septiembre 2008 | ||||||
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Joven
Al principio fue lo típico: cumplió los cincuenta y decía que ya no le bastaba con las cremitas y con los tratamientos de su esteticién de toda la vida. Total, que después de mucho insistir, cedí y le dije que vale, que tirara el dinero en la tontería esa del botox, si con eso se callaba y me dejaba en paz y dejaba de encerrarse en el dormitorio a llorar cada vez que salía el maldito tema. No, si yo lo entiendo. Para una mujer, tal y como está la sociedad, envejecer es complicado. A nosotros se nos permite engordar y quedarnos calvos y, bueno, aún se nos sigue viendo interesantes. En fin, si yo te contara. Pero es verdad que una mujer cumple los cincuenta o incluso los cuarenta y se vuelve prácticamente invisible. Sí, es injusto, pero mira, es lo que hay, cosas de la genética, supongo, que nos hace a los hombres así de cabrones. Y te digo una cosa, reconozco que por mucho que le dijera lo típico, que me a mí me daba igual lo vieja que se viera, si, total, yo tampoco estaba mucho mejor... Ya, bueno, a lo mejor no soy muy diplomático, pero mira, ella ya me conoce y ya sabe lo que quiero decir... Pues eso, que a pesar de que le dije que por mí no lo hiciera, pues oye, tengo que reconocer que estaba mejor. Por eso no me importó mucho que siguiera inyectándose cosas y quitándose grasa y alisándose partes del cuerpo. Total, dinero tampoco nos faltaba. Y te lo juro, al cabo de cuatro o cinco operaciones daba gusto salir con ella por la calle. No aparentaba ni cuarenta años. Así, delgada y con la piel sin manchas y sin arrugas. Estaba impresionado y casi acomplejado. Suerte que nunca he sido celoso porque si no, me hubiera preocupado. Pero a partir de entonces la cagó. Yo se lo decía, plántate, no seas avariciosa, que hay que envejecer con dignidad. Y ella, no, si sólo es por mantenerme así. Mentira, claro, porque cada vez quería más. Y pasó de aparentar cuarenta a aparentar treinta, pero treinta años raros, como de plástico. Se inyectó botox en todo el cuerpo, se hizo como cuarenta liposucciones y se operó hasta los dedos de los pies, que se ve que con la edad se te curvan más de la cuenta o no sé qué historias. El caso es que cuando iba por la calle y nos paraban conocidos, muchos decían eso de qué guapa está tu hija. Pero en serio. No por hacer la broma simpática. Otros creían que nos habíamos divorciado y que estaba, no sé, con alguna secretaria pilingui. Yo, que llevo veinte años con la misma secretaria, María Eugenia, que se jubilará dentro de seis meses, imagina. Se lo dije... No, a mi secretaria, no, a mi mujer, ¿quieres prestar atención? Le dije, cariño, creo que te estás pasando. Pero no. Que se veía vieja. Que no quería acabar como esas ancianas arrugadas que le daban asco a todo el mundo. Que lo hacía por mí. Para que no tuviera que buscarme otra más joven por ahí. Y se acortó las piernas y se quitó cosas que se había puesto y se puso coletas y, en serio, yo ya no sabía qué hacer. Para que te hagas una idea, una noche la llevé a cenar, le di un beso en los labios y, bueno, la que se armó. Una vieja empezó a pegarme con el bolso, llamándome degenerado, un tipo me agarró y me tiró al suelo, y luego vino la policía y, claro, nadie se creía que era mi mujer y que había pasado del medio siglo. Por mucho que enseñara el dni. Porque además la foto parecía de otra persona. Claro. Pasé seis días en el calabozo. Tuvieron que venir sus cirujanos y su madre y mi hija. Y mi abogado, por supuesto. Qué follón. No lo había pasado peor nunca. En mi vida. Hasta pruebas de adn, le hicieron. Y el otro día... Buf... El otro día fue al cirujano. Y yo, que voy contigo. Y ella, que no. Y yo, que sí. Y ella, que no, que te pondrás pesado. Y yo, claro que me pondré pesado, a saber qué otra locura vas a dejarte hacer. Y ella, que sólo quiero tener un buen aspecto. Al final cedió porque, claro, siempre que conduce, la para la policía. Llegamos y el médico dijo, antes de que yo abriera la boca, mire, ha hecho bien viniendo. Este tratamiento que le comenté a su mujer es lo último. No se preocupe, es segurísimo, apenas si tiene efectos secundarios. Pero, claro, es necesario que la familia tenga en cuenta una serie de cosas. Necesitará esto, por ejemplo. Usted no es tan mayor, igual le tocó poner alguno a sus hijos. Y el tío siguió hablando, pero yo ya no oía nada, sólo podía ver el paquete que me había puesto en las manos, un paquete de pañales para bebé. Al salir, insistí. ¿No te estás pasando? ¿No te ves lo suficientemente joven, ya? Pero se acababa de tomar unas pastillas que le habían dado en la misma consulta y sólo pudo balbucear cuatro sílabas antes de tropezar y seguir gateando hacia el coche.