agosto 2005 | ||||||
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La bofetada invisible
Como es bien sabido, el Partido Liberal de Los Santos Empresarios ganó las últimas elecciones legislativas de la República de Asnalia. Este partido emprendió una serie de reformas liberales y privatizó la sanidad, la educación, las carreteras y los bomberos, entre otros servicios públicos. Sólo quedaron bajo el dominio del estado la policía y el ejército, cuyo presupuesto se triplicó (obvio: estamos en guerra contra el infiel). Además, se tomó la sensata decisión de ilegalizar el resto de partidos políticos, en especial el Partido Socialista Bienpensante, al ser, claro, un colectivo liberticida incapaz de comprender que el bien más sagrado es la libertad. Sus "ideas" nos llevarían derechos al gulag, a las colas para comprar el pan, a las deserciones y a los suicidios en masa. He de admitir que estos cambios me llenaron de esperanza e ilusión. Llevaba años bramando contra el robo liberticida que suponía cobrar impuestos. Además, todo el mundo sabe que las empresas privadas son un ejemplo de honradez y eficacia, gracias al inteligente mecanismo del Mercado (Dios guarde su Mano Invisible muchos años), mientras que la burocracia es lenta, torpe, gris e ineficaz. Cualquiera que haya trabajado en una empresa privada sabe lo sensatos que son los jefes, la gran coordinación que existe entre departamentos, la diligencia que muestran todos los empleados, etcétera. Además, yo ya había hecho mis cálculos. Sin la inferencia burocrático estatal, los 400 euros que me robaba el gobierno de mi sueldo cada mes pasarían a mi cuenta corriente y no a la de un funcionario perezoso, como el bedel de un ministerio cualquiera, un administrativo encargado de renovar pasaportes o un neurocirujano del tres al cuarto. Con estos 400 euros yo me podría pagar un seguro de desempleo y un seguro sanitario para mí, para mi familia, para mi perro y para un amigo en paro. Gracias a este seguro podríamos contar con habitaciones individuales en los hospitales, además de operaciones a corazón abierto gratis, mediante el programa de puntos de la mutua. Asimismo, aún me sobraría para comprarme un coche mejor, poner algo de dinerito en un fondo de pensiones, ahorrar para un pequeño negocio que tenía pensado montar hace años y mudarme a la zona alta de la ciudad --gracias a la liberalización del suelo se esperaba que el precio de los pisos bajara un cuatrocientos por ciento, aunque luego subió por culpa de... bueno, de la Unión Europea, dijo el primer ministro. De buen principio me encontré con un imprevisto: mi empresa decidió bajarme el sueldo 300 euros. Comprendí la situación cuando el jefe me explicó que, tras el recorte de impuestos, a efectos prácticos me estaban subiendo el sueldo cien euros. Sin duda, no tenía derecho a quejarme, ya que el buen hombre, que había levantado la empresa de la nada gracias al dinero de su tío, tenía más razón que un santo. Además, al ser un empleado más que cualificado (tres idiomas aparte del asnalés, dos carreras, dos másters del universo, un carnet de manipulador de alimentos, un cursillo de internet para jubilados, etcétera) supuse que no me costaría encontrar un empleo en el que se me valorara como yo creía merecer. Por desgracia, el mercado no acababa de ajustarse a la nueva y magnífica situación facilitada por nuestro gobierno. Abundaban los despidos. Ojo, el desempleo no es del todo malo, ya que un empleo menos es un sueldo menos y por lo tanto un ahorro para las empresas, que pueden ganar más dinero y contratar a más gente para luego despedirla de nuevo sin absurdas indemnizaciones que ponen al empresario en clara situación de inferioridad e indefensión. En todo caso, entendí que debía esperar mi momento y conformarme con los cien euros de más de los que disponía. También me sorprendió que mis cálculos respecto a los seguros no fueran del todo certeros: aún no habían ajustado sus precios, a pesar de la competencia creada por el sistema liberal. Especialmente el de desempleo: con la flexibilización del mercado laboral las aseguradoras jugaban sobre seguro (ja) y no querían arriesgarse a mantener a un parado. Cosa que comprendo, sólo faltaría, es su dinero. Decidí por tanto esperar a que todos estos servicios gozaran durante el tiempo necesario de las virtudes del libre mercado y se acabaran peleando por tenerme como cliente, cosa que acabarían haciendo. Pero surgió otro imprevisto: comencé a gastarme esos cien euros. Y más. Y es que la libertad de empresa trajo una mayor oferta en descargas para el móvil y yo aún no había encontrado en qué gastarme MI dinero, a pesar de que todavía no disponía ni de una triste y básica cobertura médica. El caso es que me bajé los éxitos completos de la versión de Asnalia de Operación Triunfo (Asnalia Idol) y varios juegos. Varias decenas de juegos. Los tenía todos: el Tekken, el de rally, el de Fórmula 1, el Fifa, el Bejeweled, el de Tiger Woods, por supuesto el Tetris e incluso el Trivial. Sí, jugaba al Trivial con el móvil. Y luego comencé a enviar fotos a mis amigos de los coches que veía por la calle y de escaparates en los que veía ropa que me gustaba, para pedirles su opinión o, ja ja, echarnos unas risas, aunque a ellos no les hacía tanta gracia, no sé por qué. Al final acabé gastándome gran parte de mi sueldo y dejé de rendir en la oficina. Me tuvieron que despedir, por lo que le di las gracias a mi jefe: no quería suponer un lastre para la economía del país y menos aún barrarle el paso a un parado que podría hacer mi trabajo por la mitad del sueldo y en la mitad de tiempo. Mi esposa me tuvo que acabar ingresando en un hospital para tratar mi adicción. Llevo seis meses sin tocar un teléfono móvil, aunque temo el momento en el que salga de este maravilloso centro que apenas le cuesta medio sueldo a mi señora. Y es que ahí fuera hay teléfonos. Y anuncios de teléfonos. Y nuevas ofertas de descargas. Sé que he de ser fuerte. Sé que Ludwig San Mises ya explicaba que intervenir en una parte del mercado suponía acabar interviniendo en TODO el mercado, cosa que llevaba a la pobreza, al crimen y a la perdición moral de la sociedad, además de al aumento de fumadores. Pero también creo que no deja de ser sensato pedir un mayor control en el mercado de las descargas de móvil. Se trata de un problema de salud nacional. Nuestra patria se puede perder por culpa del tono politono sonitono, a no ser que logremos poner todo este negocio bajo la administración del ejército y evitar así la propagación de esta enfermedad de la que me estoy recuperando lenta y dolorosamente. No es cosa de broma: en el hospital he conocido a muchos como yo. Lo menos tres. La República Liberal de Asnalia peligra si no hacemos algo al respecto. Se deshace y sangra por los cuatro costados. Pongámonos en pie y cantemos el himno nacional con la mano derecha en el corazón, con el politono correspondiente acompañando nuestras voces empapadas en la patria. Oh, Asnalia, isla de mierda perdida en el maaaar...