miércoles, 27. abril 2005
Jaime, 27 de abril de 2005, 12:05:41 CEST

La falta de sueño


Un grupo de neurólogos con mucho tiempo libre ha llegado a la conclusión de que la locura de Don Quijote fue consecuencia de la falta de sueño. Dejando al margen el hecho de que Don Quijote es un personaje de ficción y que a nadie le importa un bledo por qué se volvió loco, el diagnóstico de estos neurólogos es tan acertado que resulta casi obvio. No hay nada que le vaya mejor a uno que no salir de la cama antes de las diez, y eso siendo madrugador, para luego tomar un buen café mientras se decide qué hacer por la tarde, después de la siesta. Cualquier otra rutina tiene que dejar huella. Y, de hecho, lo hace, como es fácil comprobar. Lo peor es que, por lo general, quienes duermen poco no comparten los ideales de Don Quijote. Cada vez son menos los que confunden molinos con gigantes, aunque también es cierto que ya casi no quedan molinos. Ahora lo que hay son trajes de percal numerado y pisitos por encima de la Diagonal. Y uno ya no se hace caballero andante, en gran parte porque ya no se lleva eso de ir a caballo. Se prefieren, claro, los audis y los mercedes. Y nada de rescatar damas en peligro: basta con entregarse a la empresa, sacar adelante una carrera exitosa y ganar tanto dinero como para que no se lo puedan gastar ni unos hijos adolescentes. O sea, que hoy en día algunos se convierten en jefes y no en caballeros, pero la causa es la misma: la falta de sueño, que le deja a uno atontado y presa fácil de las alucinaciones. Si la gente durmiera más, bebiera más café y comiera más chocolate, a todos nos iría mejor. Especialmente a los empleados. Pero no todo son malas noticias: más de la mitad de los españoles no practica deporte. Es decir, al menos hay gente sensata que no somete su cuerpo a esfuerzos innecesarios. Y es que el deporte, como mucho, sólo sirve para agotarse físicamente y facilitar que uno pueda dormir más y mejor. Sé que muchos afirman que no hay nada mejor para la salud que dejarse la piel en el gimnasio. Para salir de este error tan común, basta con constatar cómo queda uno después de un partido de fútbol o de correr durante media hora: cansado, sudoroso, resoplando como un caballo asmático, puede que incluso lesionado. En cambio, de un largo sueño o de una buena siesta uno sale lleno de energía, pletórico, con ganas de comerse el mundo o, al menos, de beberse un buen café. Es decir, dormir no es sólo bueno para la mente, al impedir que uno se vuelva loco, se entregue a su profesión y crea que cuarenta horas semanales son pocas, sino que también es bueno para el cuerpo, al dejarlo descansado, elástico y lleno de energía.


 
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