lean y no me vean dictarle el texto a uno de mis chimpancés-secretario, debo aclarar que al mismo tiempo que decía la palabra "esto", acercaba los dedos índice y pulgar de mi mano derecha, dejando entre ellos espacio para apenas dejar pasar la conciencia de un periodista del corazón. El caso es que los capos --ja, ja, capos, como son italianos...-- de Ferrari me ofrecieron la posibilidad de hacer unas pruebas con ellos, dada mi pericia al volante y tras los sorprendentes tiempos que había conseguido en unas sesiones con Minardi --por aquel entonces aún existía Minardi. Creo que no es necesario decir que acepté encantado. O igual sí, nunca se sabe lo limitados que son los lectores de uno. Mejor lo digo, pues: acepté encantado. Acudí al circuito italiano de Mugello, donde recibí la calurosa bienvenida de los mecánicos de la escudería, que por algún motivo me confundieron con el técnico de la máquina de café. Movido por mi espíritu de equipo y deseoso de mostrar mis habilidades técnicas, intenté arreglar la máquina. Sólo recuerdo una explosión, gritos y sangre. Por suerte, yo había salido bien parado, así que me sacudí el polvo y fui a ver a Jean Todt, que me esperaba en la puerta de los boxes. Realmente me sentí poco menos que cumpliendo un sueño cuando me puse el mono rojo sobre los hombros. Claro que aquello fue una broma de los mecánicos. Ja, ja. Me habían cambiado el mono por otro mono: un babuino rabioso que me mordió el ojo izquierdo tras confundirlo con una nuez. Ja, ja. Ahí nació mi amor por los monos. El caso es que ya convenientemente equipado, me metí en el coche y di las últimas instrucciones a mi equipo. "Lleno de súper y me miras el nivel de aceite... Un momento, ¿qué es eso de ahí? ¿Un alerón? ¿Y para qué dices que sirve?" Apreté el acelerador y salí a todo gas del box. Me llevé por delante a la jefa de prensa de Schumacher e incrusté el coche en el muro. Le intenté echar la culpa al mono, pero llevaba puesto el ignífugo y no el africano, así que no coló. Les convencí para que me dejaran probar con el otro coche. Una vez se hubieron apartado todos los mecánicos, salí con algo más de tranquilidad y logré meter el coche en pista. Diecisiete minutos más tarde completaba mi primera vuelta. El ingeniero de pista me preguntó si todo iba bien. Le dije que sí, sólo que no tenía muy claro cómo cambiar de marcha. No encontraba la palanca. Todo fue más fácil después de que me explicara que las marchas se cambiaban con unas palanquitas que había en el propio volante. Sí, mejoré mucho mis tiempos una vez supe eso. Catorce segundos. Eso fue lo que tardé en salirme de pista a doscientos noventa quilómetros por hora e incrustar el bólido en la ambulancia que se llevaba a la jefa de prensa a la que había atropellado antes. Después tuve una charla con Jean Todt. Me preguntó cómo era posible que hubiera conseguido aquellos tiempos tan buenos con Minardi. Le expliqué que, evidentemente, no es lo mismo una Play Station que un coche de verdad. Si sólo los botones estuvieran colocados en el mismo sitio... En fin. Podría haber llegado lejos, pero era demasiado mayor para comenzar una carrera deportiva y, tras recibir una paliza de unos amiguetes muy brutos de Todt, Ferrari y yo dimos por concluida nuestra relación profesional. Guardo un recuerdo muy grato de aquella experiencia.


