febrero 2010 | ||||||
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enero | marzo |
Corazón de cerdo
Un señor que juega a fútbol ha asegurado que el "corazón de un catalán no es español". Desconozco si al decir "un catalán" se refiere a un catalán en concreto o si por el contrario ese pronombre es indeterminado y se refiere más o menos a todos, pero lo cierto es que en mi caso esa frase es perfectamente aplicable. Yo, Jaume Rubió i Ancoc, català ya que vivo y trabajo (poco) en Cataluña, no tengo corazón español. Y es que hace ya cuatro años y medio me trasplantaron el corazón de un cerdo inglés y por favor, que nadie haga chistes con la palabra "cerdo" porque era un cerdo de verdad, con rabo en espiral y todo. En vida fue una bestia parda de más de cien kilos de peso que ganó varios concursos del condado y que a su muerte inundó Kent de jamón; mi cuerpo, de sangre, y a los que se veían ya como mis herederos, de desdicha y desazón. Sé que es material de chiste fácil, pero al ponerme este corazón de cerdo, no hubo rechazo ninguno. Y no es sólo que me encuentre bien, es que me siento cada día mejor. Puedo correr más de diez kilómetros sin resoplar, subo las escaleras de dos en dos, las bajo de tres en tres y además, puedo fumarme mi cajetilla diaria de Ducados sin apenas toser más de veinte minutos seguidos, escupir algo de sangre, limpiarme y encenderme otro si me apetece. Todos deberíamos contar con un corazón de cerdo. Sea catalán o no. Resulta gracioso pensar en cómo llegué a necesitar un trasplante. Resulta que un día noté una quemazón en el pecho. Como un picor ahí, cerca del pezoncillo izquierdo. Y me empecé a rascar. Ya se sabe cómo es esto de rascar: empezar es fácil, pero decir "basta" es casi imposible. Cuando me di cuenta, la sangre me llegaba a los nudillos y aun así no podía parar, rasca que te rasca, ay, es que no se me va, no puedo parar, al principio daba gustirrinín, pero ahora duele un poco, sí, porque ya hasta escocía, pero no podía parar y venga, sigue ahí. Suerte que estaba en un bar: cuando comencé a salpicar sangre, la gente se dio cuenta de que algo fallaba. Desde entonces procuro tener algo de talco a mano. Es fascinante cómo funciona de bien la sanidad pública en España. En menos de dos semanas llegó una ambulancia que contaba con un bote nuevo de aspirinas y con un tipo que casi era médico --sólo le faltaban ocho o nueve años de estudios-- y otro que se había tragado varias veces todos los episodios de House. Me llevaron al médico de cabecera, que me dio un volante para el cardiólogo. Ojo: un volante urgente. Si no llega a ser por eso, no hubiera podido ir a visitarme en apenas veintiséis días. Nada más verme, el cardiólogo dio muestra de su buen ojo y gritó: "¡Cielo santo, si está sangrando! ¿Cómo es posible que siga vivo? ¿Quiere dejar de rascarse?" Yo aún no lo sabía, pero mientras yo pedía entre estertores un justificante para el trabajo, en una granja inglesa, un cerdo de cien kilos estaba a punto de morir. Se suicidó pegándose un tiro en la cabeza. Llevaba dos años sin ganar nada en las ferias y claro, después de haber sido el ídolo de los cerdos y porcófilos, el pobre cerdo se sentía abandonado, ignorado, ninguneado, triste y solo. Lo cual era francamente bueno para mí. Al fin y al cabo, era un cerdo. No nos vamos a poner ahora tontos. Un cerdo es menos importante que cualquier persona y más sabroso que la mayoría. A ver si no. Ya sé que los de Peta dirían otra cosa, pero bueno, no es plan, ¿no? O sea, ¿un cerdo tiene los mismos derechos que yo? ¿Tengo que sentirme mal porque muriera? ¿Vamos a acabar donando corazones humanos a los cerdos? ¿Nos estamos volviendo locos? Desde aquí voto NO. No la Constitución Europea. Nada de intervencionismos. ¡Abajo la SGAE! Ahora, publicad esto en Menéame y que alguien vote "irrelevante" si tiene valor. ¿Irrelevante? Hay dos consejos valiosísimos en este texto: 1) lo importante no es que el corazón sea catalán o español, sino de cerdo y 2) ten talco a mano, que rascarse puede ser muy peligroso. Ay, me pica un ojo...