miércoles, 12. septiembre 2007
Jaime, 12 de septiembre de 2007, 9:50:04 CEST

Producciones Osama Bin Laden


Yo dirigí el último vídeo de Bin Laden. Y es que a Sam y a mí nos une una estrecha amistad desde que nos conocimos en la consulta de nuestro psicoterapeuta. Nos veíamos cada jueves. Él salía y yo entraba. Al principio apenas intercambiábamos saludos, pero dado el carácter abierto y amigable de Sam, sólo era cuestión de tiempo que nos pusiéramos a charlar y acabáramos tomando unas cervezas en las tabernas vienesas. El caso es que Sam siempre ha elogiado mi creatividad y mis más que notables aptitudes en todas las artes: no en vano he escrito una versión del Quijote protagonizada por hobbits, soy un virtuoso de la guitarra sin cuerdas y tengo una letra preciosa. Hace años que queremos trabajar juntos, pero nuestras agendas siempre estaban ocupadas por compromisos previos. Al final nos decidimos y, para preparar este último trabajo, le dije que no a Scorsese y volé a Nueva York, donde Sam reside actualmente bajo el nombre de Rebeca Manderley. De todas formas y después de la experiencia, debo decir una cosa: jamás volveré a trabajar con un amigo. En serio, se toman unas confianzas que no se tomarían con un profesional al que apenas conocen. Para empezar, nada más aterrizar, unos tipos me vendaron los ojos, me metieron en una furgoneta y me encerraron en una especie de zulo. Por razones de "seguridad". Yo no sé lo que se piensan algunos actores. La fama se les sube a la cabeza y pierden el norte de vista. ¿Seguridad? ¿Quién se cree que es? ¿El Papa? Y luego me dieron aquel guión. "Sam --le dije--, esta historia no funciona. Hay que meter una chica, algo de amor, algo de sexo. Espera, tengo una idea. La cosa va de uno de los pilotos del 11-S, ¿no? Pues ya está, tú vas y te enamoras de la que era su novia. El conflicto está en que no sabes si tirártela o no, porque es la novia de un amigo muerto, pero por otro lado está buenísima. Podemos hacer que sospeches de si es en realidad una espía enemiga". Pues bien, esas y otras propuestas recibieron una negativa en forma de paliza. Claro, yo siempre exijo libertad creativa a mis productores, excepto en este caso. ¿Por qué? Pues otra vez porque cometí el error de confiar en un amigo. Es que no me dejó ni enseñar unas tetas. Las tetas son mi sello personal. Hay tetas en todas mis películas desde que escribí el guión de Los energéticos. Las tetas venden, maldita sea; los barbudos, no. Pero nada, Sam quería hacer uno de sus ejercicios megalomaniacos. Él. Hablando. Solo. Todo el rato. En un único plano. En árabe. Le dije, coño, hazlo en inglés, que nos abrimos más puertas, y uno de sus guardaespaldas me disparó en la rodilla. "¿Y qué hay del Oscar a la mejor película en lengua no inglesa, perro infiel?", me dijo, antes de pegarme una patada en las costillas. Total, que no cuente conmigo para más películas. Aún me duele la rodilla. Y el resto del cuerpo. Y, aunque el éxito de público es notable, las críticas no acompañan. Reconozco que Sam mantiene una línea muy personal en toda su filmografía: el choque de civilizaciones, el 11-S como símbolo, los palestinos como metáfora, su figura atormentada como imagen del hombre en una huida eterna. Pero los finales son previsibles. Y hace falta una chica.


 
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