 
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El agitador de las masas


1977 fue probablemente uno de los peores años en la historia de Asnalia. La situación económica era tan negativa que los ciudadanos ni siquiera podían verse perjudicados por la crisis del petróleo: seguían usando carbón y leña. El PG (Partido del Gobierno) estaba sumido en varios escándalos de corrupción y sexo, mientras que el PO (Partido de la Oposición) pasaba por otra de sus recurrentes crisis de liderazgo, marcada en esta ocasión por las sugerencias de cambio de nombre para infundir algo de optimismo entre los votantes. Las propuestas que surgieron por aquel entonces: OP (Otro Partido), SO (Segunda Opción), NVSM (No Votes Siempre a los Mismos), NTC (Nosotros También Contamos). Aprovechando el desencanto de la población y con el apoyo del amarillento Asnal Mail, la figura del general Hugo Korsakov comenzó a cobrar protagonismo. El general --que no era militar, pero que era llamado así porque sabía "de todo en general"-- comenzó a publicar una serie de artículos en el Mail en los que demandaba un gobierno fuerte al margen de la partitocracia. Al principio sólo daba a entender que apoyaría el surgimiento de un tercer partido político. Luego dejó intuir que no se refería a un partido político, exactamente. Posteriormente parecía que optaba por ponerse al frente de un golpe de estado, siempre y cuando no contara con el apoyo del inútil ejército asnalés, bajo el mando del general --este sí que era militar-- Pablo Tchaikovsky, ex desertor con una bien merecida fama de gafe. Finalmente aclaró el malentendido: él sólo quería que repusieran Enredo. Pero para entonces ya era demasiado tarde. La misma mañana que salió publicada su columna titulada "Un momento, ¿cuándo he hablado yo de dar un golpe de estado, con lo que me duelen a mí las piernas?", varios cientos de ciudadanos airados salieron armados con antorchas y garrotas hacia el Parlamento. Por suerte y al llegar allí, un tipo se encaramó a lo alto de una farola con un megáfono y dijo: "Eh, atención todos, tengo el Asnal Mail de hoy. Todo esto es un malentendido". La turba se disolvió, decepcionada, y regresó a sus casas no sin antes hacer arder un par de coches. "Ya que estamos", declararon algunos de los implicados. El gobierno decidió reponer la serie (de mala gana: al Ministro del Interior le repateaba el hígado), disolver las Cortes y convocar elecciones. Esta convocatoria apresurada pilló al PO en medio de su Decimoséptimo Congreso en lo que Va de Mes y Eso que Sólo Estamos a Día Nueve. El PO presentó dos candidatos a la presidencia, uno de ellos un extranjero que había muerto tres años antes. El muerto no lo hizo mal durante la campaña, pero el PG ganó las elecciones y Antonio Karpov fue designado presidente por tercera vez consecutiva. (Aunque moriría atropellado por el primer automóvil del país dos años más tarde. Conducía Korsakov, que fue condenado por traición, ya que le atropelló por la espalda. Korsakov salió de la cárcel en 1983, beneficiándose de la amnistía concedida a todos los agresores de políticos, a consecuencia de la presión popular al respecto.)


 
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Jaime y Jaime


Tengo un hermano gemelo y mis padres se creen muy graciosos. Porque mi hermano se llama Jaime y yo también me llamo Jaime. Como cualquiera con dos dedos de frente se puede imaginar, esto nos ha ocasionado problemas y confusiones. Cuando regañaban a Jaime, no sabíamos a cuál de los dos se referían; y lo mismo cuando alababan o premiaban a Jaime. En el colegio, nunca supimos quién de los dos era el que sacaba buenas notas. Decidimos ir turnándonos. Hasta que al final ya no sabíamos a quién le tocaba llevar los excelentes y a quién los suspensos, si a mí o a Jaime. Tampoco se llegó a aclarar quién había roto la radio de la abuela (ella aseguraba que había sido Jaime), quién le gustaba a la vecina, que escribió en la escalera su nombre y el de Jaime envueltos en un corazón, quién era de letras y quién de ciencias, quién estudió Derecho y quién Medicina, quién toca la guitarra y quién el violín, quién sale con Nuria y quién se casó con Teresa. No es extraño verme en un juicio del que no recuerdo nada o atendiendo a una señora gorda sin saber qué recetarle, si es que he de recetarle algo, para después regresar a una casa que no conozco, pero que me suena de no sé qué, y saludar a una mujer qué me dice "qué tal, Jaime", y a la que siempre pregunto si lleva un jersey nuevo o si ha ido a la peluquería, y luego jugar con un niño que se me parece, pero al que no recordaba haber comprado aquel juego para la consola. Harto de tanto lío, decidí mudarme a una ciudad a doscientos quilómetros. Obviamente, no arreglé nada, ya que me inscribí en el censo con mi nombre y ahora no estoy seguro de si fui yo quién se mudó o si fue Jaime quien lo hizo. Al final dejé el asunto en manos de las autoridades. Le pegué un tiro a un tendero y le di el chivatazo a la policía. Ha sido Jaime Rubio, le susurré al 091. Nos arrestaron a los dos, claro. Ni Jaime ni yo sabíamos qué iba a pasar, hasta que los testigos presenciales sacaron de dudas a la policía: --No, el pelirrojo, no. Fue el moreno. Para evitar más follones, decidimos cambiarnos el nombre. Ya no habrá más problemas: yo me llamo Jaime Moreno y él, Jaime Pelirrojo.


