octubre 2006 | ||||||
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Códigos
Nadie esperaba que muriera. Aunque lo cierto es que, echando la vista atrás, creo ver ciertas señales, mensajes que nos enviaba, no sé, Dios o la naturaleza para, quizás, avisarnos. Claro que seguramente no son más que imaginaciones mías. El primero de esos mensajes que no supe interpretar fue que nos dijera que tenía cáncer y que ya no había posibilidad de tratarlo. No sabía de qué hablaba. ¿Qué enfermedad era esa? ¿Que no se pudiera curar significaría que la iría arrastrando toda su vida? Le pregunté a una amiga médico. Me dijo que no estaba segura, pero que creía que "cáncer" era otro nombre para esa enfermedad conocida como "una larga enfermedad", contra la que se lucha durante años hasta que se acaba en los periódicos. Cuando ya había olvidado ese asunto, le ingresaron en el clínico. Pero ya me dirás, a mí también me ingresaron también una vez y no me morí ni nada, por lo que tampoco supe interpretar ese código que me apremiaba discretamente --casi secretamente-- a despedirme de él. Por si alguien le interesa, fue por un problema de riñones. Mi ingreso en el hospital, digo. Nada serio, una infección de estas raras. En dos días estaba en casa. No fui a trabajar hasta la semana siguiente, pero nada grave, ni mucho menos. Bueno, a lo que iba. El caso es que la tercera señal tampoco fue muy clara: fui a visitarle y me dijo que se moría, que le habían dado unas semanas de vida. Tanto sus familiares y amigos como yo mismo entendimos que hacía una reflexión acerca de la muerte, que nos acaba llegando a todos tarde o temprano, por lo que hay que vivir como si nos fuéramos a morir pasado mañana. Siempre le habían gustado los libros sesudos de filosofía, no sé, Bucay, Coelho, gente de esta de pensar. Finalmente se murió. Un terrible accidente de tráfico. Esto de los coches es un peligro. Les llena el depósito el diablo. En fin. Lo que es la vida. Un día estás aquí y al día siguiente estás atrapado en un amasijo de hierros, oliendo gasolina y goma quemada.