mayo 2007 | ||||||
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Diario de campaña
En nuestro afán por tener bien informados a los ciudadanos barceloneses cara a las elecciones municipales, hemos (Jaime y yo) decidido seguir durante toda una jornada al número dos por Barcelona en la lista encabezada por Joan Miquel Oliva: el limón. El limón comienza la mañana saliendo del cesto de la fruta y ocultándose del padre de familia, que cada mañana se bebe el zumo de dos naranjas y un (otro) limón. Después de salvar su vida por poco, el limón se afeita y se viste con un elegante traje gris (no demasiado caro, para no llamar la atención, de la sastrería Modelo), una camisa (Furest, todo muy catalán, como se puede ver) y una corbata de Mickey Mouse (el toque simpático, regalo de una sobrina que acabó aliñando un pescado, a pesar de que eso de echarle limón al pescado sólo se hace si el pescado está podrido y, en tal caso, mejor pedir otra cosa). Su secretario le recoge a eso de las once y media (le dijeron que la jornada electoral comienza pronto y acaba tarde, pero lo entendió al revés). Su primer acto electoral es la visita a un mercado, pero como es un limón deciden cancelarla, no sea que acabe en algún carrito de la compra. Así pues, va directo a una reunión con la asociación de vecinos de Sarrià. Cuando la junta de la asociación ve entrar por la puerta de su sede a un limón que habla, cunde el pánico. Una vez tranquilizados por el mencionado secretario, que explica que el limón es un político serio y responsable, los vecinos deciden escuchar sus propuestas. Pero no pueden: el Fary irrumpe en la sala. El enemigo más peligroso de los limones está dispuesto a mordisquear al candidato. Ah, Fary, quién te ha visto y quién te ve. Desde que dejaste la música ahora te ves obligado a trabajar para partidos políticos, mordiendo a candidatos de listas adversarias, preferiblemente limones, aunque accediendo a atacar a pomelos y naranjas (mandarinas nunca; las mandarinas son de niña). El limón salta por la ventana. Es un séptimo, pero como no tiene huesos, sale indemne y rueda calle abajo. Cuando el Fary llega a la calle, el limón no está a la vista, así que decide marcharse, con el ceño fruncido y murmurando promesas de venganza. El limón nos llama por teléfono. Nos espera en un bar. El secretario y yo vamos tranquilamente para allá, contentos por saber que la gran promesa política de estas elecciones ha conseguido salvar su vida. Aunque nos tranquiliza el hecho de que, en cualquier caso, siempre nos hubieran quedado sus ideas. Cuando llegamos al bar, no vemos al limón por ningún lado. Pensamos que igual nos hemos equivocado de local, así que llamamos al candidato. No contesta al móvil. Le preguntamos al dueño, temerosos de que el Fary haya podido dar con él. "¿Un limón? --contesta--. Pues sí. Y es una suerte, porque se me habían terminado". Miramos consternados a nuestro alrededor: hay gente tomando coca-colas, fantas, tónicas, coronitas. Todos con media rodajita de candidato electoral dentro del vaso. Aún hay medio cuerpo del candidato sobre el mármol. Le pedimos al dueño del bar que nos permita darle un entierro digno. Se niega. Dice que lo necesita. Le explicamos que se trata de un político. Asqueado, nos lo da, exigiéndonos que bajemos la voz y no digamos nada a los clientes. Nos vamos, tristes, compungidos, después de una de las jornadas de campaña más aciagas de la democracia. ¿Hasta cuándo los limones van a jugarse la vida por presentarse a unas elecciones? ¿Es que acaso no tienen los mismos derechos que los humanos? No, no los tienen, pero ¿no podríamos hacer excepciones? Vaya, me dicen que no. Bueno, pues... En fin... Me sigue pareciendo mal. No es justo.