 
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Maldito movimiento obrero


Mi ejército de monos redactores se ha vuelto a sublevar. Y con cierto éxito. Y es que escribo este texto desde la lavadora. Apagada, eso sí. Para teclear, estoy usando una calculadora que justamente hoy me han regalado en el banco. He conseguido conectarme gracias a que había dejado un router de Fon donde más servicio puede prestar: en el cubo de la basura, que por suerte está aquí al lado. Cuando consiga salir y tras lo de hoy, necesitaré unos días de descanso en mi villa de Cabo Verde. Después me iré a buscar a esos malditos chimpancés a Tanzania, adonde dijeron que irían entre gritos de "¡libertad, libertad!". Al fin y al cabo, todo esto no es más que un simple malentendido. Como gesto de buena voluntad, incluso les prometeré dejar de apagar en su cara los cigarrillos que no fumo. Pero ellos han de comprender que no puedo renunciar al látigo y al garrote. Sin mano dura, no me rinden. Y a mí me da lo mismo, pero es que me debo a mis anunciantes. Creo que a finales de agosto les habré convencido para que vuelvan. Por si acaso, llevaré dardos tranquilizantes, muchas jaulas y, para que se confíen, mi disfraz de rojo piojoso con camiseta de Greenpeace.


 
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La horrorosísima historia de Fred Monty


La policía comenzó a sospechar del asesino en serie Fred Monty al notar que mucha de la gente que pasaba tiempo cerca de él, moría en extrañas circunstancias. Un par de detectives le estuvieron vigilando durante cuatro meses. Se dieron cuenta de que a al menos tres personas les creció de repente un cuchillo en la cabeza y hacia adentro, mientras un ensangrentado Monty se carcajeaba con mirada enloquecida. Tras mucho pensarlo y a pesar de que aún no tenían pruebas concluyentes, el FBI decidió arrestarlo y acusarle de aquellas tres muertes y de otras catorce muy similares. Pero no fue fácil llevarle ante el juez. Las huellas digitales eran parciales y los testigos presenciales eran escasos y estaban borrachos en el momento de los hechos (Monty cometía sus horribles asesinatos en bares repletos). Además, el polígrafo no dio resultados concluyentes. Ante la pregunta: "¿Usted asesinó a toda esta gente?", Monty contestó que sí y la máquina determinó que mentía. La vida de Monty es la clásica en un asesino en serie. Ya de niño torturaba animales: les arrancaba las patas a las hormigas y las alas a las moscas. Intentó pasarse a bichos más grandes, como gatos y perros, pero estos se defendían. Tuvo una cómica experiencia con un pato que fue llevada al cine por Mel Brooks. Su dominante y exigente madre viuda le obligaba a llevar la camisa por dentro y dos pañuelos en los bolsillos: uno para las gafas y otro para la nariz. Esto le causó terribles traumas, ya que los confundía con frecuencia. Uno de los peores momentos de su infancia fue cuando se enteró de que su padre no estaba muerto, sino que había "fallecido". Un año más tarde supo que ambos términos eran sinónimos, pero para entonces su enfermiza imaginación ya había destrozado su débil mente. Aquella infancia vino también marcada por una incapacidad para relacionarse con los demás. Debido especialmente a su tendencia a clavarles cosas y quemarles el pelo. Estudiante notable, aunque no extraordinario, parecía haber olvidado aquella infancia terrible cuando entró en la universidad. Sin embargo, estudió derecho: según confesaría en prisión, la incesante lectura de cosas como las "leyes" y los "códigos" le dejó profundamente trastornado. Fue por aquel entonces cuando comenzó a oír voces. Le decían cosas como "establecido este principio en la regla 1ª., no se podrá hacer novedad alguna en el estado legal de las madres que, siendo viudas y ejerciendo la patria potestad, hubiesen contraído nuevo matrimonio antes de regir el Código, aunque éste prive de aquel derecho a las madres viudas que se casen después". Su afección mental le permitió por tanto superar con resultados excelentes sus exámenes de primero. Pero a partir de segundo le decían otras cosas: "Ponte la camisa por dentro", "quema el edificio", "mátalos a todos", "lleva siempre dos pañuelos"... El agente que le detuvo destacó que Monty había asesinado a diecisiete personas y quemado cuatro edificios en seis años, pero que llevaba la camisa por fuera y un único clínex. Sucio, además. "Aquella falta de criterio a la hora de seleccionar mensajes me pareció ridícula --explica--. Yo mismo llevo dos pañuelos en los bolsillos. Es muy práctico. Pero no voy matando a la gente por ahí. Fíjese lo que le digo: asesinar no sirve para secarse el sudor de la frente o sonarse la nariz. Y ese hombre no se daba cuenta". Durante el juicio, Monty quiso defenderse a sí mismo, pero, debido a una confusión tonta, acabó defendiendo a un ladrón de coches. Le condenaron a la silla eléctrica. Al ladrón. El destino de Monty fue peor: le obligaron a ejercer la abogacía. No ha vuelto a asesinar a nadie ni a quemar nada, ya que sus instintos sádicos han quedado plenamente satisfechos.


 
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