febrero 2010 | ||||||
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enero | marzo |
Pingüinos muertos
Después de las últimas amenazas de muerte que he recibido, he decidido contratar a un doble. Nada más contratarle, le he pegado un tiro, cumpliendo un doble (como su propio nombre indica) propósito; uno: he hecho creer a mis numerosos enemigos (es lo que tiene hablar claro contra los poderosos, aunque sea desnudo, a gritos y en el parque de la Ciutadella) que ya estoy muerto, y dos: al estar ya muerto, el precio de mis cuadros se ha multiplicado por diez. Ayer se vendió uno por siete euros con cincuenta. Siguiendo el dicho y rematándolo con un hábil juego de palabras, he matado un doble pájaro de un tiro. Han sido unas semanas muy malas, de tensión y, por qué no reconocerlo, miedo. Cada vez que me llegaba una de esas amenazas en clave, ocultas tras lo que parecía una factura de la luz para no levantar las sospechas de mis chimpancés guardaespaldas, me daba un vuelco el corazón. Estaban bien pensadas todas aquellas historias de kilowatios, de consumo, de dinero que tengo que pagar yo (¡yo!) por la electricidad, cuando la electricidad ya me venía con la casa. Bajo la inocente apariencia de un error administrativo se ocultaba un claro mensaje cifrado: “vamos a por ti”. KW. Es decir, Kill William. ¿Y quién es el William Shakespeare 2.0? Efectivamente. Es evidente que no tenía otra opción que comprarme un doble para cargármelo. Era él o yo. O yo o él, según se mire. La verdad es que no se me parecía mucho: para hacerme la pelota, el de la tienda de dobles insistió en que yo era más guapo de lo que en realidad soy, y eso que yo de por mí no estoy nada mal, gracias a mi manejable metro cuarenta y dos, mis poderosos noventa y siete kilos de peso, mi ausencia de orejas (ah, esas asquerosas protuberancias) y mi elegante costumbre de escupir para no tragar saliva. Sí, mi doble medía metro ochenta y siete, y llevaba veinte de sus veinticuatro años acudiendo a un gimnasio dos horas diarias, pero lo importante es que el vendedor hizo bien su trabajo: consiguió una venta. La ventaja de matar a un doble es que legalmente está considerado suicidio, así que las únicas consecuencias negativas para mí fueron la extraña desazón interior que supone haber asesinado a alguien que en cierto modo era yo y una multa por haber arrojado el cuerpo al contenedor de papel y no al de materiales orgánicos. Reciclar es muy importante. Lo reconozco. El otro día no reciclé y murieron seis gaviotas más. Por mi culpa. Y un pingüino. Y a todo el mundo le gustan los pingüinos. Bueno, a todo el mundo, no, sólo a quien no los ha visto de cerca. Los pingüinos son graciosos, pero a kilómetros de distancia de donde vivan, huele a mierda. Prácticamente se hacen sus nidos con su mierda. Con sus propios excrementos. Eso es asqueroso. Mejor edificar, no sé, con los cadáveres de tus hijos. Por favor. Y que todo el mundo diga que son tan graciosos y que parece que vayan de etiqueta, ja ja. Pues no. Unos cochinos. Putos pingüinos. Hoy no pienso reciclar. ¡Que se mueran todos! Seguro que son de la SGAE. Sí, mezclaré papel con cáscaras de huevos y botellas de cristal mientras pienso entre carcajadas en todos esos pingüinos muertos.