jueves, 12. octubre 2006
Jaime, 12 de octubre de 2006, 15:41:50 CEST

Los Rubio en América


Un antepasado mío, el gaitero Jorge Rubio, viajó con Cristóbal Colón a América. Su aportación a la noble y arriesgada empresa no fue poco importante. Y es que, al llegar allí, aquellos aguerridos marinos no sabían qué hacer con ese continente tan grande, hasta que a Jorge se le ocurrió utilizarlo para tratar enfermedades como la tuberculosis, la neumonía, la escarlatina o incluso la sífilis. No tardó en aparecer el listo de turno, el clásico aguafiestas, que le recordó a mi antepasado que acababan de descubrir América y no la penicilina. Mi tataraetceterabuelo le recordó que aún ni siquiera sospechaban haber descubierto otra cosa que no fuera una ruta alternativa a las Indias, maldito robacabras. A lo que el sabelotodo le contestó que a él no le parecía que eso fueran las Indias, ya que no veía vacas sagradas por ningún lado. Jorge le soltó que para vaca, la gorda de su madre. Repíteme eso en la playa, si tienes huevos. En la playa y donde quieras, betunero, muerdegatos, destripaterrones... Casi se arma una buena si no llegan a separarlos. El caso es que Colón era un tipo muy práctico. Ante aquella masa de tierra que acababa de descubrir (con la ayuda de los Rubio), el genovés (o lo que fuera) decidió que sería buena idea traer allí a los americanos. Hay que recordar que los americanos no sabían dónde vivían hasta que se descubrió ese continente. En aquel momento histórico como pocos, Jorge Rubio decidió componer un himno para el territorio recién descubierto. Así que sacó su gaita y se puso labios y sobacos a la obra. En un sin duda inocente descuido, mi antepasado fue dejado atrás por sus compañeros, que olvidaron desatarle antes de volver a embarcar. Por suerte, Jorge pudo mantener el contacto con el resto de mi familia, un contacto por supuesto deficiente y espaciado, ya que por aquel entonces internet no funcionaba tan bien como ahora. En todo caso, sus cartas son documentos valiosísimos que dan cuenta del desprecio que sienten los hombres del mundo entero por la gaita, ese instrumento cuyos timbres melódicos asociamos a la migraña y a las náuseas. A través de unos italianos, Jorge envió su primera misiva: explicaba que ningún otro barco lo aceptaba en su tripulación, al parecer por su negativa a deshacerse de su instrumento. Esto le parecía curioso, ya que las autoridades castellanas de la época se habían asegurado de que Jorge embarcara con Colón precisamente por su indudable virtuosismo gaitero. Años más tarde nos hizo llegar otra carta en la que explicaba que había emigrado al norte. O había sido expulsado por los nativos, este punto no quedaba nada claro. Jorge juraba venganza: la traición europea y el poco aprecio de los americanos por su arte serían recordados por sus descendientes, en caso de que lograra procrear. El último texto llegó en cóndor mensajero. Jorge explicaba que había llegado a una tierra llamada Taysha, donde una familia de indios sordos le había acogido en su seno. La hija menor (también sorda) había aceptado casarse con él, después de perder una apuesta con sus hermanas. Jorge concluía anunciando que había adoptado el apellido de dicha familia, la única que sabía apreciar su amor por la música: "A partir de ahora --escribió-- el mundo me conocerá como Jorge Arbusto. Y llegará un día en el que todos temblarán al oír mi nombre, aún más que al oír mi gaita, etcétera, etcétera, poned aquí todas las amenazas terribles que se os ocurran y ahora disculpadme que voy a ver si cazo un búfalo de esos tan gordos que corretean por aquí. Os quiere, Jor... ¡No, un momento! ¡Os odia, como a todos, Jorge!"


 
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