febrero 2010 | ||||||
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Traducción simultánea
Mi dolencia está siendo ignorada por los médicos más prestigiosos e incluso por los menos prestigiosos, que hasta han tenido reticencias en aprovecharse de mi desesperación para sacarme el dinero a cambio de remedios que ya sabían destinados al fracaso desde un principio. Pero no sólo los médicos: mi familia cree que me invento las cosas para no ir a trabajar, mis jefes creen que me invento las cosas para no ir a trabajar y mi párroco se empeña en que no necesito un exorcismo, sino ir a trabajar. Todo comenzó el 16 de febrero de 2009. Volviendo a casa después de tomar unas cervecitas con unos amigos, me atropelló una furgoneta blanca. En el suelo, antes de perder la conciencia, acerté a ver la matrícula: alemana. Como las cervezas. Desperté unas horas más tarde en el hospital. Al parecer, el accidente había trastocado de modo significativo mi cerebro, porque no entendía nada de cuanto me decía nadie: ni los médicos, ni las enfermeras, ni la familia, ni los amigos. Ellos sí que me entendían a mí, porque al parecer yo hablaba normal, pero yo tampoco me oía hablar normal a mí mismo. Me hicieron pruebas de todo tipo: resonancias, escáneres, radiografías. Un médico chino me clavó agujas por todas partes y un sanador amigo de mi tío insistió en lamerme la calva. Según todos ellos, incluido el del lametón que aún me provoca pesadillas de las que despierto empapado en sudor frío, en mi cabeza no pasa nada y todo está como debería estar. Pero no lo estaba. La prueba era que no les entendía cuando me lo decían y les tenía que pedir que escribieran sus “todo está bien” en un trozo de papel. Pronto me di cuenta de que mi cerebro estaba traduciendo todo cuanto oía a otra lengua. En unos días y con ayuda de una amiga que sabía idiomas, me di cuenta de que lo estaba traduciendo al alemán. Y yo no sé alemán, así que se comprenderá mi desasosiego ante mi imposible comunicación con el mundo. Al principio creí que me estaba volviendo loco. O peor, alemán. Además, como ya he dicho, los doctores no me creían o como mucho consideraban que era cosa de los nervios y me recetaban tranquilizantes. Delicioso tranquilizantes a los que fui adicto durante unos cuantos meses. Evaluaron todas las posibles causas. Se repitieron las pruebas y pasé por neurólogos, psiquiatras, psicólogos y otorrinolaringólogos. Todos volvieron al primer diagnóstico: nada. Todo está bien. Nervios. Pocas ganas de trabajar. Es más, el psiquiatra y el psicólogo recomendaron que me quitara de las pastillas, que estaban resultando contraproducentes. Pero nada más. Los médicos me fueron olvidando y yo he ido acostumbrándome poco a poco. Durante estos últimos meses ya me siento un poco más tranquilo, he aprendido algo de alemán y más o menos ya me entiendo con la gente. A veces me sigo sobresaltando porque lo que tiene el alemán es que parece que siempre te estén echando bronca, pero en fin, reconozco que nada que no pueda sobrellevar con un poco de paciencia. De hecho, resulta hasta gracioso escuchar a mi abuela hablando con soltura la lengua de Goethe. Con acento de Almería, eso sí. Incluso aproveché para hacer algo de turismo y viajé a Berlín. A los alemanes los oigo en alemán, también, aunque por lo que me comentó mi profesor, es un alemán antiguote, ya tirando para los siglos dieciséis y diecisiete. Pero bueno, al menos me apañé mejor que la mayoría de turistas. Sin embargo, desde hace ya unas semanas estoy empezando a notar un empeoramiento de mi condición. A veces, cuando estoy cansado o no presto toda la atención que debiera, oigo frases sueltas, incluso en mitad de un discurso de la misma persona, en otro idioma distinto del alemán. Creo que es francés. No sé si acabaré escuchando todo en francés o si se irán sumando lenguas a los discursos ajenos. De momento, sí que puedo decir que no, que tampoco sé francés, así que comprenderán que insista en reclamar atención para mi caso, atención que me está siendo negada por médicos y, lo que es peor y resulta más traicionero, por la gente cercana que debería tenerme un poco más de confianza, respeto y consideración.