Oscar


Por cierto, antes de que se me olvide: yo fui candidato al Oscar al mejor actor de relleno. En serio. Fue hace mucho tiempo. Corría el año 2006 (finales de) cuando se estrenó no recuerdo qué película. El caso es que se rodó no sé si por las calles de Barcelona o de cualquier otro sitio por el que pasaba (Sants, quizás) y yo salía al fondo y de espaldas, mirando un escaparate. Luego me giraba, corría hacia la cámara, me paraba a resoplar, volvía a correr, volvía a resoplar, de pie y con las manos apoyadas en los muslos, volvía a correr y, entre los retortijones del flato acertaba a gritar indignado: "¿Qué coño se cree que está usted grabando, caballero?" Esa parte la quitaron. Pero sí que se me ve girándome y engurruñando los ojos para ver a toda esa gente grabando cosas (no llevaba las gafas puestas; o sí que las llevaba y en realidad no las necesito, nunca me acuerdo de qué es lo correcto). Además de a mí, nominaron a una señora que paseaba a un perro, a un camarero que servía un café, a un tipo que estaba de público en un concierto y a una prometedora actriz que gritaba "no puede ser" mientras un superhéroe levantaba un camión. Todos haciendo bulto en grandes producciones, que contrastaban con mi película, una modesta cinta independiente, rodada con cuatro duros, o eso me dijo el productor, un tal Spielbog o Spailber, como excusa para no pagarme. No gané por mis opiniones políticas: ja, los americanos no estaban preparados para darle el Oscar a un español negro de centroizquierda que no estaba en contra de la libre circulación de armas, sino de las balas, que al fin y al cabo es lo que mata. Y es que las armas sin balas son como martillos de diseño más complicado, mientras que las balas sin armas pueden hacer mucho daño si se arrojan con la suficiente velocidad. Fijaos si no, en esta cicatriz. Me la hice de niño, cuando me caí de un columpio. A las chicas les gusta. Bueno, espero que les guste. Cuando la vean. Alguna la verá, un año de estos, digo yo. Está en una zona muy íntima que, claro, no es para cualquiera. Me la reservo para esa persona especial. Sí, es aquí en la frente. Al menos pude pasearme por la alfombra roja. Fui a una tienda de alfombras. Al final me quedé un kilim. Lo único malo es que sigo sin saber qué es un kilim. Ahora, el nombre es gracioso.


 
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Interiores


He comenzado un nuevo negocio: soy interiorista. Aunque prefiero que me llamen decorador o, mejor aún, sacacuartos. Mi primer cliente ha sido un amiguete que..., Bueno, en realidad, un conocido. Vale, más bien un tipo con quien me crucé por la calle y al que convencí a punta de pistola. Pero el piso ha quedado estupendamente: ha pasado de ser un cuchitril a ser un cuchitril en el que se ha invertido mucho dinero. Lo primero que hice fue quitar los techos. Daban una impresión de cerrado que era inapropiada para su piso, luminoso, pero pequeño. Eso sí, antes no era tan luminoso: forré las paredes con las luces esas que se ponen en los árboles de navidad. Como entonces el piso pasó a ser demasiado luminoso, decidí pintar las paredes de negro para absorber lo que los interioristas llamamos luz. A mitad del trabajo se me acabó la pintura y tuve que terminar la mitad de las paredes de amarillo. El contraste es divertido y alegre, pero a veces se sube alguien y exige que le lleven a la plaza Cataluña, y mejor por la calle Aragón, que está harto de que dar vueltas absurdas con la excusa de que por Aragón hay semáforos y mucho tráfico. Lo de quitar los techos ha sido una buena idea. El piso ha ganado mucho espacio hacia arriba, por lo que se pueden colgar el doble de cuadros y poner estanterías mucho más altas, aunque también es verdad que a veces los vecinos de arriba se despistan y se caen. Pero son buena gente: se disculpan, sonríen, se vuelven a colocar las ventosas y trepan de vuelta a su casa. Para el mobiliario, he optado por un estilo zen. No quiero decir de todo a zen (ja, ja, ja...), sino así sencillo y minimal, ideal (todo a zen, ja, ja, ja...) para relajarse y (ja, ja, aún me hace gracia) olvidar el ajetreo diario. En el zen importan sobre todo los espacios vacíos, así que lo que he hecho ha sido ahuecar los muebles, dejando sólo el contorno, con lo cual conseguimos (ja, ja, ja, de todo a zen, ja, ja...) lo que yo llamo muebles polivalentes: por ejemplo, la mesa del comedor también sirve como marco de cuadros. Claro que también he vaciado los cuadros y estos sirven a su vez como marcos de cuadros. Los marcos de cuadros sólo sirven como marcos de cuadros, pero más finos. De lo que me siento más orgulloso es de las ventunas. El nombre igual suena extraño, pero estoy absolutamente seguro de que dentro de unos años se popularizará tanto que todo el mundo hablará de ellas como si hubieran existido siempre. Hay que anotar este nombre: ventuna. No, en serio, hay que anotarlo. A veces me olvido y es una pena porque se trata de una palabra muy bonita, que he ideado después de juguetear con el término latino para viento, ventum. La idea es hacer unos agujeros preferiblemente rectangulares en la pared y hacia la calle, de modo que entren la luz y el aire. Claro, alguno dirá que también entrarán el frío y la lluvia, pero es que --y aquí viene la parte genial-- esos agujeros estarán tapados con una especie de puertecita, preferiblemente de cristal, para que pueda seguir entrando la luz incluso aunque esté cerrada. Reconozco que las ventunas tienen sus inconvenientes. Por ejemplo, si vas desnudo por casa, tienes que ir con cuidado al pasar por delante de una de ellas. Y, además, tampoco se pueden poner muchas juntas porque los muros se debilitan y los edificios se caen (me pasó un par de veces, en el periodo de pruebas). De todas formas, los resultados son más que satisfactorios. De hecho, mi primer cliente estaba más que contento hasta que se le cayó un vecino encima y le rompió la nuca. Sí, bueno.


 
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Como en los viejos tiempos


El cuerpo de J. R. fue hallado sin vida en su domicilio, después de que los vecinos alertaran a la policía, al extrañarse de llevar varias noches sin oírle volver borracho a casa, tropezando y hablando solo, con la vana intención de hacer creer a todo el mundo que había ligado. Según el informe forense y aunque el golpe mortal fue consecuencia de clavarse un cactus --o cacto-- en la nuca al caer de espaldas, el cadáver mostraba varios moratones y fracturas, "producto de una serie de golpes que se habían ido produciendo durante varios meses", en lo que fuentes policiales han calificado de "paliza a cámara lenta". La policía cree que el origen de estos golpes estaría en unas cartas halladas en el apartamento de J. R., cartas que serían parte de una pelea por correspondencia. Las normas de este macabro juego son claras: no se permite ningún tipo de arma y hay que dar un golpe por cada carta. Las peleas se prolongan durante semanas o a veces meses y se ha constatado que las apuestas que rodean estos eventos alcanzan sumas desorbitadas, de hasta doce o quince euros. No hay que despreciar el riesgo que suponen estas peleas: un agente leyó varias de las cartas sin tomar las debidas precauciones y terminó con tres costillas rotas, magulladuras en el rostro y, a consecuencia de los golpes en la cabeza, unas irresistibles ganas de comprarse discos de Amaral y de La oreja de Van Gogh. De todas formas y ante la ausencia de pruebas definitivas, no se ha descartado la posibilidad de que esta pelea por correspondencia no sea más que una trifulca originada en la cola de alguna oficina de correos.


 
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Nueva decoración


Cambiaron las sillas y nos pusieron unos taburetes. Luego trajeron los escritorios nuevos: unas mesas demasiado altas y demasiado estrechas. También quitaron los fluorescentes de toda la vida y nos pusieron unas lámparas de diseño diminutas en las paredes, a metros de donde estábamos. No se veía nada. Después de unas cuantas borracheras, nos dimos cuenta de que el dueño había vendido la oficina y el comprador había montado un bar. Lo peor era que cobraba entrada y no nos hacía descuento. Tardé casi un año en encontrar otro trabajo que me gustara. Para entonces ya tenía el hígado destrozado.


 
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Jaqueca


Desde entonces, me miran mal en la empresa. Como si hubiera sido culpa mía. Qué se suponía que tenía que hacer. Es que tampoco fue algo que hiciera, fue algo que me pasó. Igual podría haberme ido a casa antes. Pero sólo era un dolor de cabeza. Un dolor de cabeza horrible, eso sí. Uno de los míos. De estos que se van anunciando durante media hora. Que van creciendo poco a poco. Que avisan. Pero que ignoran el ibuprofeno. Total, que cuando me metí en la reunión estaba casi mareado, no podía ni hablar y me dolía hasta respirar. Pero, en fin, sólo era un dolor de cabeza. Y sólo era una de estas reuniones durante las que tomas nota para disimular y quizás sueltas un par de preguntas para no quedar mal del todo. Total, que estaba ahí, con ese dolor que me atravesaba el cráneo, intentando no ya prestar atención, sino sólo que lo pareciera. Tuve que cerrar los ojos un momento y entonces lo noté. Fue como un cloc. Y luego el peso en el párpado izquierdo. Pero no entendí a la primera lo que había ocurrido. Vamos, nunca me había pasado nada así. Además, ni siquiera me dolió. Bueno, me dolía toda la cabeza, pero ya de antes, claro. Luego abrí los ojos y vi, con el ojo derecho, cómo algo caía de mi cara, rebotaba contra la mesa y rodaba un poco, alejándose de mí. Y luego noté como un frío en, bueno, en el ojo izquierdo, sólo que no sentía el ojo. Y finalmente oí los grititos. --Señor Rubio, por favor --nadie me llamaba señor Rubio desde que iba al colegio--. No tiene gracia. Recoja su ojo. --Sí, a ver si acabamos con esto de una vez. --Que ya son casi las dos. --Siempre tienes que hacer alguna tontería. --Qué asco. --Qué manía con ser el centro de atención. Recogí el ojo, lo limpié en mi vaso de agua y me lo volví a poner. Veía borroso y se me estaba a punto de caer todo el rato, así que me quedé el resto de la reunión con el ojo cerrado y la mano encima, a pesar de cómo me miraba la gente. Lo peor fue que tenía sed y no me atrevía a beber de allí. Después fui a la farmacia y me dieron unas tiritas y un colirio.


 
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